Victoria R. Gil
Para quien disfrute con el escalofrío que esconden las obras de Daphne du Maurier, y de forma muy especial sus relatos, la decisión de Fábulas de Albión o, lo que es lo mismo, Nevsky Prospects, de publicar en castellano los cuentos inéditos de la autora inglesa es una de las mejores noticias literarias de los últimos tiempos. Con el mismo buen gusto con que James y Marian Womack editan sus pequeñas joyas de la narrativa rusa en Nevsky, la rama británica de esta familia editorial se ha estrenado con El muñeco, una historia de juventud que nunca vio la luz y que fue descubierta hace sólo un par de años por una librera del pueblo en el que residió la famosa escritora.
Se aprecian en éste y en los otros relatos que integran este volumen la incipiente pluma de la Du Maurier y el efecto del tiempo transcurrido desde que se escribieron, lo que les proporciona una cierta ingenuidad. Pero eso no impide que también lleven dentro el embrión de lo que será el personal estilo de su autora: el análisis psicológico de los personajes, la narración demorada y minuciosa, y la creación de oscuros ambientes donde las emociones fluyen soterradas y nada consigue calmar los anhelos más secretos.
En este libro de cuentos disfrutamos ya de la habilidad de Daphne du Maurier para encontrar el horror en lo que en un primer momento se nos antoja trivial y cotidiano. Nadie que haya leído Los pájaros (o visto la versión cinematográfica que rodó Alfred Hitchcock) ha vuelto a mirar del mismo modo el aparentemente inofensivo aletear de un ave a su alrededor; ni un vaporetto que surja de las brumas de un canal de Venecia podrá dejar de estremecernos si nos hemos adentrado en las páginas de No mires ahora, otro de sus cuentos llevados al cine, en este caso por Nicolas Roeg (Don't Look Now, 1973).
Asegura la escritora Pilar Adón en el interesante prólogo a esta edición, que «con una manifiesta habilidad para retorcer los argumentos y llevarlos hasta las más altas cotas de lo grotesco, Du Maurier mezcla en sus historias los ambientes más aristocráticos y selectos con lo más bajo lo más sórdido; el comportamiento más puritano enfrentado al más sensual; las almas castas combatiendo a las pecaminosas. (…) Y es que ningún personaje de Daphne du Maurier se libra de las sombras (…) y en todas sus tramas, adopten éstas la forma que adopten, sean exitosas novelas u oscuros relatos, las cosas nunca son lo que parecen».
Aunque los trece cuentos reunidos para esta ocasión por el matrimonio Womack dejan su poso de malestar y zozobra, el relato que da título al conjunto no sólo es el mejor, sino que libera una compleja carga difícil de soslayar: sexualmente provocador y ambiguo, describe un amor obsesivo en medio de un triángulo morboso que nos perturba más por lo que intuimos que por lo que nos cuenta. Los seguidores de la autora británica disfrutarán, además, al descubrir que el personaje central de esta historia se llama Rebeca y es tan bella y seductora como la enigmática mujer que diez años más tarde daría fama mundial a su creadora.
Quizás las sombras que pueblan novelas como La posada de Jamaica, Mi prima Raquel o Rebeca, por citar sólo las más famosas, sean las mismas en las que vivió la propia autora, de quien se ha dicho que podría haber mantenido una relación incestuosa con su padre, el prestigioso actor Gerald du Maurier; que la amante de su marido sirvió de inspiración para crear el personaje que la hizo famosa, Rebeca de Winters, y que ella misma habría mantenido una relación extra marital con la actriz Gertrude Lawrence, ex amante de su padre, y a quien convertiría en protagonista de su novela más original y sorprendente: Dios salve a Inglaterra, con una Gran Bretaña invadida por el ejército de los Estados Unidos.
A la luz de su obra, Daphne du Maurier nos resulta de pronto muy semejante a esas mujeres que encandilaban a Hitchcock (el director que mejor supo traducir a imágenes sus inquietantes historias), rígidas y educadas en su impecable exterior, pero dueñas de un perverso y turbio interior. Y en ambos, cineasta y escritora, encontramos igual interés por revelarnos el fondo más siniestro de la normalidad. Ese que nos fascina con la misma intensidad con que nos asusta.
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