Ariadna G. García
La Guerra Civil Española siempre ha sido uno de los grandes temas de nuestra narrativa contemporánea. En los últimos diez años, algunas de las novelas y de las colecciones de relatos más celebradas, estaban inspiradas en el conflicto armado o en sus consecuencias. Soldados de Salamina (2001, de Javier Cercas), Los amigos del crimen perfecto (2003, de Andrés Trapiello), Los girasoles ciegos (2004, de Alberto Méndez) y Carta blanca (2004, de Lorenzo Silva), constituyen los títulos destacados de la primera década del siglo. La guerra, incluso, asaltó la literatura de género, que obsequió a sus lectores con una estupenda novela de terror (Noche cerrada, Emilio Bueso, 2007). En lo que llevamos de segunda década, apenas doce meses, el combate fraticida ya ha cosechado varias obras importantes, lo que significa dos cosas: que escritores y editores se siguen esforzando en mantener intacta nuestra memoria histórica, para que no se olvide el sufrimiento de un pueblo masacrado y se restituya su honor; y que en la sociedad, pese a los intentos de silenciarlo, late el pulso sereno de una democracia joven, pero madura, que desea mirar hacia atrás para impartir justicia y salir reforzada hacia delante. En 2010, el juez Garzón fue procesado por investigar los crímenes perpetrados por los franquistas durante la guerra e inmediatamente después. Al año, Bartleby publicaba un libro de poemas soberbio (Elegía en Portbou, de Antonio Crespo Massieu), rendido homenaje a los ausentes: los muertos y desaparecidos que dejó la guerra entre los demócratas republicanos; Debolsillo, un cómic espectacular (Todo 36-39. Malos tiempos, de Carlos Giménez); y Libros del Asteroide, un conjunto de relatos imprescindibles (A sangre y fuego, de Manuel Chaves Nogales) para conocer hasta qué punto nos transforma una guerra. 2011, además, es el año en que la jueza argentina María Romilda Servini de Cubría, tomando el relevo a un Baltasar Garzón silenciado, amordazado, abrió una investigación criminal para depurar responsabilidades por los asesinatos y torturas en la España fascista durante la dictadura de Franco.
Los nueve relatos de A sangre y fuego los escribió su autor antes de partir al exilio y ya ubicado en Francia, entre noviembre de 1936 y mayo de 1937. Cuenta María Isabel Cintas en el prólogo que algunos de estos textos aparecieron en diferentes revistas europeas y americanas, saciando con ellos la sed de información que nuestra guerra civil provocaba en el mundo. Con ellos, Manuel Chaves relata distintas historias inspiradas en la realidad: el bombardeo de Madrid, la organización de cuadrillas nobiliarias para el exterminio de jornaleros rojos, la desarticulación de una red de espías del bando nacional que emitían la información en morse con linternas, la desorientación de un piloto británico que asistió a un combate entre la Columna de Hierro (milicia popular libertaria) y los socialistas, el intento de un comisionado enviado por el gobierno de la república para salvaguardar el tesoro artístico de Briesca, la angustia y el rencor de un guerrero africano por la pérdida de su compañero de armas, la lucha del personal de servicio de un pequeño hotel la noche del alzamiento, la gallardía de un viejo anarquista que se resistió al papel de actor secundario y lideró la defensa de Madrid, y le reivindicación de su derecho tanto al trabajo como a la vida de un obrero sin carné sindical.
Todos estos relatos nos descubren no ya sólo los entresijos tácticos de un bando y de otro, sino las contradicciones internas de los colectivos y de las personas. A sangre y fuego, como La vergüenza (Bergman, 1968), nos enfrenta al envilecimiento de la gente en un conflicto armado. El periodista Manuel Chaves, desde la distancia sobre los acontecimientos que impone el exilio y con absoluta imparcialidad ideológica, nos muestra las cenizas a la que se reducen los valores morales cuando lo que se juega uno es la propia subsistencia. Los gestos nobles, como la compasión, se pagan con la vida. Y sin embargo, los comportamientos incívicos (traición, venganza, abuso de poder…) se premian con el fardo de una vida culpable, aunque no siempre. La emotividad humana, lo mismo que la piel, sometida a una fuerte presión se llena de callos, y acaba acartonándose
Entre las nueve narraciones, sobresalen las cuatro últimas, que son de lectura obligada para quienes gusten de hacer rápel, con pulso firme, camino del interior de las conciencias más complejas y laberínticas: “Los guerreros marroquíes”, “Bigornia”, “Consejo obrero” y la fantástica “Viva la muerte”.
Libros del Asteroide recupera un título meritorio para la literatura en lengua castellana. La fortuna editorial de A sangre y fuego tiene ahora la ocasión de resarcirse de su olvido en España. Sus traducciones en Francia y en el Reino Unido, así como sus ediciones en Chile o en Méjico, avalan su candidatura a un hueco en nuestro canon, siempre tan conservador cuando se habla de nuevas incorporaciones. Las generaciones venideras, de lectores y críticos, tendrán la última palabra.
1 comentario:
Me encanta este artículo, pero me entristece ver que nos vamos dirigiendo a lo mismo: a castigar lo moral y humano, pero a premiar lo incívico, como bien dices. Muy buen artículo.
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