Cristina Davó Rubí
Divertidísima, original, atrevida y además de todo instructiva. Así es la primera y esperada novela de Juan Jacinto Muñoz Rengel (Málaga, 1974). A pesar de su juventud, el malagueño cuenta ya con una dilatada carrera como profesor, columnista, crítico y autor de relato corto. Doctorado en filosofía, fundó en 1998 la revista Estigma, ha colaborado en publicaciones como Anthropos, Clarín, Ínsula o el diario El País. En la actualidad es profesor de los Talleres de Escritura Creativa Fuentetaja de Madrid y dirige un par de programas literarios en Radio Nacional de España. Compagina todo ello con su labor como escritor, con la publicación de 88 Mill Lane (2006) y De mecánica y alquimia (2009), Premio Ignotus al mejor libro de cuentos del año y finalista del Premio Setenil. Además de haber editado Perturbaciones y Ficción Sur, y haber sido incluido él mismo en numerosas antologías, como Cuento vivo de Andalucía (2006) o Atmósferas (2009). Para sorprendernos ahora con El asesino hipocondríaco (2012), un extraordinario ejercicio literario, en el que se mezcla el humor con una concienzuda documentación.
El argumento se basa en la tarea que tiene que acometer el señor Y., contratado para liquidar a Eduardo Blaisten. Lo que ocurre es que el asesino a sueldo se muestra desde el principio un tipo peculiar, compendio de una serie de enfermedades, reales o imaginarias, que lo llevan a creer que cada día es el último de su vida. Por ende, este acopio de dolencias le impide continuamente realizar su encargo. De manera que la narración se convierte en una sucesión de intentos fallidos del escrupuloso asesino hipocondríaco. Hasta aquí, la excusa para la trama narrativa. Sin embargo, el acierto de Rengel consiste en el entramado que teje, capítulo a capítulo, a modo de analogía con escritores y pensadores famosos aquejados de los mismos males que nuestro personaje. Una verdadera galería de enfermos ilustres con los que el protagonista se identifica. Kant, Poe, Voltaire, Proust, Byron, Tolstói y muchos otros, como un selecto club de malditos a los que la mala fortuna y la enfermedad han asediado siempre. Sin que estas digresiones menoscaben para nada el desarrollo del argumento.
Hay que elogiarle a Muñoz Rengel, aparte de lo dicho, su hábil manejo de la palabra y su atinada manera de dejar aquí y allá cabos que el lector podrá ir atando fácilmente para encontrar un sentido a la historia. Si bien se podría decir que la acción no es trepidante ni intrigante, por consabida ya a lo largo de la lectura, sí sabe el autor mantener el pulso, con un lenguaje mezcla de sencillez y tecnicismos, prosa fluida y una gran dosis de ironía. Y culminar, asimismo, con un final abierto, en estructura circular, que reafirma la espiral en que se encuentra metido el desdichado M.Y. Una creación insólita y magistral este argentino de moral kantiana, un ser paradójico y delirante que representa en grado máximo al hipocondríaco, inspirador de compasión por mucho que fríamente pueda parecer incluso repulsivo. Como contrapunto, su objetivo, el señor Blaisten, tan seguro de sí mismo, de tan exultante salud, con una amante. Todo lo que Y. no tiene. Porque lo que él tiene es soledad, nulas relaciones sociales como buen asesino profesional, por eso se inventa amigos, muy sofisticados, por cierto. Quizá habría que reflexionar también sobre el mundo de las apariencias; que el lector decida.
En cualquier caso, una novela entretenida, diferente, con un falso trasfondo de género negro, que más allá de la propia historia y de desvelarnos curiosas anécdotas sobre grandes literatos y pensadores, puede ponernos sobre aviso de los males de la soledad, de la excesiva sensibilidad y de hasta qué punto es posible distorsionar la realidad y lastrar nuestra vida hasta que nos llegue la hora. Porque eso sí, todos morimos al fin.
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