José Luis Gómez Toré
Aunque todavía puede resultar chocante para algunos esta asociación de la lírica con las matemáticas, lo cierto es que los vínculos entre poesía y ciencia (ambas son, junto con la filosofía, según Deleuze y Guattari, hijas del caos) son más antiguos de lo que parece, como se encarga de mostrarnos el poeta Jesús Malia (Barbate, Cádiz, 1978) en el esclarecedor prólogo que precede a su antología. La relación entre la poesía y las matemáticas (entre la poesía y la ciencia, en general) ha sido una historia de aproximaciones y desencuentros, en la que tal vez pueda señalarse el Romanticismo como uno de los hitos más significativos: si un autor como Novalis comparte, sin problema, la vocación de poeta con su labor de ingeniero y su interés por la geología, un hijo de la literatura romántica como Poe condena a la ciencia por ser el principal agente del desencantamiento del mundo. Aunque Malia destaque en su prefacio la progresiva independencia del saber matemático de doctrinas místicas y esotéricas, conviene matizar que no se trata de una trayectoria lineal y, de cuando en cuando, aparecen figuras como la de Isaac Newton, eximio físico y matemático que, pese a que para Blake representara el símbolo execrable de un racionalismo excluyente, fue al tiempo un cultivador de la alquimia y un fanático religioso, convencido de que Dios en persona le había encomendado una misión. Las matemáticas no son sino una de las formas más eficaces de poner orden en el agitado magma de la experiencia y no es de extrañar que a lo largo de la historia hayan dado pie a todo tipo de analogías y lecturas simbólicas (que no faltan, por cierto, en los poetas seleccionados). Al fin y al cabo, tanto cuando hablamos de matemáticas como de poesía estamos refiriéndonos al complejo mundo de los símbolos. Northrop Frye destacó, en ese sentido, que las matemáticas, al igual que la literatura, hablan del mundo (en una aproximación asintótica constante) sin confundirse con él.
Entre los antologados, encontramos dos peruanos (Rodolfo Hinostroza y Enrique Verástegui), un venezolano (Daniel Ruiz) y siete españoles (José Florencio Martínez, David Jou, Ramón Dach, Agustín Fernández Mallo, Javier Moreno, Julio Reija y el propio Jesús Malia). El antólogo señala con acierto en su texto inicial que en este terreno encontramos al menos dos direcciones posibles: la de quienes utilizan las matemáticas como tema (con todos los riesgos de la poesía “temática”, el mayor de los cuales es creer que basta un motivo poco transitado para abrir nuevos territorios) y la de quienes más bien utilizan las matemáticas como elemento estructural, que afecta incluso al entendimiento global del poema. Personalmente, me parece más interesante la segunda aproximación o la de quienes, como Javier Moreno o Hinostroza, combinan ambos procedimientos. Aunque no todas las propuestas muestran la misma calidad y ambición, en conjunto nos encontramos ante una lectura muy recomendable, sobre todo para quienes creen (creemos) que el diálogo entre la ciencia y el arte sigue siendo más que necesario, un camino imprescindible.
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