Ignacio Sanz
A los chinos, tan comedidos y circunspectos, tan protocolarios, también se les calienta la sangre. Cómo no. Aunque, a veces, nos cueste creerlo desde nuestra perspectiva. Todo lo que nos ha llegado de Oriente ha venido filtrado por el peso de los rituales. Tanto en Japón como en China. Esas inclinaciones de cabeza tan ceremoniales que nos hablan de respeto y distancia. Por ello, nos creíamos que no perderían el control y mucho menos las formas. Pero no. Por suerte, cuando un chino se desata la coleta, se olvida de los viejos protocolos y obedece a las viejas pulsiones de la sangre, que nos igualan como personas.
El erudito de las carcajadas es una novela erótica, la primera novela erótica china. Antes de ser publicada en 1617, sus capítulos circularon sueltos de mano en mano para escándalo de algunos bienpensantes. Es, por tanto, una novela coetánea de El Quijote. Mucha aventura y mucha intriga recorre sus páginas descaradas y descarnadas en las que el sexo juega un papel fundamental.
Pero no solo el sexo abierto recorre sus páginas. También las costumbres. Era inevitable. En ese sentido la novela refleja una sociedad estamental muy jerarquizada. Cada personaje está muy marcado en función de la procedencia o del cargo que ejerce. Es decir, que nadie puede saltarse a la torera las normas. Aunque se las saltan. Por ahí comienzas los conflicto que derivan en una intriga riquísima. Hay muchas pendencias y mucho pendenciero salpicando las páginas de esta novela gigantesca en la que los personajes entran y salen como en las clásicas comedias de enredo.
«Este bribón es un monje. ¿Cómo puede ser que, en lugar de observar las reglas de la prudencia, pases las noches con una prostituta y bebiendo vino, alterando el orden de mi territorio? Asistente, lleváoslo y dadle veinte bastonazos. Queda revocado el certificado de ordenación y deberá regresar a la vida laica. En cuanto a la prostituta de la familia Zheng, que le apliquen el aprieta-dedos cincuenta veces y que regrese al prostíbulo, donde quedará al servicio de este tribunal.»
Es un párrafo elegido casi al azar, pero cuyo contenido supongo que sonará a los lectores familiarizados con cierta obras de nuestra tradición occidental, especialmente con La Lozana Andaluza o con La Celestina.
A veces el lector se pierde entre tanto enredo, entre tantísimo personaje como entra y sale, pero la lectura deja un regusto amigable y la certeza de que, pese a las formas, los hombres tenemos las mismas pulsiones y parecidos afanes, ya vivamos en Dinamarca o en Guinea Ecuatorial.
Buena parte de la narración está salpicada de poemas de aliento lírico que nos sitúan en una sociedad que muestra gran respeto por la naturaleza. Las ilustraciones muestran, a veces de manera descarada, las posturas que adoptan los amantes en los momentos de la coyunda.
En definitiva, El erudito de las carcajadas es una rara joya, una obra caótica, traducida y anotada puntualmente por la profesora Alicia Riquelme Eleta, un libro que tiende puentes entre dos culturas que han vivido de espaldas durante siglos y que ahora, por lo que parece, comienzan a mirarse de frente y hacerse cosquillas. Sea bienvenida.
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