Astiberri, Bilbao, 2009. 184 pp. 19 €
Ricardo Triviño
En 2003, Frederik Peeters encontró el éxito en España con su conmovedora historia autobiográfica Píldoras azules (Astiberri), conmovedora tanto por su narración como por el dibujo. Y eso lo etiquetó porque su siguiente obra, Lupus (Astiberri), fue recibida con sorpresa. Se trataba de una aventura de ciencia-ficción. Resultaba un cambio demasiado radical y arriesgado. ¿Un autor costumbrista dándoselas de George Lucas? Aquello difícilmente podía salir bien.
Nos calmamos cuando descubrimos que, en ese universo del futuro, lo personal y lo cotidiano estaba por encima de la acción y los rayos láser. Peeters, debimos pensar muchos, seguía en su terreno pero disfrazado. Pero luego, la editorial Dibbuks publicó Koma, con dibujos del suizo pero guión de Pierre Wazem y color de Albertine Ralenti, una especie de cuento infantil para adultos donde la historia fantástica de una niña deshollinadora nos transportaba a un viaje hacia las profundidades del planeta. Más relatos imaginarios. Parecía, inexplicablemente, cada vez más interesado por lo onírico. Ahora, la magrittiana portada de Dándole vueltas (Astiberri), su último trabajo traducido en España, parece confirmar la idea de que el artista ginebrino no quiere tener ya nada que ver con el mundo real. En fin, nada más lejos de la realidad.
El libro recopila algunas de las historietas cortas publicadas en diferentes revistas francófonas (Bile noir, Drozophile, Lapin, Comix 2000, Ecritures, Labo...) a lo largo de su carrera, tanto previa como paralelamente a sus obras más extensas (1988-2007). La antología nos muestra a un autor interesado desde sus inicios por lo extraño, por esas dimensiones paralelas donde todo parece divergir ligeramente de cómo pensamos que deberían funcionar las cosas, mundos movidos a veces por una violencia y una mala leche inesperadas, pero que indefectiblemente señalan hacia aquí. Sus primeros relatos incomodan, crean desasosiego; empiezan en su extravagancia y ansiedad ligados a un trazo grueso, tosco y oscuro del cómic underground. Poco a poco, vemos la evolución de sus pinceles, limpiando la línea, sintetizando, convirtiéndolo en un artista capaz de plasmar un bosque únicamente con unas manchas certeras. Del mismo modo, su narración se afila, se libera de viñetas innecesarias o evita los diálogos si la imagen se basta por sí misma. Se aprecian diferentes estadios.
Sin embargo, los temas se mezclan. No hay una etapa donde Peeters deje de lado lo subjetivo, del mismo modo que no hay historieta sin un ápice de extravagancia. Pueden varias los porcentajes, pero ningún aspecto llega a cero. Peeters se entrena, además, en diferentes registros: desde la crítica, con un ensayo en defensa de la legalización de las drogas, hasta la descripción de la espera de dos asesinos a sueldo; desde el análisis de la figura del autor frente a sus creaciones, sumergiéndose él mismo en las viñetas, hasta la expresión de una melancolía anticipada por el futuro de su hija. La soledad y el desamor se mezclan en Upsidedown donde, sin explicación, un hombre que empieza a caminar por las fachadas de los edificios encuentra a su pareja ideal. Incluso hace gala de un humor negrísimo con las peripecias de un troglodita que mata y devora todo lo que se encuentra hasta descubrir que él mismo es comestible.
Cabe ahora recordar las viñetas casi lisérgicas que inauguran Píldoras azules: células y estrellas entre las que bucea el lector mientras el protagonista busca la palabra que necesita; o pensemos en los sueños donde el protagonista aparece hablando con un mamut o frente a un rinoceronte blanco en la consulta del médico. En realidad, lo fantástico también está en la cotidianidad de Píldoras azules. Dándole vueltas, afortunadamente y en contra de lo que se podría esperar, no es una antología más de obras menores previas al reconocimiento del autor. Se trata de la mejor vía para entender por qué Frederik Peeters no puede ser encasillado. Él es un todoterreno al que no le urgen carreteras.
