Pedro M. Domene
Las historias, los relatos de este nuevo libro de Juan José Téllez (Algeciras, Cádiz, 1958) transcurren entre la ciudad de Cádiz y la bahía de Algeciras, un territorio ampliamente explorado por el narrador gaditano, fabulado a su medida que, con el paso del tiempo, y a través de anteriores entregas -Amor negro (1989), Territorio estrecho (1991), El loro pálido (1999) o Main Street (2003)- se ha convertido en una espacio geográfico bien definido. Estos cuentos retocados por la mano de su autor, se convierten en auténticas crónicas con los datos suficientes como para confundir realidad con ficción. Así que, en realidad, Téllez teje una auténtica tela de araña entre sus historias que son capaces de revivir escenas de cine y letras de música popular, mezclar huelgas en calles y barrios, describir contubernios y antros, y enumerar todas las suertes del arte de la tauromaquia en un caótico recuento de disquisiciones que, proporcionalmente, nos ofrecen el mejor retrato de los tipos más variopintos y de una época significativa: la larga postguerra, los caóticos años 60 y bien entrados los significativos 70.
Los guiños de Téllez para enmarcar sus historias, para dotarlas de esa jocosidad y gracia lingüística se traducen en oficios, como en, “Samurai”, que cuenta parte de la vida del torero Miguelín, y lo convierte en ficción transformándolo en un caricaturesco alter ego sin que se muestra acritud alguna en sus descripciones taurinas, sino todo lo contrario. Algo parecido ocurre en “Un dólar” donde el tren donde viaja Truman Capote es asaltado, y este llega a creer como bandoleros de una obra de Merimeé ponen en jaque a los viajeros, o el curioso mundo de las carreras en el primero de los relatos de tanta raigambre, “El verano del Apocalipsis”. La cuota generacional Juan José Téllez se la sacude con un espléndido retrato en “La boda de John Lennon”, los cines de barrio, “Cuando las pistolas hablan” y “Náufragos” con personajes adolescentes tan inocentes que observan como la era de Franco suspira o termina con la perspectiva de nuevos horizontes con que abrazar un futuro repleto de nuevas perspectivas y posibilidades para salir, al fin, de la bahía.
Junto al pulso acertado del humor que abunda en muchas de sus páginas, como auténtica garantía de calidad y, sobre todo, sano sentir humano, otro de los aciertos de Profundo Sur es el empleo acertado de las características lingüísticas y el habla gaditanos que, como señala el autor, reproduce el mismo de sus abuelos, porque el habla popular sigue existiendo en las calles del Sur por donde se transita, y convertirla en esencia misma de una obra literaria es algo bastante complicado, y ya sería suficiente con reproducir la atmósfera.
El resto queda para la memoria, la nostalgia funciona como elemento narrativo, lo mismo que un cierto aire de psicopatía y de amor platónico que conforman un universo narrativo más amplio. Y de las historias de Profundo Sur se percibe bastante más que playa, turistas, Semana Santa, toros, o chirigotas que nada tienen que ver con realidad de un Sur tan profundo como rico, y de eso se trata de contar y, además, hacerlo bien.
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