viernes, junio 16, 2017

Solo con invitación: Fantasía lumpen, Javier Sáez de Ibarra


Páginas de Espuma, Madrid, 2017. 210 pp. 17 €

Eduardo Cruz Acillona

Javier Sáez de Ibarra es profesor de instituto. Esta afirmación debería ser motivo suficiente como para cubrir al autor del libro reseñado de una pátina, como mínimo, de heroicidad cotidiana. Lejos de ahondar en el herido ombligo de su gremio, sus relatos componen una exposición de retratos desgraciadamente cotidianos todavía hoy, cuando nuestras preclaras mentes dirigentes tratan de convencernos de que todo lo malo ha pasado, de que la crisis fue una moda impuesta por los telediarios y de que todos volvemos a vivir en ese inmenso Coney Island de la mente, que diría Ferlinguetti.
Estructurado el libro en tres partes, en la primera de ellas se nos cuenta una sucesión de historias en las que es difícil no sentirse mínimamente identificado. Todos conocemos a compañeros, amigos, miembros de la familia que se han visto trastornados por la sorpresiva irrupción en sus vidas de la crisis económica, algo que alguien veía antes en los telediarios con la lejanía aséptica que provoca la pantalla del televisor.
Sáez de Ibarra se implica, se mete de lleno en el sufrimiento de los personajes de unas historias tan mundanas como reconocibles. A través de ellas reivindica la solidaridad, el cariño… A través de ellas mueve conciencias… A través de ellas comparte el espejo de pocos con muchos…
No es Fantasía lumpen un libro de cuentos al uso. Dividido en tres partes, como ya apuntábamos, pasa de la narración de hechos cotidianos enmarcados en la crisis económica (“Fantasías”) a terminar en una especie de literaria declaración de principios (“Cuento capitalismo”) que viene a resultar como una falsa pero certera poética de lo leído. Es digno de destacar el esfuerzo narrativo del autor, jugando con formas y estilos variados que, lejos de despistar, refuerzan el escaparate de la propuesta. Cuentos que utilizan el tamaño de letra para diferenciar lo hablado de lo pensado, cuentos que utilizan las notas al final del texto para enriquecer lo narrado, cuentos que reproducen conversaciones como si contaran con las limitaciones de los ciento cuarenta caracteres del Twitter…
Los aficionados al cuento, los que celebraron aquel ya tan lejano primer premio Ribera del Duero, están de enhorabuena. Estas Fantasías lumpen les harán disfrutar, les harán pensar y, sobre todo, les harán plantearse hacer una huelga si el autor decide no publicar ya más cuentos.


Javier Sáez de Ibarra: «Si esperamos a que se hunda el capitalismo para tomarnos una cerveza, seguro que se nos calienta»


Es difícil que te caiga mal alguien con quien, minuto y medio después de conocerlo, ya estás hablando de puros y patxaranes. Es lo que tiene que el autor y un servidor sean medio paisanos de una tierra que comienza la celebración de sus fiestas mayores con un muñeco que se convierte en humano. “Como Pinocho”, exclama Encarni, editora de Páginas de Espuma junto con Juan Casamayor. No es lo mismo, pero la comparación sirve para que la entrevista se demore más tiempo de lo previsto, a pesar de la insolente puntualidad de los trenes que regresan a Madrid desde Sevilla.

—Colegas de piso, parejas, padres e hijos, amigos… Todos en situaciones de precariedad laboral, de fracaso. Y en todos los cuentos sobrevuela la honestidad, el cariño, la solidaridad. Por su parte, el autor también imprime a cada una de las historias del libro una cuidada dosis de humor. ¿Son el amor y el humor los salvavidas a los que aferrarnos en esos tiempos convulsos que provoca la crisis? 
—Como mínimo, en un ochenta por ciento, sí. El amor nos salva siempre. Hace falta la lucha social para la mejora de esas condiciones, claro, porque si tienes un contrato precario o un sueldo con el que ni siquiera puedes vivir, al final el amor se resiente y el humor se convierte en mal humor. Por eso digo que no nos salva del todo. No me convence la idea del nido de amor como refugio de ese mundo horrible, no. Pero tampoco somos Superman y no creo que uno pueda estar luchando permanentemente. Incluso diría más: creo que el amor forma parte de la lucha.


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