Ignacio Sanz
He aquí un milagro. O casi. Quien conozca la personalidad de Nicanor Parra sabrá lo correoso que resulta tratar con este viejo poeta rebelde e irreductible que no sólo no se toma en serio a sí mismo, sino que habría hecho pedorretas ante cualquier intento de ordenación de su obra. Y los hubo. Muchos. Pero, finalmente, los astros se pusieron de acuerdo y aquí están la Obras Completas que estuvieron esperando tantos años. ¿Quiénes son esos astros, además del poeta? Por un lado, Roberto Bolaño y por otro Ignacio Echevarría y el poeta en castellano e hispanista escocés Niall Binns, encargados de la ordenación e introducción del material. Por supuesto que en un empeño tan gigantesco como el presente, aparecen más gestores, como Harold Bloom, el archicélebre crítico norteamericano autor de El canon occidental, quien se ocupa del prefacio de esta obra impar. Para ir calentando motores, rescato tres líneas de este prefacio: “Hay algunos poetas vivos maravillosos en Estados Unidos, entre los cuales destaca John Ashbery. Pero no tenemos a ninguno tan persuasivamente irreverente como Parra.”
Pese a la fama que le precede, Parra no es un poeta ajeno a las voces de otros poetas. Entre otras cosas descubrimos en estas páginas que sus diferencias con Neruda están infiltradas de admiración. El amor-odio de toda pareja de gigantes. Por eso, cuando había negado mil veces la posibilidad de que se publicaran sus obras completas, no pudo resistirse a la petición que le hiciera su paisano Roberto Bolaño. De poeta a poeta. Se rindió ante la magia persuasiva de Bolaño. ¿Pero quién se encarga de ello? Para entonces el gran narrador chileno andaba febrilmente absorto en su última pentanovela. Pero ahí estaba su fiel amigo Ignacio Echevarría y el gran entusiasta parrense amigo de Echevarría, Niall Binns, infatigable rastreador de archivos, especialista, entre otros, en Vallejo. Así fue como esta obra ingente, no sólo por el volumen, también por la complejidad, se echó a andar.
Nicanor Parra es un gigante que estremece los cimientos de la poesía en castellano como antes los había estremecido Neruda. Lo peor de Neruda acaso sean los nerudianos, ese ejército de poetastros que, al amparo de su influencia, fabrican versos con una altísima dosis de metáforas indigeribles. Contra las metáforas se rebela Nicanor Parra, tan metafórico, pese a todo, y tan deslenguado. Y así aparece Parra con sus “Poemas y antipoemas” (1954), que nos estremecen por su sencillez, porque palpita en ellos la música de los primeros trovadores de nuestra lengua. Una ritmo sencillo que nos emociona.
Pero el golpe de mano definitivo lo da Parra en “Manifiesto” (1963), es decir hace medio siglo. Acaso harto del amaneramiento, del oscurantismo, de la pérdida de lectores, de tanta sinrazón, Parra se descuelga con este poema que debiera ser de obligatoria lectura para tantos aprendices de hechicero.
“Nosotros conversamos/ En el lenguaje de todos los días/ No creemos en signos cabalísticos... / Todos estos señores/ -Y esto lo digo con mucho respeto-/ Deben ser procesados y juzgados/ Por construir castillos en el aire/ Por malgastar el espacio y el tiempo/ Redactando sonetos a la luna...”
Lo bueno de Parra es que ha seguido con esa furia escribiendo una obra rebelde y renovadora, nada complaciente con lo establecido, como si saliera de las manos de un adolescente inclinado a los desaires y a las pintadas. Los años no le han domesticado. Todo lo contrario. Ahí están sus poemas visuales, su manifiestos ecologistas: “El error consistió/ en creer que la tierra era nuestra/ cuando la verdad de las cosas/ es que nosotros somos de la tierra”.
Sin amaneramientos, descarnado, deslenguado, irreverente, sutil, coloquial, sarcástico, sorprendente. No sé la de calificativos que cabría para este poeta singular que dio un golpe de mano en la mesa ante la deriva peligrosamente elitista en la que fue cayendo la poesía, en la que, pese a todo, sigue cayendo. Una de las lecturas más estimulantes, más rabiosamente vanguardistas y comprometidas que cabe hacer en estos tiempos. Imprescindible.
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