Trad. Graciela Schmilchuk. Alba, Barcelona, 2009. 264 pp. 22 €
José Luis Gómez Toré
El brasileño Augusto Boal (Río de Janeiro, 1931) ha llevado a cabo una importante labor como dramaturgo y como director teatral, pero sin duda sus logros más significativos los ha conseguido en el campo de la pedagogía teatral y en la investigación de nuevas formas escénicas. Boal es uno de esos nombres díficilmente prescindibles no sólo en cualquier aproximación al teatro contemporáneo brasileño y latinoamericano, sino también en toda reflexión de calado sobre lo que significa en nuestros días un teatro político, que ofrece nuevas soluciones a la ya planteada por autores como Piscator o Brecht.
No es casual la coincidencia del nombre que Boal ha dado a su novedosa aproximación al hecho escénico con la llamada "pedagogía del oprimido" del también brasileño Paulo Freire. En ambos casos, estamos ante el deseo de convertir al oprimido en protagonista de su propia liberación, lo que implica una apuesta democratizadora que relativiza el papel de las vanguardias políticas, lo que en el caso del teatro, y más en un teatro de clara herencia marxista como es el de Boal, resulta un gesto tan necesario como saludable.
El teatro del oprimido, de cuya evolución y de cuyos presupuestos básicos da cumplida cuenta este libro, parte de la convicción de que todo teatro es político y, desde esa perspectiva, pretende abolir la distancia entre el actor y el espectador. Boal critica un teatro que convierte al espectador en un receptor pasivo y busca, a través de técnicas como el teatro-foro o el teatro invisible, lograr una participación activa no sólo en el rito teatral sino también, y sobre todo, en un proceso colectivo de emancipación.
En mi opinión, las aportaciones más interesantes de este libro (versión ampliada y revisada del texto publicado en 1974) las encontramos la primera parte, en la que se expone por extenso el sistema del teatro del oprimido, así como la entrevista que cierra el volumen. De menor interés me parecen los ensayos destinados al estudio de Aristóteles, Maquiavelo, Hegel y Brecht. Si bien Boal da muestras de un loable empeño en destacar las diferencias entre los distintos momentos históricos, no escapa a una cierta simplificación que tiende a presentar la historia desde un enfoque en exceso determinista. En esa misma línea, el estudio de la Poética de Aristóteles, aunque no carente de interés, peca de un cierto reduccionismo al intentar convertir en un texto acabado, con intención claramente normativa, lo que probablemente no sea sino un testimonio de uno de los muchos campos de investigación que se propuso la filosofía aristotélica, mucho menos dogmática de lo que la tradición ha tendido a interpretar.
No es casual que el estudio histórico comience en Aristóteles y acabe en el autor de Galileo, porque uno de los elementos más criticados por Boal es precisamente el papel de la catarsis en el teatro de tradición aristotélica, frente a la cual plantea técnicas de distanciamiento no muy alejadas del famoso efecto V de Brecht. Boal no rechaza las emociones, sino la manipulación de las mismas. Frente a un modelo tradicional que, en opinión del brasileño, anula la capacidad racional frente a las emociones, Boal plantea un teatro capaz de aunar sentimiento, razón y acción: una voluntad integradora que apunta no sólo al arte escénico, sino a una forma no alienada de vida individual y colectiva.
José Luis Gómez Toré
El brasileño Augusto Boal (Río de Janeiro, 1931) ha llevado a cabo una importante labor como dramaturgo y como director teatral, pero sin duda sus logros más significativos los ha conseguido en el campo de la pedagogía teatral y en la investigación de nuevas formas escénicas. Boal es uno de esos nombres díficilmente prescindibles no sólo en cualquier aproximación al teatro contemporáneo brasileño y latinoamericano, sino también en toda reflexión de calado sobre lo que significa en nuestros días un teatro político, que ofrece nuevas soluciones a la ya planteada por autores como Piscator o Brecht.
No es casual la coincidencia del nombre que Boal ha dado a su novedosa aproximación al hecho escénico con la llamada "pedagogía del oprimido" del también brasileño Paulo Freire. En ambos casos, estamos ante el deseo de convertir al oprimido en protagonista de su propia liberación, lo que implica una apuesta democratizadora que relativiza el papel de las vanguardias políticas, lo que en el caso del teatro, y más en un teatro de clara herencia marxista como es el de Boal, resulta un gesto tan necesario como saludable.
El teatro del oprimido, de cuya evolución y de cuyos presupuestos básicos da cumplida cuenta este libro, parte de la convicción de que todo teatro es político y, desde esa perspectiva, pretende abolir la distancia entre el actor y el espectador. Boal critica un teatro que convierte al espectador en un receptor pasivo y busca, a través de técnicas como el teatro-foro o el teatro invisible, lograr una participación activa no sólo en el rito teatral sino también, y sobre todo, en un proceso colectivo de emancipación.
En mi opinión, las aportaciones más interesantes de este libro (versión ampliada y revisada del texto publicado en 1974) las encontramos la primera parte, en la que se expone por extenso el sistema del teatro del oprimido, así como la entrevista que cierra el volumen. De menor interés me parecen los ensayos destinados al estudio de Aristóteles, Maquiavelo, Hegel y Brecht. Si bien Boal da muestras de un loable empeño en destacar las diferencias entre los distintos momentos históricos, no escapa a una cierta simplificación que tiende a presentar la historia desde un enfoque en exceso determinista. En esa misma línea, el estudio de la Poética de Aristóteles, aunque no carente de interés, peca de un cierto reduccionismo al intentar convertir en un texto acabado, con intención claramente normativa, lo que probablemente no sea sino un testimonio de uno de los muchos campos de investigación que se propuso la filosofía aristotélica, mucho menos dogmática de lo que la tradición ha tendido a interpretar.
No es casual que el estudio histórico comience en Aristóteles y acabe en el autor de Galileo, porque uno de los elementos más criticados por Boal es precisamente el papel de la catarsis en el teatro de tradición aristotélica, frente a la cual plantea técnicas de distanciamiento no muy alejadas del famoso efecto V de Brecht. Boal no rechaza las emociones, sino la manipulación de las mismas. Frente a un modelo tradicional que, en opinión del brasileño, anula la capacidad racional frente a las emociones, Boal plantea un teatro capaz de aunar sentimiento, razón y acción: una voluntad integradora que apunta no sólo al arte escénico, sino a una forma no alienada de vida individual y colectiva.
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