Trad. Luisa Fernanda Garrido y Tihomir Pistelek. Acantilado, 2008, Barcelona. 115 pp. 15 €
Guillermo Ruiz Villagordo
Cualquier manera de llegar a conocer algo que posteriormente se revela como un pequeño acontecimiento para uno es válida. En mi caso, mi pasión por las listas posibilitó que hace bastantes años, revisando la nómina de los premios Nobel de literatura, descubriese al único escritor de origen yugoslavo merecedor del galardón, Ivo Andric, a través de una recopilación de relatos publicada por Caralt, El lugar maldito. Hace tanto tiempo que lo leí, prestado de una biblioteca, que sólo recuerdo que tenían a un sacerdote, el padre Petar, como nexo de unión, pero sí se me quedó grabada en la mente la sensación que me dejó de serena reflexión incluso (o sobre todo) al tratar temas especialmente crueles, gracias a ese personaje silencioso que con breves pinceladas dispersas en medio de sus peripecias revelaba su carácter calmo y generoso. Y es que, como la de Magris, que es utilizada en la franja publicitaria para presentarle en este tomito de Acantilado, la voz de Ivo Andric es la de un humanista, en el sentido más específico y más general del término a la vez. En este último, es de la humanidad entera de la que habla, a pesar de que se centre en grupos étnicos concretos.
En este caso son los judíos los que transitan la mayoría de estos relatos, y es como pórtico de ese internamiento en el espíritu sojuzgado de este pueblo en distintas épocas de su historia que el primer relato de este libro, En el cementerio judío de Sarajevo, nos ofrece un paseo a modo de artículo descriptivo por las existencias ignoradas que sus lápidas le sugieren. En El vencedor recrea el episodio de David y Goliat de una manera que recuerda al minotauro de Borges. En Amor en la ciudad parece desarrollar una de las historias que imagina detrás de una de las lápidas de aquel cementerio, la de una mujer muerta ‘en la flor de la juventud’. En Una carta de 1920 el narrador utiliza la excusa de una carta de un amigo que llega después de un encuentro de muchos años para hablar sobre el odio enraizado en su querida Bosnia, a pesar de haber cuatro religiones y de que por tanto ‘debería haber cuatro veces más amor, comprensión mutua y tolerancia que en otros países’, convirtiéndose éstas por el contrario en ridículos acicates de la ira. En Palabras la confesión de una anciana tras la muerte de su marido nos invita a pensar sobre cuánto silencio hay a nuestro alrededor a pesar de tantas palabras y cómo pasa el tiempo sin que hallemos una sola de ellas que nos salve. En Niños por momentos nos parece asistir a un documental sobre la cacería de una gacela por parte de unos leones, para enseguida percatarnos de que esos niños que persiguen para darle una paliza a un judiehuelo cualquiera somos nosotros mismos, capaces de organizar una guerra tan absurda como la irracionalidad instintiva de los jóvenes. Por último, en el relato que da título al volumen, tras desvelarnos las razones de que los personajes hayan acabado donde se encuentran, nos sitúa en el momento justo en que los destinos de un judío y un ustacha (miembro nacionalista croata aliado de los nazis) se entrecruzan y cómo se dirime ese encuentro dados sus particulares bagajes.
En suma, relatos multiformes a modo de fábulas sin moraleja pero con suficiente peso por sí mismas como para que desestabilicen nuestro modo de mirar el mundo y nos obliguen a replantearnos la Historia pasada y ésta otra que construimos todos los días sin apenas darnos cuenta.
Guillermo Ruiz Villagordo
Cualquier manera de llegar a conocer algo que posteriormente se revela como un pequeño acontecimiento para uno es válida. En mi caso, mi pasión por las listas posibilitó que hace bastantes años, revisando la nómina de los premios Nobel de literatura, descubriese al único escritor de origen yugoslavo merecedor del galardón, Ivo Andric, a través de una recopilación de relatos publicada por Caralt, El lugar maldito. Hace tanto tiempo que lo leí, prestado de una biblioteca, que sólo recuerdo que tenían a un sacerdote, el padre Petar, como nexo de unión, pero sí se me quedó grabada en la mente la sensación que me dejó de serena reflexión incluso (o sobre todo) al tratar temas especialmente crueles, gracias a ese personaje silencioso que con breves pinceladas dispersas en medio de sus peripecias revelaba su carácter calmo y generoso. Y es que, como la de Magris, que es utilizada en la franja publicitaria para presentarle en este tomito de Acantilado, la voz de Ivo Andric es la de un humanista, en el sentido más específico y más general del término a la vez. En este último, es de la humanidad entera de la que habla, a pesar de que se centre en grupos étnicos concretos.
En este caso son los judíos los que transitan la mayoría de estos relatos, y es como pórtico de ese internamiento en el espíritu sojuzgado de este pueblo en distintas épocas de su historia que el primer relato de este libro, En el cementerio judío de Sarajevo, nos ofrece un paseo a modo de artículo descriptivo por las existencias ignoradas que sus lápidas le sugieren. En El vencedor recrea el episodio de David y Goliat de una manera que recuerda al minotauro de Borges. En Amor en la ciudad parece desarrollar una de las historias que imagina detrás de una de las lápidas de aquel cementerio, la de una mujer muerta ‘en la flor de la juventud’. En Una carta de 1920 el narrador utiliza la excusa de una carta de un amigo que llega después de un encuentro de muchos años para hablar sobre el odio enraizado en su querida Bosnia, a pesar de haber cuatro religiones y de que por tanto ‘debería haber cuatro veces más amor, comprensión mutua y tolerancia que en otros países’, convirtiéndose éstas por el contrario en ridículos acicates de la ira. En Palabras la confesión de una anciana tras la muerte de su marido nos invita a pensar sobre cuánto silencio hay a nuestro alrededor a pesar de tantas palabras y cómo pasa el tiempo sin que hallemos una sola de ellas que nos salve. En Niños por momentos nos parece asistir a un documental sobre la cacería de una gacela por parte de unos leones, para enseguida percatarnos de que esos niños que persiguen para darle una paliza a un judiehuelo cualquiera somos nosotros mismos, capaces de organizar una guerra tan absurda como la irracionalidad instintiva de los jóvenes. Por último, en el relato que da título al volumen, tras desvelarnos las razones de que los personajes hayan acabado donde se encuentran, nos sitúa en el momento justo en que los destinos de un judío y un ustacha (miembro nacionalista croata aliado de los nazis) se entrecruzan y cómo se dirime ese encuentro dados sus particulares bagajes.
En suma, relatos multiformes a modo de fábulas sin moraleja pero con suficiente peso por sí mismas como para que desestabilicen nuestro modo de mirar el mundo y nos obliguen a replantearnos la Historia pasada y ésta otra que construimos todos los días sin apenas darnos cuenta.
1 comentario:
Excelente crítica sobre un autor poco conocido en España y, esta vez sí, un Nobel con interés.
Publicar un comentario