Ignacio Sanz
Para conocer un pueblo nada mejor que adentrarnos en su folklore. El cuento popular es parte sustancial de su cultura tradicional. En los cuentos se cuelan valores, prejuicios, sentido del humor, supersticiones. E, inevitablemente, se cuela el paisaje y el paisanaje en sus variedades geográficas. Y, sobre todo se cuela el lenguaje tal como lo emplea el pueblo. Por eso resultan fundamentales los estudios que nos acercan a esta parcela del conocimiento.
Apenas contábamos hasta ahora con una exigua colección de cuentos populares portugueses digna de tal nombre en nuestra bibliografía. Parece mentira. La publicó Carmen Bravo-Villasante en 1994 bajo el título de La gaita maravillosa y otros cuentos portugueses. Tan solo agrupaba dieciocho. El profesor Garrosa Gude ha seleccionado sesenta y nueve. Además remata su selección con un estudio pormenorizado del género luso, de sus investigadores y de su repercusión en el mundo. De manera que nos encontramos ante el primer estudio riguroso sobre la cuentística popular portuguesa.
No aparecen, como ocurre en alguna de las recopilaciones españolas, agrupados por temas: miedo, animales, humor, maravillosos… Acaso porque como escribiera Joaquín Díaz en una de sus recopilaciones castellanas, es tarea sofocada porque muchos de los cuentos participan a la vez de todos esos registros y el recopilador podría volverse loco.
El lector avisado en el género se va a encontrar con que algunos de los cuentos circulan con pequeñas variantes entre nosotros. Era inevitable. En realidad los cuentos, desde su origen, tienen vocación viajera y andan rodando desde la edad Media por todas las lenguas europeas. Algunos, sin dejar de ser cuentos, tienen inclinación de leyenda porque tratan de explicar un hecho portentoso. Hay brujas, diablos, niñas que tienen una rosa en la frente, princesas, emperatrices, estatuas que comen, animales parlantes… y hay mucha crueldad, la terrible crueldad de los cuentos que acaso sea un reflejo de la crueldad de la vida. Esa niña a la que la madre malvada, envidiosa de su belleza, manda matar; y los criados, compadecidos, matan a la perra y en señal de que la niña ha muerto, llevan la lengua de la perra a la madre que queda así satisfecha.
Algunos de los cuentos resultan complejos y sus personajes salen a correr el mundo y a resolver entuertos absurdos para regresar triunfantes a la casa de la que partieron, como le ocurre al novio de “El hacha pequeña”.
“El tonel de vino” tiene su correlato casi calcado en el cuento de “La borrachas” de la tradición castellana.
Unas veces nos hacen reír y otras nos conmueven. Porque los cuentos siguen siendo herramientas portentosas para explicar el mundo. Y porque, aunque vengan rebotando desde el principio de los tiempos, siguen alumbrando el presente. En realidad no hemos cambiado tanto como parece. Por ello hay que felicitar al profesor Garrosa Gude que ha puesto a disposición de los lectores en lengua española esta joya de la tradición oral ibérica en esta preciosa edición de Calambur.
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