Ariadna G. García
La narrativa finlandesa tiene un hueco, por fin, en las librerías españolas. Anagrama lleva una década publicando las delirantes novelas de Arto Paasilinna (1942); Salamandra editó el año pasado una obra soberbia: Purga, de Sofi Oksanen (1977); y Libros del Asteroide ha rescatado recientemente un libro importante en la literatura ártica: Mi abuelo llegó esquiando, de Daniel Katz (1938). Esta obra, publicada originariamente en 1969, recibió el premio J. H. Erkko (a la mejor ópera prima) del diario Helsingin Sanomat. Su autor, desde entonces, ha ido cosechando varios méritos, como el Premio Nacional de Literatura (2009).
Mi abuelo llegó esquiando fue escrita durante la Guerra de Vietnam. No parece una coincidencia. La novela relata las aventuras e infortunios de tres generaciones de una estirpe judía desde la guerra Ruso-Japonesa (1905) hasta el desenlace de la Segunda Guerra Mundial (1945). El tono humorístico del libro, las escenas absurdas, van a servir de catalizadores de un hondo desarraigo físico y existencial. Su humor arroja luz sobre el lado grave de la realidad: la injusticia, la pérdida, la muerte. Más allá de la carcajada, el autor va buscando la adhesión de sus lectores a un ideario anti-bélico, así como a la toma de conciencia de que la identidad es un concepto en crisis, doloroso e inestable.
La novela se estructura en tres bloques. El primero se centra en el abuelo bielorruso (corneta del ejército del Zar) y en su valiente esposa de origen finlandés. La historia avanza por la acumulación de anécdotas y episodios más o menos jocosos (eróticos y militares). El segundo ofrece una visión descarnada del mundo. Se Localiza en el golfo de Botnia entre los años 1941-1944, en plena Guerra de Continuación, que enfrentaba a las tropas de Finlandia y la URSS tras la derrota del Ejército Rojo en la Guerra de Invierno (1939-1940). El conflicto, ahora, se inserta dentro del escenario de la Guerra Mundial (1939-1945), de modo que el hijo mayor de Benno y Wera, Arje, se ve en la paradoja de luchar contra soldados oriundos de la tierra de su padre en coalición, nada menos, que con el cuerpo de élite de la Alemania nazi, las Waffen SS. Katz explota esta situación grotesca con un humor que se va transformando en materia agresiva. La actitud desenfada del autor encubre el miedo que constriñe a los personajes, sus dudas sobre la lealtad de sus vecinos (e incluso del Estado), el pánico a la deportación a Polonia, o el deseo de huída en barco a Suecia. El último bloque del libro retoma la concatenación de recuerdos dispersos, poco o nada relacionados entre sí. Sin duda alguna, es el más flojo. Pese a todo, ofrece algunas notas interesantes sobre la visión crítica de Daniel Katz a propósito de la ocupación de tierras palestinas por parte de Israel, de los rituales judíos (la circuncisión) y de la inacción de quienes dan sus vidas por perdidas y se dejan atrapar, asfixiar como peces desvalidos, por una red impuesta.
Mi abuelo llegó esquiando hará las delicias de los lectores que gusten de las obras cómicas con trasfondo grave, de las películas de Woody Allen o del teatro de Mihura. Eso sí, con el añadido de un entorno enigmático: la distante y desconocida Europa septentrional.
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