Ariadna G. García
El pasado 15 de marzo la ciudadanía española tomó las plazas y calles, y con este gesto, recuperó para la reflexión, la convivencia y el debate los espacios públicos. Ray Bradbury, en Fahrenheit 451, sospechaba que las ciudades futuras estarían sometidas a un modelo arquitectónico sobrio, desprovisto de jardines o parques, desnudo de mobiliario urbano. Por fortuna, aunque el sistema económico ha empobrecido las relaciones sociales imponiendo a la gente como norma la prisa y el individualismo, aún permanece intacta la fisonomía de las metrópolis, por cuyos cascos antiguos se viene deslizando desde entonces un sentimiento poderoso e ingobernable: la indignación.
Belén Gopegui, en su última novela, especula sobre la división en el gobierno para afrontar la crisis financiera del país en 2010. La respuesta del ejecutivo se produjo el 12 de mayo, y supuso los mayores recortes sociales de nuestra democracia. Las reacciones no se hicieron esperar: en octubre dimitía la vicepresidenta Fernández de la Vega, y en marzo de 2011 comenzaba el movimiento asambleario del 15M.
Acceso no autorizado lleva a la ficción el desenlace de la biografía política de María Teresa Fernández de la Vega, cuya alter ego ha sido bautizada Julia Montes. No obstante, hay que realizar una clara distinción entre el personaje histórico y el ente discursivo, el sujeto real y el de papel. Este último tiene su propia vida, emociones y concepción del mundo, de los que informa detalladamente la prosa elegante, fina, salpicada de matices líricos, de una Belén Gopegui en estado de gracia.
Recubierto de un atractivo formato de thriler, en Acceso no autorizado convergen todas los radios habituales del género: conspiración, intriga, espionaje, amenaza, traición… Pero lo verdaderamente excepcional del libro es su ideario intelectual y su hondura psicológica.
Ocultos en la noche de Madrid, Julia Montes y una pandilla de hackers comparten –sin saberlo– su soledad y sus ganas de cambio. Ella siente la culpa de quien no se ha arriesgado lo suficiente en la defensa de los demás, de los ciudadanos más débiles, de aquellos que primero naufragan al impacto de la mala gestión de sus representantes políticos. Consciente de la brecha abierta entre la ciudadanía y la clase dirigente, Montes lamenta no ya sólo la corrupción (“cometer actos inmorales se hace más fácil con cada centímetro de distancia social” Bauman, Modernidad y Holocausto), sino también la “inercia” para cambiar el signo de las cosas, aunque peligre el estado de derecho (“la costumbre tiene una fuerza extraordinaria, que excede en gran medida el deseo de auto-conservación” Midgley, Doce ensayos para sacar la filosofía a la calle).
Pese al desencanto de la vicepresidenta, la novela de Gopegui arroja un guante: desafía a los afiliados y simpatizantes del PSOE a repensarse, rehacerse y redimirse; tienen de plazo una legislatura.
Acceso no autorizado tiene el mérito de llevar a los lectores hacia regiones privadas, entre bambalinas, donde se toman decisiones que nos afectan a todos. La delicia de su lectura (suave, clara) favorece la comunicación de su mensaje, su propuesta de redefinición. Igual aún queda espacio de mejora, si vencen los miedos a la banca y los mercados. Sólo hace falta libre albedrío y determinación.
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