Ricardo Triviño
Daniel Clowes se ha puesto romántico. Mister Wonderful, su último trabajo, es una historia de amor con un protagonista gris y angustiado, un divorciado cuarentón que busca rehacer su vida. Una cita a ciegas organizada por un amigo suyo y la angustiosa espera en la cafetería son el punto de partida de este relato agridulce.
La obra apareció originalmente publicada en las páginas dominicales del New York Times entre septiembre del 2007 y febrero del 2008, serializada en veinte entregas a página completa. El cómic en tapa dura publicado por Random House equivale a la edición de Pantheon, con páginas añadidas y viñetas modificadas. Es curioso cómo el ritmo cambia completamente. La tensión dramática que había al final de cada página del New York Times, con la consecuente espera de una semana para continuar la historia, desaparecen en el libro.
A pesar de tener el mismo formato apaisado de Ice Haven, Mister Wonderful no tiene más parecido. Frente al caleidoscopio que representa la primera, con variación de estilos y de puntos de vista, en esta última nos encontramos con una trama lineal con el monólogo constante de Marshall, el protagonista, en un estilo de dibujo que escasamente varía. Se perfila aquí una experiencia gris que tampoco comparte la ironía ni la acidez de Wilson, su anterior tebeo. Marshall es un infeliz con baja autoestima que se va a esforzar por conseguir que la cita salga bien. El realismo aquí no da lugar a los disparates ni al humor negro.
Esta característica lo hace diferente a cualquier obra anterior del artista pues deja a un lado su cáustica visión del mundo para mostrarnos un personaje lo más verídico posible. Clowes se aleja del cinismo esperpéntico de John Kennedy Toole para asomarse a los dramas de pareja de Woody Allen. Clowes también es un observador del comportamiento humano y, como Allen, ha apoyado fuertemente sus trabajos en los diálogos y en el lenguaje. En Mister Wonderful las palabras cobran especial relevancia pues, al ser un pequeño fragmento de vida cotidiana de apenas unas horas sin apenas gags humorísticos que rebajen la tensión, y suprimida la espera de las diferentes entregas dominicales, éstas son las únicas que mantienen el interés del lector.
Demostrando sus habilidades, es capaz de crear un juego constante entre el monólogo interior, a modo de paratextos, y los diálogos, en bocadillos. Este juego también lo utilizó Allen en la famosa escena de Annie Hall donde los subtítulos muestran, simultáneamente con la conversación, qué desea realmente cada uno de los protagonistas. Sin embargo, en los cómics, todo sonido es tinta, es opaco, tiene un cuerpo. Los pensamientos de Marshall le impiden tanto a él como al lector ver y oír (leer) qué está sucediendo. El uso más impactante es la solidificación de una risa cruel que acabará por ocupar la vida de uno de los personajes.
Si bien para el fan de Clowes esta historia puede resultar algo descafeinada, tanto por la historia como por el dibujo, cabe valorar el cambio de registro y el gran uso que sigue haciendo del lenguaje, mucho más apreciable, tal vez, en el original inglés. Puede resultar baladí señalarlo pero ser capaz de mostrar una existencia gris y mantener la expectación del lector ni es fácil ni está al alcance de todos.
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