Pedro M. Domene
La editorial barcelonesa Destino reúne en un solo volumen las dos primeras entregas de la saga: Marina Rebull, publicada originariamente en junio de 1944, escrita en Suiza, mientras su autor ejercía de corresponsal de La Vanguardia, que pretendía ser un homenaje a la ciudad y a quienes la defendieron, además de convertirse en un retrato de la sociedad burguesa catalana, protagonizada por las familias Rius y Rebull en la Barcelona de la transición del XIX a los duros acontecimientos del XX, una gran urbe sometida a la tiranía de las bombas y la presión trabajadora y anarquista. La novela se convirtió pronto en un bestseller de la época y en junio de 1945 aparecía su continuación, El viudo Rius, que de alguna manera completa la visión que Agustí quería ofrecer de una ciudad condal que al rumor de los telares se añadiera el fragor huelguístico y la lucha marxista-anarquista. Al protagonista, Joaquín Rius, le queda el recuerdo trágico de la esposa muerta y el valor de sacar adelante a su hijo Desiderio.
En ambos libros, el tejido humano y el enredo amoroso, deja paso a la crónica político-social de una ciudad como Barcelona que, sin duda, pretendía mostrar Agustí por encima de sus capacidades como narrador, sobre todo si uno no lee como una continuación El viudo Rius, aunque recuerde la intensidad pasional de la primera entrega y de su protagonista Mariona; pero, una vez desaparecida, la remembranza de la Semana Trágica, las luchas callejeras, los atentados terroristas, incluso una acuciante crisis económica y productiva, adquieren protagonismo frente al dolor del viudo Rius y su empeño por sacar adelante a su hijo. Así que esta novela resulta más fría, meticulosa en sus mínimos detalles y, sin duda, escrupulosamente objetiva, si cotejáramos su contenido con algún documento histórico de época. Aunque nunca debe perderse la perspectiva de que se trata de una novela, y además un relato dotado con alguna que otra aventura que bien puede medirse con el más absoluto canon naturalista que debía conocer bien Agustí, porque entre otras características insufla a la trama una visión colectiva y ciudadana que es lo que, realmente, parece importarle al autor, sobre todo porque elige unos tipos representativos, a cuya cabeza estará el viudo, y sistematiza la narración trazando un cuadro social, político y económico de una ciudad en un período de excepcional fermentación y progreso.
Como señala el editor de estas dos novelas, Sergi Doria, los vaivenes editoriales y el experimentalismo de los sesenta, además de ciertos prejuicios ideológicos de una cultura decadente envuelta en la telaraña de un marcado régimen franquista, pronto olvidaron las cenizas de un escritor, tan realista como naturalista, que hizo de su pentalogía, La ceniza fue árbol, el proyecto de su vida cuando llegó a afirmar que, «llegará un tiempo en que la única manera de apercibir la parábola total de los hombres y de los sucesos será probablemente enfrascarse en la gran lectura otra vez, que nos dé el paso del tiempo y de los hombres, las causas de su historia y de su función vital a través del sencillo y heroico mecanismo de la oración gramatical con todas sus consecuencias: sujeto, verbo y complemento».
Sin embargo, cuando uno cierra las páginas de este voluminoso libro, oye el collar de perlas de Mariona Rebull que se rompió en mil cuentas aquella fatídica noche del 7 de noviembre de 1893, y fue una de las víctimas de la bomba que el anarquista Santiago Salvador arrojó entre las filas 13 y 14 del Liceo, mientras la soprano Virginia Dameri finalizaba el segundo acto de Guillermo Tell, y la gente entusiasmada aplaudía efusivamente.
En ambos libros, el tejido humano y el enredo amoroso, deja paso a la crónica político-social de una ciudad como Barcelona que, sin duda, pretendía mostrar Agustí por encima de sus capacidades como narrador, sobre todo si uno no lee como una continuación El viudo Rius, aunque recuerde la intensidad pasional de la primera entrega y de su protagonista Mariona; pero, una vez desaparecida, la remembranza de la Semana Trágica, las luchas callejeras, los atentados terroristas, incluso una acuciante crisis económica y productiva, adquieren protagonismo frente al dolor del viudo Rius y su empeño por sacar adelante a su hijo. Así que esta novela resulta más fría, meticulosa en sus mínimos detalles y, sin duda, escrupulosamente objetiva, si cotejáramos su contenido con algún documento histórico de época. Aunque nunca debe perderse la perspectiva de que se trata de una novela, y además un relato dotado con alguna que otra aventura que bien puede medirse con el más absoluto canon naturalista que debía conocer bien Agustí, porque entre otras características insufla a la trama una visión colectiva y ciudadana que es lo que, realmente, parece importarle al autor, sobre todo porque elige unos tipos representativos, a cuya cabeza estará el viudo, y sistematiza la narración trazando un cuadro social, político y económico de una ciudad en un período de excepcional fermentación y progreso.
Como señala el editor de estas dos novelas, Sergi Doria, los vaivenes editoriales y el experimentalismo de los sesenta, además de ciertos prejuicios ideológicos de una cultura decadente envuelta en la telaraña de un marcado régimen franquista, pronto olvidaron las cenizas de un escritor, tan realista como naturalista, que hizo de su pentalogía, La ceniza fue árbol, el proyecto de su vida cuando llegó a afirmar que, «llegará un tiempo en que la única manera de apercibir la parábola total de los hombres y de los sucesos será probablemente enfrascarse en la gran lectura otra vez, que nos dé el paso del tiempo y de los hombres, las causas de su historia y de su función vital a través del sencillo y heroico mecanismo de la oración gramatical con todas sus consecuencias: sujeto, verbo y complemento».
Sin embargo, cuando uno cierra las páginas de este voluminoso libro, oye el collar de perlas de Mariona Rebull que se rompió en mil cuentas aquella fatídica noche del 7 de noviembre de 1893, y fue una de las víctimas de la bomba que el anarquista Santiago Salvador arrojó entre las filas 13 y 14 del Liceo, mientras la soprano Virginia Dameri finalizaba el segundo acto de Guillermo Tell, y la gente entusiasmada aplaudía efusivamente.
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