viernes, marzo 16, 2012

Solo con invitación: El Cantar de mio Cid, Edición, estudio y notas de Alberto Montaner

Galaxia Gutenberg, Barcelona, 2011. 1179 pp. 26,95 €

Alberto Luque Cortina

Aproximarse a los clásicos nunca es fácil, ya que pesan sobre el lector ideas preconcebidas. En el caso del Cantar la dificultad es mayor: es un clásico, sí, pero además es la primera gran manifestación literaria en castellano y la semilla o el cañón de proyección al mundo del mito cidiano, que sigue vivo 800 años después de la redacción del poema y más de 900 tras la muerte del caballero medieval Rodrigo Díaz.
Las razones de la pervivencia de esta obra son muchas y muy diferentes; algunas son literarias: se trata de un poema épico que alcanza en algunos pasajes momentos muy vibrantes y emotivos. La casualidad ha querido que la primera hoja del poema se perdiera y que el texto que nosotros conocemos comience con un verso posterior donde el Cid, el héroe valeroso e imbatible, está llorando: De sus ojos tan fuertemente llorando.... ¿Un héroe que llora? Aunque en el siglo XIII la expresión de las emociones era muy diferente a la actual, menos contenida, siempre me ha gustado este verso porque revela la humanidad del personaje y sobre todo la del público para quien fue creado el poema: hombres y mujeres de frontera, acostumbrados a una vida dura de peligros y privaciones, a veces abandonados o bien sojuzgados por la nobleza, casi siempre hombres libres, pioneros en definitiva, como en su momento lo fueron los colonos del Far West. Es en este entorno donde se explican y adquieren una significación especial y novedosa algunos de sus episodios o de sus versos, por ejemplo: «¡Dios que buen vasallo si tuviera buen señor!», (¡cuántos nos hemos acordado de esta sentencia tras charlar “amigablemente” con nuestros jefes!), o bien estos otros que personalmente considero una máxima a seguir en la vida: «Quien en un lugar mora siempre, lo suyo puede menguar».
En todo caso el Cantar no es un libro fácil. Ocho siglos no pasan en balde. Nos cuesta comprender el castellano antiguo (yo recomiendo tener a mano una versión modernizada); sus repeticiones pueden aburrirnos, y las reacciones de sus personajes desorientarnos. Su comprensión (y su disfrute) requiere muchas veces la interpretación y explicación de sus versos, cuyo significado puede permanecer oculto al lector medio. La presente edición de Alberto Montaner (Zaragoza, 1963) es un fascinante ejercicio intelectual que, con ambición tomista, pretende desentrañar los misterios de esta obra singular.
Montaner ha dedicado muchos años al estudio del poema y a la épica comparada europea. La presente edición es una actualización de las anteriores (2007 y 1993). Entre sus novedades incluye una profunda revisión del texto, incorporando los primeros resultados del trabajo realizado en el manuscrito con una cámara de análisis hiperespectral: una especie de “batiscafo” con el que Montaner y su equipo han descendido a las simas abisales del Cantar, a la búsqueda de nuevos indicios, letras y palabras ocultas en un manuscrito dañado por su manipulación a lo largo de los siglos, y que ha sufrido correcciones y hasta reescrituras.
El fruto de todos estos trabajos aparece admirablemente resumido en esta edición considerada canónica. Además del poema revisado y del consiguiente aparato crítico, hay más de 400 páginas de notas complementarias: esto puede en principio asustar a cualquiera, pero en realidad constituye uno de los mayores atractivos de esta obra. Y con esto vuelvo al principio: para degustar el Cantar es necesario un intérprete que pueda “traducir” lo que el poema dice, aunque no esté escrito. Las notas de Montaner abarcan casi cualquier aspecto que pueda interesarnos y responden casi a cualquier cuestión que queramos plantear, lingüísticas o histórico-sociales: ¿Qué eran las parias? ¿Tuvo el Cid una espada llamada Tizona? ¿Existieron los personajes que aparecen en el Cantar? ¿De dónde proviene el sobrenombre de “Campeador”? ¿Qué visión se tenía de los judíos? ¿Qué tipo de armamento se utilizaba en la época? Y muchas otras. Todo ello condensado con inusitada brillantez: es un placer leer esas notas escritas con precisión, minuciosidad y elegancia literaria. Su erudición es pasmosa. Perderse por esas anotaciones elegidas al azar deparará a cualquier lector interesado agradables sorpresas y sin duda le ayudará a entender por qué el Cantar de mio Cid es, efectivamente, un clásico de nuestra literatura.



Alberto Montaner: “El Poema del Cid tiene aún mucho que decirnos”


Después de tantos años "conviviendo" con la historia y el mito cidianos, me imagino que tendrás una visión muy personal del Cid histórico. ¿Cuál es?

—La verdad es que sí; después de todo este tiempo, es casi como un amigo de casa. La verdad es que al Cid histórico llegué más tarde; al principio me ocupé del personaje literario y su modelo histórico me interesó sólo en cuanto servía de base a aquel. Pero a fuerza de ir profundizando en diversos aspectos, como los documentos de la época o los textos más antiguos sobre el Campeador (la biografía y el himno latinos del siglo XII), empecé a acercarme más a la figura histórica, y descubrí un campo apasionante. Fue un personaje complejo, al que cuesta comprender desde nuestro sistema de valores. Por ejemplo, el concepto de mercenario con el que a veces se lo descalifica es absolutamente ajeno a la mentalidad medieval. Lo mismo vale para su supuesto "imperialismo castellano". En el mejor de los casos, se lo toma como un sano muchachote del norte que salió adelante a fuerza de golpes. Pero no es así. No solamente sabía escribir, en latín claro, pues no se escribía de otro modo en su época; también era un experto jurista y en el campo de batalla salió delante más a base de guerra psicológica que de fuerza bruta. Además, su gobierno de Valencia revela que tenía o al menos que llegó a desarrollar lo que hoy llamaríamos un verdadero proyecto político. Desde luego, todo eso se podrá enjuiciar histórica o moralmente de un modo u otro, pero al menos revela un personaje mucho más sutil y matizado de lo que tanto su exaltación tradicional como su ocasional denigración hacen creer.


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