Salvador Gutiérrez Solís
José Luis Castro Lombilla, Lombilla a secas, hasta no hace tanto, conocido por su extensa trayectoria en el humor gráfico, donde es uno de los nombres más destacados, ha debutado en la novela con El hombre que mató a Queipo de Llano, Premio Casino de Mieres, y ahora editada y distribuida en las librerías por Autores Premiados, una iniciativa editorial que pretende rescatar del olvido todos aquellos estupendos y valiosos libros que han cosechado premios, algunos destacados, a lo largo y ancho de la geografía española, pero que carecen de lo que podríamos calificar como “circuito comercial”.
Aunque conocía la faceta narrativa de Lombilla, gracias a algunos relatos que han conquistado algunos de los certámenes más prestigiosos del país, no ha sido hasta El hombre que mató a Queipo de Llano cuando he percibido plenamente la dimensión del escritor, del narrador, que puede llegar a ser. En su ópera prima, Lombilla se atreve con una obra realmente complicada, por los diferentes tiempos en los que transcurren las historias y porque estos “tiempos” se nos ofrecen con estilos y voces completamente diferentes al resto, gracias a un depurado y brillante ejercicio de estilo.
Aunque no haría falta destacarlo, me temo que sí es necesario, dado lo que podemos llegar a encontrarnos cuando nos enfrentamos a determinados títulos, El hombre que mató a Queipo de Llano es una obra con una clara intencionalidad literaria. Es decir, y algo que desgraciadamente me empieza a sorprender, es una novela bien escrita, desde un punto de vista literario. Y así encontramos lo que cabe entenderse como “homenajes” a Max Aub o a Wenceslao Fernández Flores, así como a buena parte de la Literatura de la primera mitad del Siglo XX.
Aunque, sin lugar a dudas, el mayor y más evidente homenaje que podemos encontrar en esta novela es el que Lombilla le dedica a Los hermanos Marx, resucitándolos y convirtiéndolos en el escuadrón tabernario y peripatético que planean asesinar al sanguinario militar. Porque además de lo anteriormente citado, El hombre que mató a Queipo de Llano es una novela de humor, con todo el riesgo que esta afirmación conlleva. Sí, de humor, y que nadie se asuste, que es un género literario más, muy complicado, por cierto, y que no está al alcance de todos los autores. Sí, insisto, una novela de humor, no de gracietas, gags o chistes, de humor. El humor requiere de talento, ingenio y técnica.
Pero, sobre todo, El hombre que mató a Queipo de Llano es un ejercicio literario, metaliterario, de memoria histórica, de ajustar cuentas con este terrible personaje que tanto poder y dolor acumuló y engendró en la oscura y retorcida Sevilla franquista. Y no puedo concluir este texto sin acordarme de la mosca. Esa mosca, personaje esencial y presencial, que revolotea por los bigotes del general, que borracha aterriza en las sentencias de muerte, que juguetea con los tiempos y que nos ofrece la visión más descarnada del protagonista.
El hombre que mató a Queipo de Llano, de José Luis Castro Lombilla, es una novela que se lee con estupor y terror, que se disfruta y padece al mismo tiempo. Un más que acertado debut literario que nos muestra un escritor al que le auguro un largo recorrido.
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