Tropo, Zaragoza, 2009. 162 pp. 10 €
Ignacio Sanz
Delicioso libro, uno de esos libros misceláneos cuya lectura nos hace sospechar que la cultura es un don que puede mostrarse con levedad, sin recurrir a grandes teorías ni a una caterva de datos agobiantes. El autor se vale de una mirada aguda e introspectiva a través de artículos, conferencias y notas en las que se reflexiona sobre el oficio de escribir, también sobre vivencias, recuerdos, en definitiva de colaboraciones dispersas de un escritor conocido por sus libros de cuentos que, en esta ocasión, ensancha la mirada crítica hacia asuntos próximos a él, a su paisaje, su paisanaje, es decir, hacia Huesca en primer término, donde ejerce la docencia de Filosofía en un instituto y a cuya ciudad el lector sospecha que Castán se encuentra unido por lazos afectivos familiares, pese a que nació en Barcelona e hizo sus estudios universitarios en Madrid. Pero no faltan tampoco reflexiones sobre Aragón, sobre España y sobre Europa. En definitiva, como el propio autor nos confiesa en la introducción: «Es mi vida la protagonista de estas páginas». Y, en efecto, es su vida, pero una vida traída al sesgo, en oblicuo. De hecho son muy escasas la referencias familiares; apenas nombra dos o tres veces a su madre y siempre de pasada, es decir, no es un libro introspectivo ni de memorias fragmentadas. Aunque hace alguna que otra declaración pasional. Por ejemplo, hacia Leonard Cohen al que dedica un capítulo. O trata de rastrear los vestigios, misión imposible, de la presencia de Gabriel Ferrater en Huesca, donde el poeta catalán hizo el servicio militar. Y al hilo de ésa búsqueda hace confidencias interesantísimas. O nos habla de una canción encandilante de Ángel Petisme. Y, claro, inevitablemente, en cada uno de estos artículos nos descubre una parte del autor.
En Beberse la noche a morro, el lector descubre a un escritor cautivado por los excesos adolescentes, un escritor que añora las noches de farra juveniles al hilo de la fiesta de San Lorenzo. En los jóvenes de ahora se recuerda a sí mismo libérrimo y feliz. Pero al hilo de estas reflexiones sobre la fiesta y sus atributos, hace un homenaje a las mujeres que, en medio de las juergas callejeras, sudan en silencio la gota gorda en las cocinas para que, a la hora de la comida familiar, los alimentos estén sobre la mesa.
Cuaderno de Taurnefenille es una especie de diario en el que recoge las impresiones de su estancia en esta pequeña ciudad francesa, con reflexiones curiosas sobre la extrañeza, los hábitos de vida y los pequeños acontecimientos que le dan pie a pensamientos de largo alcance.
No faltan tampoco apuntes geográficos en torno al río Gállego, a la sierra de Laorre o una profunda reflexión sobre la libertad, concepto escurridizo, en el que evoca frases y gestos de sus profesores Javier Sádaba y Carlos París.
La plácida mañana de domingo en que leí, a la sombra de una higuera, estos Papeles dispersos, pensé que el mundo era un poco más habitable y que no somos, como decía Gil de Biedma, aquel “intratable pueblo de cabreros”. Ojalá. Mientras haya escritores como Castán que nos lleven de la mano con una prosa oxigenada y eficiente por territorios en los que se mezcla el afán de búsqueda, de indagación y de belleza creo que nos alejamos de aquel triste dictamen.
Este libro muestra también el compromiso de un escritor con la sociedad de su tiempo y nos recuerda a Baroja, a Unamuno o a Ortega. No posiblemente en sus obras más excelsas, sino aquellas en las que aflora su condición de ciudadanos con una mirada analítica sobre los aconteceres menudos que salpican la vida. Y recuerda a esos escritores porque en este libro se mezclan las precisas descripciones del paisaje, las inquietudes, la melancolía o las reflexiones sobre la pérdida o aquello que se intuye próximo a desaparecer.
