Caballo de Troya, Madrid, 2009. 190 pp. 12.90 €
Elvira Navarro
La virtud, consumida en crudo, es indigesta. Lo que está bien no puede evitar presentarse como ejemplar(-izante), por lo que, cuando un personaje de un libro es virtuoso, ha de tener alguna tara no sólo para que sea creíble, sino también para hacerse querer. Dostoyevski presenta al moralmente intachable príncipe Myhskin en El idiota como a un pobre tonto, y desde esa estupidez se permite dar lecciones de conducta sin que nos chirríen los prejuicios y el pensamiento. Pues bien, algo así pasa en Las primas, de Aurora Venturini, donde Yuna, la protagonista, parece ser la única capaz de caminar en línea recta en mitad de un terremoto. Lo hace gracias a una suerte de don para la pintura y a que, como aparentemente es un poco retrasada, la tragedia se encuentra con serios obstáculos en mitad del camino. La deficiencia de Yuna radica en cierta dificultad para utilizar el lenguaje. A través de su hablar deslavazado, con el que la autora construye un extraño (aunque cotidiano) y poético mundo, la protagonista nos narra las barbaridades que acontecen en su familia: padre que abandona a su madre con dos hijas subnormales, prima que muere en un aborto, prima enana que se las sabe todas y se prostituye, marchante con ciertos e incluso comprensibles toques de proxeneta y violador, tía loca. Mientras todos gritan, Yuna se esfuerza por: a) ser entendida, y b) caer de pie, y la que esto escribe establece una conexión entre esa voluntad de traducirse en palabras legibles (y lo legible aquí nada tiene que ver con lo informativo, sino con lo luminoso) y no dejarse arrastrar por la marea. Porque la protagonista quiere hacer las cosas como Dios manda.
Por lo demás, el libro, que parece haber sido escrito al mismo tiempo por Faulkner, Natalia Ginzburg y Agota Kristof, es buenísimo y salvaje, y sería una pena que se lo perdieran.
Elvira Navarro
La virtud, consumida en crudo, es indigesta. Lo que está bien no puede evitar presentarse como ejemplar(-izante), por lo que, cuando un personaje de un libro es virtuoso, ha de tener alguna tara no sólo para que sea creíble, sino también para hacerse querer. Dostoyevski presenta al moralmente intachable príncipe Myhskin en El idiota como a un pobre tonto, y desde esa estupidez se permite dar lecciones de conducta sin que nos chirríen los prejuicios y el pensamiento. Pues bien, algo así pasa en Las primas, de Aurora Venturini, donde Yuna, la protagonista, parece ser la única capaz de caminar en línea recta en mitad de un terremoto. Lo hace gracias a una suerte de don para la pintura y a que, como aparentemente es un poco retrasada, la tragedia se encuentra con serios obstáculos en mitad del camino. La deficiencia de Yuna radica en cierta dificultad para utilizar el lenguaje. A través de su hablar deslavazado, con el que la autora construye un extraño (aunque cotidiano) y poético mundo, la protagonista nos narra las barbaridades que acontecen en su familia: padre que abandona a su madre con dos hijas subnormales, prima que muere en un aborto, prima enana que se las sabe todas y se prostituye, marchante con ciertos e incluso comprensibles toques de proxeneta y violador, tía loca. Mientras todos gritan, Yuna se esfuerza por: a) ser entendida, y b) caer de pie, y la que esto escribe establece una conexión entre esa voluntad de traducirse en palabras legibles (y lo legible aquí nada tiene que ver con lo informativo, sino con lo luminoso) y no dejarse arrastrar por la marea. Porque la protagonista quiere hacer las cosas como Dios manda.
Por lo demás, el libro, que parece haber sido escrito al mismo tiempo por Faulkner, Natalia Ginzburg y Agota Kristof, es buenísimo y salvaje, y sería una pena que se lo perdieran.
3 comentarios:
"Buenísimo y salvaje", sí. Esta novela fue para mí como un puñetazo en el estómago, y eso que me había llegado como inocente regalo de mi novio: "Mira, la autora de esta obra la presentó a un concurso bajo pseudónimo, a sus 85 años". No podía más que ganarlo, claro.
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Hola quisiera la psiquis de carina
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