Trad. Beatriz de Moura. Tusquets, Barcelona, 2009. 216 pp. 15 €
Pablo Gutiérrez
De la mayoría de los escritores, pintores y compositores que Kundera cita y analiza en la colección de ensayos titulada Un encuentro (Tusquets, 2009) yo no tengo ninguna referencia; es más, nunca había oído hablar de ellos. No sé nada de Škvorecký, Milosz, Linhartova, ni siquiera sé mucho de Malaparte. Me reconforta la aparición furtiva de Juan Goytisolo, García Márquez, Céline o Carlos Fuentes pero a al pasar la página vuelven Xenakis y Bienczyk para dar al traste con mis ilusiones de sentirme cerca, muy cerca de Milan Kundera.
Un abismo separa a Kundera de este intruso, pobre de mí; yo, que había creído sentirme su primo-hermano después de subyugarme con La inmortalidad, Los testamentos traicionados, La ignorancia (de todos los escritores que me han arañado ninguno lo hizo como él). En Un encuentro Kundera indaga en universos que me son ajenos, y con cada capítulo mi cuaderno se llena de notas, de corchetes, apuntes, títulos que es imprescindible leer antes de que termine el verano.
El lector reconocerá a un autor minucioso y sagaz que hace pasar los libros que lee, la música que escucha y los cuadros que admira a través del cedazo de su experiencia vivida. En cada rincón hallará recuerdos sobre la dolorosa Primavera de Praga, sobre el exilio y la descomposición política y cultural del pueblo checo, aunque el texto aborde la obra de Anatole France o el olvido al que Rabelais fue condenado en el canon literario. Detrás de cada análisis literario, de cada reflexión erudita se despliega la figura de un escritor penetrante, de esos que agarran al lector y no lo sueltan hasta haber vaciado dentro de él una sustancia brillante y densa. Las emociones que provoca la obra de Kundera son confusas; las ideas que genera son clarividentes.
Los treinta y dos ensayos que dan forma a Un encuentro permiten asomarnos al pensamiento de Kundera como observador del arte. En el primero de ellos, probablemente el más sobresaliente, se enfrenta a la pintura de Francis Bacon. Es posible que al lector le ocurra como a mí y aún conserve en la retina la exposición fascinante del Museo del Prado de este invierno; en ese caso comprobará que la sagacidad de Milan Kundera (siempre dirigido, como un detective, a la búsqueda de un sentido) despliega nuevos significados como, por ejemplo, la relación entre los lienzos de Bacon y la literatura de Beckett.
Si el primer ensayo de Un encuentro asombra al lector por su perspicacia, el último lo subyugará por la euforia con la que analiza La piel, de Curzio Malaparte, que dejé bien anotada en la lista de libros que debo leer urgentemente. Kundera se entusiasma frente a Malaparte, y no se resiste a contarnos paso a paso la novela, como cuando salimos del cine y no sabemos disfrutar de la película sin correr a contársela a alguien. Pero probablemente nosotros lo haríamos a salto de mata y torpemente, y en cambio él se demora con exquisita minucia, saborea, medita y expone generosamente sus impresiones, de tal modo que al terminar de leer la docena de páginas que forman el ensayo uno tiene la sensación de haber devorado la novela al completo, una novela fabulosa, una novela glosada y abreviada por gentileza del entusiasta Milan Kundera.
Pablo Gutiérrez
De la mayoría de los escritores, pintores y compositores que Kundera cita y analiza en la colección de ensayos titulada Un encuentro (Tusquets, 2009) yo no tengo ninguna referencia; es más, nunca había oído hablar de ellos. No sé nada de Škvorecký, Milosz, Linhartova, ni siquiera sé mucho de Malaparte. Me reconforta la aparición furtiva de Juan Goytisolo, García Márquez, Céline o Carlos Fuentes pero a al pasar la página vuelven Xenakis y Bienczyk para dar al traste con mis ilusiones de sentirme cerca, muy cerca de Milan Kundera.
Un abismo separa a Kundera de este intruso, pobre de mí; yo, que había creído sentirme su primo-hermano después de subyugarme con La inmortalidad, Los testamentos traicionados, La ignorancia (de todos los escritores que me han arañado ninguno lo hizo como él). En Un encuentro Kundera indaga en universos que me son ajenos, y con cada capítulo mi cuaderno se llena de notas, de corchetes, apuntes, títulos que es imprescindible leer antes de que termine el verano.
El lector reconocerá a un autor minucioso y sagaz que hace pasar los libros que lee, la música que escucha y los cuadros que admira a través del cedazo de su experiencia vivida. En cada rincón hallará recuerdos sobre la dolorosa Primavera de Praga, sobre el exilio y la descomposición política y cultural del pueblo checo, aunque el texto aborde la obra de Anatole France o el olvido al que Rabelais fue condenado en el canon literario. Detrás de cada análisis literario, de cada reflexión erudita se despliega la figura de un escritor penetrante, de esos que agarran al lector y no lo sueltan hasta haber vaciado dentro de él una sustancia brillante y densa. Las emociones que provoca la obra de Kundera son confusas; las ideas que genera son clarividentes.
Los treinta y dos ensayos que dan forma a Un encuentro permiten asomarnos al pensamiento de Kundera como observador del arte. En el primero de ellos, probablemente el más sobresaliente, se enfrenta a la pintura de Francis Bacon. Es posible que al lector le ocurra como a mí y aún conserve en la retina la exposición fascinante del Museo del Prado de este invierno; en ese caso comprobará que la sagacidad de Milan Kundera (siempre dirigido, como un detective, a la búsqueda de un sentido) despliega nuevos significados como, por ejemplo, la relación entre los lienzos de Bacon y la literatura de Beckett.
Si el primer ensayo de Un encuentro asombra al lector por su perspicacia, el último lo subyugará por la euforia con la que analiza La piel, de Curzio Malaparte, que dejé bien anotada en la lista de libros que debo leer urgentemente. Kundera se entusiasma frente a Malaparte, y no se resiste a contarnos paso a paso la novela, como cuando salimos del cine y no sabemos disfrutar de la película sin correr a contársela a alguien. Pero probablemente nosotros lo haríamos a salto de mata y torpemente, y en cambio él se demora con exquisita minucia, saborea, medita y expone generosamente sus impresiones, de tal modo que al terminar de leer la docena de páginas que forman el ensayo uno tiene la sensación de haber devorado la novela al completo, una novela fabulosa, una novela glosada y abreviada por gentileza del entusiasta Milan Kundera.
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