Ariadna G. García
Hay peligros que por más que nos acompañen desde hace años merecen que se nos adviertan contra ellos una y otra vez. Tal es su poder de destrucción. Jorge Riechmann lleva una vida literaria cumpliendo con rigor su misión de bandera roja en un playa de aguas revueltas; es verdad que puede resultar reiterativo, pero es que el mal contra el que nos apercibe no descansa, se limita a esperarnos. Sabe que nos precipitamos hacia a él. Además, nadie dice que todo el mundo deba leer la bibliografía completa de un autor. Su último ensayo poco aportará –desde un punto de vista ideológico– a los lectores habituales del poeta, sin embargo, constituye una buena plataforma para que aquellos que aún lo desconocen salten y se sumerjan en el ideario de uno de los autores más interesantes de la literatura española reciente.
El siglo de la gran prueba alerta contra el genocidio al que nos encaminamos por una mera cuestión numérica: no hay energía para los siete mil millones de habitantes de la Tierra. No, al menos, manteniendo nuestro actual modelo económico. Los estragos de esa masacre los estamos sintiendo ya y aquí. ¿Puede pararse la maquinaria que nos conduce al abismo? Sí. Su detención depende de nuestra voluntad. Y la poesía –nos dice Riechmann– debe contribuir al cambio, debe aproximar lo lejano a fin de establecer vínculos y de movilizar a la gente. La búsqueda de la empatía, de hecho, es una de las obsesiones del autor, que aconseja en su excelente bitácora (tratarde.org) que realicemos “ejercicios de estiramiento moral” para aumentar nuestra conciencia de especie.
En su último ensayo, Jorge Riechmann incluye una poética donde reflexiona sobre el papel de los escritores y el sentido de la cultura; así como un manual ascético con el que aboga por una existencia austera, tranquila y maravillada por el descubrimiento diario del mundo. Su libro se suma, así, a otras obras que en este 2013 proponen a los lectores una alternativa al capitalismo (Un futuro sin más, de Antonio Turiel; La vida simple, de Sylvain Tesson; El último lapón, de Oliver Truc). Son muchos los escritores que perciben el próximo colapso civilizatorio, el “Gran Batacazo del Progreso”, y por esa razón, ahora más que nunca, tratan de que sus conciudadanos mediten sobre quiénes son, qué sociedad desean o qué podrían hacer para salvarse a sí mismos y salvar su hábitat. Riechmann, con sus preguntas, nos invita a la auto-crítica. Su lectura no es cómoda, pero es imprescindible. El siglo de la gran prueba pretende contribuir al cambio del paradigma de vida dominante, apoyado en la sociedad de consumo (Elisabeth Peredo) y sustentado por valores como la codicia, la individualidad, el egoísmo o la violencia. Reconoce la dificultad del intento, pero sabe que hay un margen para la esperanza: «La fuerza del sistema estriba todo en conseguir que nos rindamos por adelantado, sin tener siquiera que hacer uso efectivo de su tremenda fuerza. Nuestra oportunidad: no ceder en ese momento».
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