Julián Díez
Se viene distinguiendo en los últimos tiempos Ismael Martínez Biurrun en los territorios de la narración pura, satisfactoria, en el que la hondura no se disfraza en un exceso de artificios, centrada en el placer reflexivo para el lector. Con El escondite de Grisha da un paso más hacia la madurez como narrador sólido, muy suelto y de lectura agradecida, disminuyendo un tanto en este caso respecto a anteriores obras la dosis de fantástico, para incrementar unas gotas de componentes de thriller y una mayor ambigüedad psicológica en los retratos de caracteres respecto a las ya satisfactorias Rojo alma, negro sombra y Mujer abrazada a un cuervo.
La novela tiene como punto fuerte el narrador en primera persona, construido de forma sólida y con voz propia, confusa en ocasiones, límpida en otras. Olmo, simplemente Olmo, vive ante nuestros ojos una convincente metamorfosis, que en realidad es retorno y enfrentamiento con su propia naturaleza, a través de la relación con Grisha, un muchacho adoptado procedente de la Ucrania cercana a la central de Chernobyl. Se encontrarán en reconocibles tardes anodinas de biblioteca de barrio, que darán paso a una relación progresivamente más estrecha.
Porque ambos inadaptados -el gigantón convertido en ese un tanto improbable bibliotecario, el chaval escondido entre libros para eludir su realidad- se atraen inmediatamente en medio de la repulsión generalizada, y ligan de manera inexorable sus destinos. Poco a poco, la relación da paso al descubrimiento del pasado de ambos: la agresividad sólidamente cimentada de Olmo y la soledad desgarradora de Grisha se apoyarán mutuamente como dos borrachos que caminan hombro con hombro en un delicado equilibrio.
Ambos se verán obligados a romper con todo y salir en busca del pasado de Grisha para que al menos uno de los socios sea capaz de sobrevivir. La novela tiene sus mejores páginas en páginas de road movie paneuropea y alucinada, en la que me parece sentir ecos del Picnic Extraterrestre de los hermanos Strugatski, hacia un final catártico del que aún surgirá una coda demoledora.
Por su estilo puro pero evocador, la contundencia de sus escenas de acción, las aportaciones sobre un tema generacionalmente significativo como Chernobyl, la ternura de algunos de sus secundarios —en particular es interesante la relación de Olmo y Euge— y la autenticidad de los sentimientos que plasma, El escondite de Grisha deja en la memoria el regusto de texto valioso, de secreto que es necesario compartir.
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