Ignacio Sanz
Delicioso libro, uno de esos libros misceláneos cuya lectura nos hace sospechar que la cultura es un don que puede mostrarse con levedad, sin recurrir a grandes teorías ni a una caterva de datos agobiantes. El autor se vale de una mirada aguda e introspectiva a través de artículos, conferencias y notas en las que se reflexiona sobre el oficio de escribir, también sobre vivencias, recuerdos, en definitiva de colaboraciones dispersas de un escritor conocido por sus libros de cuentos que, en esta ocasión, ensancha la mirada crítica hacia asuntos próximos a él, a su paisaje, su paisanaje, es decir, hacia Huesca en primer término, donde ejerce la docencia de Filosofía en un instituto y a cuya ciudad el lector sospecha que Castán se encuentra unido por lazos afectivos familiares, pese a que nació en Barcelona e hizo sus estudios universitarios en Madrid. Pero no faltan tampoco reflexiones sobre Aragón, sobre España y sobre Europa. En definitiva, como el propio autor nos confiesa en la introducción: «Es mi vida la protagonista de estas páginas». Y, en efecto, es su vida, pero una vida traída al sesgo, en oblicuo. De hecho son muy escasas la referencias familiares; apenas nombra dos o tres veces a su madre y siempre de pasada, es decir, no es un libro introspectivo ni de memorias fragmentadas. Aunque hace alguna que otra declaración pasional. Por ejemplo, hacia Leonard Cohen al que dedica un capítulo. O trata de rastrear los vestigios, misión imposible, de la presencia de Gabriel Ferrater en Huesca, donde el poeta catalán hizo el servicio militar. Y al hilo de ésa búsqueda hace confidencias interesantísimas. O nos habla de una canción encandilante de Ángel Petisme. Y, claro, inevitablemente, en cada uno de estos artículos nos descubre una parte del autor.
En Beberse la noche a morro, el lector descubre a un escritor cautivado por los excesos adolescentes, un escritor que añora las noches de farra juveniles al hilo de la fiesta de San Lorenzo. En los jóvenes de ahora se recuerda a sí mismo libérrimo y feliz. Pero al hilo de estas reflexiones sobre la fiesta y sus atributos, hace un homenaje a las mujeres que, en medio de las juergas callejeras, sudan en silencio la gota gorda en las cocinas para que, a la hora de la comida familiar, los alimentos estén sobre la mesa.
Cuaderno de Taurnefenille es una especie de diario en el que recoge las impresiones de su estancia en esta pequeña ciudad francesa, con reflexiones curiosas sobre la extrañeza, los hábitos de vida y los pequeños acontecimientos que le dan pie a pensamientos de largo alcance.
No faltan tampoco apuntes geográficos en torno al río Gállego, a la sierra de Laorre o una profunda reflexión sobre la libertad, concepto escurridizo, en el que evoca frases y gestos de sus profesores Javier Sádaba y Carlos París.
La plácida mañana de domingo en que leí, a la sombra de una higuera, estos Papeles dispersos, pensé que el mundo era un poco más habitable y que no somos, como decía Gil de Biedma, aquel “intratable pueblo de cabreros”. Ojalá. Mientras haya escritores como Castán que nos lleven de la mano con una prosa oxigenada y eficiente por territorios en los que se mezcla el afán de búsqueda, de indagación y de belleza creo que nos alejamos de aquel triste dictamen.
Este libro muestra también el compromiso de un escritor con la sociedad de su tiempo y nos recuerda a Baroja, a Unamuno o a Ortega. No posiblemente en sus obras más excelsas, sino aquellas en las que aflora su condición de ciudadanos con una mirada analítica sobre los aconteceres menudos que salpican la vida. Y recuerda a esos escritores porque en este libro se mezclan las precisas descripciones del paisaje, las inquietudes, la melancolía o las reflexiones sobre la pérdida o aquello que se intuye próximo a desaparecer.
1 comentario:
Cuando leo tus opiniones o cuando te escucho, me entran unas ganas incontenibles de leer lo que señalas. Gracias por seguir señalando.
JMdelaH
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