Ariadna G. García
En la última década, el Acantilado ha tenido el gusto y el acierto de editar a uno de los novelistas europeos más interesantes, ambicioso en sus temas y de lenguaje sutil. Nacido en Suiza en 1963, Peter Stamm ha creado una obra de sello inconfundible, marcada por la soledad en que viven sus personajes, así como por el carácter redentor de la naturaleza.
Siete años narra, en primera persona, la biografía de Alex, un arquitecto de éxito que confiesa a una amiga de su esposa, durante la visita que les hace por motivo de una exposición de pintura que inaugura en Múnich, los pormenores de su vida afectiva y profesional. La obra, pues, alterna dos tiempos: un presente en el que el matrimonio formado por Alex y Sonja parece haber resuelto sus problemas (conyugales, económicos); y un pasado que, si bien se remonta a sus años de estudiantes (1989), avanza progresivamente hasta alcanzar el momento actual (2008). Con cada flashback, el protagonista va purgando un fiero sentimiento de culpa con su interlocutora, Antje, pese a que ésta rechaza, por principios éticos, ser la albacea de esa memoria llena de vejaciones.
El relato de Alex, sin embargo, más que cauterizar heridas, las crea. Su testimonio no ya sólo desvela sus años de infidelidades, sino que pone al descubierto la podredumbre de su personalidad (cobarde, oportunista). La humillación constante a la que el protagonista somete a su amante polaca, inmigrante irregular cuya vida transcurre entre un sinfín de oficios mal pagados, en ocasiones recuerda a La cinta blanca (Michael Haneke). El egoísmo individual de Alex, por otro lado, se convierte en un egoísmo de clase cuando el acaudalado matrimonio recurre a razones materiales (dinero y posesiones) para forzar a Ivona a un sacrificio.
Peter Stamm ha escrito una novela espléndida tanto por su estructura y elegancia, como por las preguntas que arroja sobre nuestras consciencias. La obra comienza con la caída del Muro de Berlín, pero la libertad que tanto deseaban los europeos de uno y de otro lado se convierte en una quimera. El poder adquisitivo reduce los sueños, los mengua, los aplasta, y acaba estratificando a la ciudadanía («Esta Gran Muralla del Capital que separa docenas de países ricos de la mayoría sobre la tierra, convierte el Telón de Acero en una insignificancia». Mike David).
La obra, además, plantea incómodos interrogantes sobre el concepto de la felicidad. El matrimonio alemán no la consigue nunca, ni la roza: «Con Sonja me sentía construyendo algo que jamás quedaba terminado del todo. Pretendíamos construir una casa, tener un hijo, contratábamos empleados, comprábamos un segundo coche. Apenas alcanzábamos un objetivo, ya se perfilaba el otro, y jamás conseguíamos estar tranquilos». Ivona, en cambio, se conforma con las pequeñas alegrías que salen a su encuentro: una tarde en el cine, una conversación con las amigas, y, ante todo, el pálpito en el pecho de su amor. Frente a la muerte en vida de las personas alejadas del fuego del cariño o el enamoramiento, se alza la plenitud de quienes aman. No lejos de Stamm se encuentran los poemas de Carl Sandburg, Antonio Machado, Cernuda o nuestros místicos.
El intenso caudal de Siete años tiene meandros que pasan por muchos otros temas sinuosos, complejos, que Peter Stamm aborda con destreza: el libre albedrío, el azar, la dicotomía acto-potencia, la abulia, los mundos paralelos, la decepción o el sentido del Arte.
Sin duda alguna, Siete años es una novela de violentos contrastes, cuya lectura voltea. Y esa clase de efectos sólo están al alcance de los mejores libros.
1 comentario:
Me gusta mucho la capacidad de análisis de Ariadna G. García. Es una crítica excelente.
S.M.
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