Ricardo Triviño
En 2003, Frederik Peeters encontró el éxito en España con su conmovedora historia autobiográfica Píldoras azules (Astiberri), conmovedora tanto por su narración como por el dibujo. Y eso lo etiquetó porque su siguiente obra, Lupus (Astiberri), fue recibida con sorpresa. Se trataba de una aventura de ciencia-ficción. Resultaba un cambio demasiado radical y arriesgado. ¿Un autor costumbrista dándoselas de George Lucas? Aquello difícilmente podía salir bien.
Nos calmamos cuando descubrimos que, en ese universo del futuro, lo personal y lo cotidiano estaba por encima de la acción y los rayos láser. Peeters, debimos pensar muchos, seguía en su terreno pero disfrazado. Pero luego, la editorial Dibbuks publicó Koma, con dibujos del suizo pero guión de Pierre Wazem y color de Albertine Ralenti, una especie de cuento infantil para adultos donde la historia fantástica de una niña deshollinadora nos transportaba a un viaje hacia las profundidades del planeta. Más relatos imaginarios. Parecía, inexplicablemente, cada vez más interesado por lo onírico. Ahora, la magrittiana portada de Dándole vueltas (Astiberri), su último trabajo traducido en España, parece confirmar la idea de que el artista ginebrino no quiere tener ya nada que ver con el mundo real. En fin, nada más lejos de la realidad.
El libro recopila algunas de las historietas cortas publicadas en diferentes revistas francófonas (Bile noir, Drozophile, Lapin, Comix 2000, Ecritures, Labo...) a lo largo de su carrera, tanto previa como paralelamente a sus obras más extensas (1988-2007). La antología nos muestra a un autor interesado desde sus inicios por lo extraño, por esas dimensiones paralelas donde todo parece divergir ligeramente de cómo pensamos que deberían funcionar las cosas, mundos movidos a veces por una violencia y una mala leche inesperadas, pero que indefectiblemente señalan hacia aquí. Sus primeros relatos incomodan, crean desasosiego; empiezan en su extravagancia y ansiedad ligados a un trazo grueso, tosco y oscuro del cómic underground. Poco a poco, vemos la evolución de sus pinceles, limpiando la línea, sintetizando, convirtiéndolo en un artista capaz de plasmar un bosque únicamente con unas manchas certeras. Del mismo modo, su narración se afila, se libera de viñetas innecesarias o evita los diálogos si la imagen se basta por sí misma. Se aprecian diferentes estadios.
Sin embargo, los temas se mezclan. No hay una etapa donde Peeters deje de lado lo subjetivo, del mismo modo que no hay historieta sin un ápice de extravagancia. Pueden varias los porcentajes, pero ningún aspecto llega a cero. Peeters se entrena, además, en diferentes registros: desde la crítica, con un ensayo en defensa de la legalización de las drogas, hasta la descripción de la espera de dos asesinos a sueldo; desde el análisis de la figura del autor frente a sus creaciones, sumergiéndose él mismo en las viñetas, hasta la expresión de una melancolía anticipada por el futuro de su hija. La soledad y el desamor se mezclan en Upsidedown donde, sin explicación, un hombre que empieza a caminar por las fachadas de los edificios encuentra a su pareja ideal. Incluso hace gala de un humor negrísimo con las peripecias de un troglodita que mata y devora todo lo que se encuentra hasta descubrir que él mismo es comestible.
Cabe ahora recordar las viñetas casi lisérgicas que inauguran Píldoras azules: células y estrellas entre las que bucea el lector mientras el protagonista busca la palabra que necesita; o pensemos en los sueños donde el protagonista aparece hablando con un mamut o frente a un rinoceronte blanco en la consulta del médico. En realidad, lo fantástico también está en la cotidianidad de Píldoras azules. Dándole vueltas, afortunadamente y en contra de lo que se podría esperar, no es una antología más de obras menores previas al reconocimiento del autor. Se trata de la mejor vía para entender por qué Frederik Peeters no puede ser encasillado. Él es un todoterreno al que no le urgen carreteras.
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