Fernando Sánchez Calvo
Ayer hablaba con una amiga por teléfono. Nos estábamos contando las lecturas que habíamos devorado en las vacaciones de Navidad y con voz firme me aseguró que Alba Editorial era y es su editorial. A mí me alegró su comentario porque Alba Editorial también es una de mis editoriales. Coincidimos, además, en que el tamaño y tipografía de la letra elegidos por su equipo de maquetación, son perfectos para tumbarte en el sofá y que el libro, como se suele decir, te entre directamente por los ojos.
Formalidades aparte, Alba Editorial nos gusta porque publica mucha novela de corte decimonónico, es decir, mucha novela del gran siglo de la novela. Aunque por lo general (sobre todo en la colección Alba Clásica) los títulos que podemos encontrar en su catálogo no se corresponden con los más conocidos de los grandes narradores (Persuasión de Austen, Estampas de Italia de Dickens, La casa del páramo de Gaskell o Un grupo de nobles damas de Hardy pueden servir de ejemplo), sí es cierto que a diferencia de de un frecuente pecado que hoy en día cometen algunas pequeñas editoriales, Alba (ya mediana), no publica Pobre gente de Dostoievski (ya reseñada en la Tormenta) ni las Narraciones de Gorki (el libro que quiero recomendar hoy) porque sean la primera novela de Dostoievski o las narraciones escondidas y anónimas del gran dramaturgo ruso. Las publica porque merecen la pena y porque suponen, de verdad, a diferencia de lo que se dice muchas veces, un libro necesario para comprender la trayectoria completa de un autor.
Es el caso de Narraciones, de Maksim Gorki, tomo en el cual se nos ofrece una visión del universo del narrador ruso a través de más de veinte piezas de variable extensión que comienzan bebiendo del Romanticismo y sus temas más atractivos (el poder de la palabra oral, el exotismo o el encanto de los tipos marginales y pendencieros en relatos como Makar Chudra), continúan con el Realismo más puro (el diálogo exacto, el costumbrismo más crudo y el análisis psicológico de los tipos más difíciles de la sociedad de entonces en cuentos como Los exhombres o Malva) y acaban rozando el espiritualismo y el desencanto hacia los ideales socialistas de juventud (Karamora, el cuento que cierra el tomo, así lo ejemplifica).
Todo con un estilo llano, directo y con breves toques líricos depurados a medida que avanzamos en la selección. Cuentos los cuales, sin dejar de lado la descripción, avanzan siempre hacia su desenlace de manera implacable. Es lo bueno de Gorki: que no se detiene, que no da tregua, que nunca olvida que por encima de todo lo que importa en un relato es la historia.
Mención aparte, no obstante, merecen por encima de los demás los dos relatos centrales y más extensos ya mencionados con anterioridad: Los exhombres y Malva: en el primero, los idealizados personajes marginales de los primeros títulos ofrecen aquí su lado más perverso y por ello humano para acabar entretejiendo una trama de descomposición que afectara a casi todos los personajes de la historia; en Malva, el amor que un auténtico y decadente lobo de mar y su hijo (el cual quiere seguir los mismos pasos que el padre) profesan por la misma mujer, podrá acabar corrompido si no llegan a tomar medidas contra terceros y contra la misma Malva, versión acertadísima de la femme fatale.
Esto es Gorki, admirado por Chéjov y Tolstói, lo cual no es ni deja de ser un argumento para poder pasar un buen rato leyéndolo. Argumentos más fiables son, para concluir, las impecables traducciones de Fernando Otero y José Ignacio López Fernández, aparte de la conversación que ayer mantuve por teléfono con mi amiga.
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