Neverland Ediciones, Madrid, 2009. 134 pp. 15 €
Recaredo Veredas
Nos encontramos frente a una pequeña obra maestra, no tanto por la historia que cuenta —entendida como sucesión de peripecias—, ni siquiera por los insondables conflictos de sus personajes sino por su insólito vigor poético. La excepcionalidad de Unicornio proviene de su calidad de página —extraña en la literatura española, materializada en un lenguaje equilibrado, escasamente exhibicionista pero capaz de conseguir auténtica belleza— y de su capacidad para convertir toda la obra en una metáfora sobre el deseo, la muerte y los difusos límites que separan el éxito del fracaso. Su autor, Antonio Dyaz (1968), es un artista absolutamente multidisciplinar, que ha destacado en disciplinas tan distintas como el cine, la música o la literatura. Y en todos los ámbitos ha conseguido mantener, aun a costa del éxito que hubiera merecido su talento, una absoluta coherencia. Posee una mirada sobre el mundo, que puede gustar o irritar, y se niega a modificarla.
Es el de Unicornio un mundo onírico, regido por una lógica que no terminamos de comprender, ni siquiera deseamos hacerlo, próxima a la de artistas como David Lynch, Daniel Clowes o el patriarca Burroughs, pero que intuimos plenamente trabada. Sobre todo gracias a que el propio autor cree ciegamente en la verosimilitud de lo que está escribiendo y, como Kafka, adopta un estilo lírico y nítido a un tiempo, dominado por la ausencia de dudas y la exposición de lo imprescindible. Dyaz no intenta convencernos de la credibilidad de su mundo y ahí reside la clave de su acierto. Si lo hubiera intentado, si hubiera insistido con descripciones apabullantes y la construcción de una trama convencional, habría fracasado y de la profundidad poética apenas restaría una sombra. Unicornio es una obra dominada por el deseo —un deseo turbio, obsesivo, como la bella tragedia del protagonista— y el sexo, pero sólo ocasionalmente explícita y, cuando lo es, de una elegancia oriental.
Utiliza la geografía estadounidense, pero lo hace de forma rotundamente original, sin caer en los tópicos habituales, definidos por el gótico sureño o el realismo sucio. Su California o el extraño pueblo de Caribou son espacios cotidianos y fantasmales a un tiempo, donde la distorsión se convierte en algo habitual, casi imprescindible, tal vez sólo equiparables a los frágiles espacios creados por Foster Wallace.
¿Es Unicornio una novela de ciencia ficción? Aparecen avances científicos imposibles —cuya explicación, afortunadamente, sólo es bocetada— y traspasa las fronteras de la vida y la muerte, rozando sólo tangencialmente los dominios del terror. Parece probable que la respuesta sea afirmativa, pero sobre todo es una novela romántica, en el sentido más negro y original de la palabra, alejado de cualquier tentación de cursilería.
Recaredo Veredas
Nos encontramos frente a una pequeña obra maestra, no tanto por la historia que cuenta —entendida como sucesión de peripecias—, ni siquiera por los insondables conflictos de sus personajes sino por su insólito vigor poético. La excepcionalidad de Unicornio proviene de su calidad de página —extraña en la literatura española, materializada en un lenguaje equilibrado, escasamente exhibicionista pero capaz de conseguir auténtica belleza— y de su capacidad para convertir toda la obra en una metáfora sobre el deseo, la muerte y los difusos límites que separan el éxito del fracaso. Su autor, Antonio Dyaz (1968), es un artista absolutamente multidisciplinar, que ha destacado en disciplinas tan distintas como el cine, la música o la literatura. Y en todos los ámbitos ha conseguido mantener, aun a costa del éxito que hubiera merecido su talento, una absoluta coherencia. Posee una mirada sobre el mundo, que puede gustar o irritar, y se niega a modificarla.
Es el de Unicornio un mundo onírico, regido por una lógica que no terminamos de comprender, ni siquiera deseamos hacerlo, próxima a la de artistas como David Lynch, Daniel Clowes o el patriarca Burroughs, pero que intuimos plenamente trabada. Sobre todo gracias a que el propio autor cree ciegamente en la verosimilitud de lo que está escribiendo y, como Kafka, adopta un estilo lírico y nítido a un tiempo, dominado por la ausencia de dudas y la exposición de lo imprescindible. Dyaz no intenta convencernos de la credibilidad de su mundo y ahí reside la clave de su acierto. Si lo hubiera intentado, si hubiera insistido con descripciones apabullantes y la construcción de una trama convencional, habría fracasado y de la profundidad poética apenas restaría una sombra. Unicornio es una obra dominada por el deseo —un deseo turbio, obsesivo, como la bella tragedia del protagonista— y el sexo, pero sólo ocasionalmente explícita y, cuando lo es, de una elegancia oriental.
Utiliza la geografía estadounidense, pero lo hace de forma rotundamente original, sin caer en los tópicos habituales, definidos por el gótico sureño o el realismo sucio. Su California o el extraño pueblo de Caribou son espacios cotidianos y fantasmales a un tiempo, donde la distorsión se convierte en algo habitual, casi imprescindible, tal vez sólo equiparables a los frágiles espacios creados por Foster Wallace.
¿Es Unicornio una novela de ciencia ficción? Aparecen avances científicos imposibles —cuya explicación, afortunadamente, sólo es bocetada— y traspasa las fronteras de la vida y la muerte, rozando sólo tangencialmente los dominios del terror. Parece probable que la respuesta sea afirmativa, pero sobre todo es una novela romántica, en el sentido más negro y original de la palabra, alejado de cualquier tentación de cursilería.
1 comentario:
Lo peor que he leído en mi vida. Seguro que ha pagado su edición. Por favor que alguien nos salve de estos "artistas incomprendidos". Tan poco auténtico como su "y" del apellido.
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