Ángeles Prieto
Aunque ya en el mismo Génesis se establece la relación de dominio, superioridad y depredación del hombre sobre los animales, esta supeditación tajante no ha sido así en todas las épocas, porque además ha dependido mucho del tipo de animal con el que nos relacionemos, de la cultura que estemos estudiando y del estadio evolutivo de aquélla. Así, hubo tiempos en que las ratas negras sirvieron de mascota, del mismo modo que los perros o los piojos son considerados alimenticios actualmente en algunas partes del Globo.
Pero sólo en la última década de nuestro país, hemos empezado a interesarnos en serio por esta apasionante cuestión, abordando académicamente la relación con los animales al margen de la zoología, siendo objeto de investigación universitaria por historiadores y ensayistas varios (recomiendo Los animales en la historia y en la cultura, VV.AA. Universidad de Cádiz). Atención motivada indudablemente por la opinión pública y su creciente concienciación frente el maltrato animal, intentando fijar límites. Porque también es verdad que la relación de cariño o apego del hombre con determinados animales es muy remota, teniendo presente que ya aparece en la literatura egipcia antigua el deseo de protección hacia los gatos.
Una introducción al tema que me era necesaria a la hora tanto de abordar, como de aplaudir, el magnífico trabajo recogido en este volumen, Perros, gatos y lémures, donde plumas muy prestigiosas de este país exponen sus diferentes visiones de la relación hombre-mascota, muchísima más compleja, íntima y honda de lo que podemos determinar a simple vista.
En líneas generales, los artículos aquí reunidos podemos dividirlos en dos grandes grupos: Por una parte, unos escritores han optado por relatarnos algunas de las más felices y fértiles uniones entre hombre y animal de la historia de la literatura. De este modo, un brillante Antón Castro abrirá el volumen con la fascinante relación, culminada con hermosas y emotivas palabras, entre Lord Byron y su perro Boatswain, mientras que Carlos Pardo optará por Jules Laforgue, amante de perros y gatos. Pilar Adón nos introducirá en la deslumbrante Virginia Woolf, Elizabeth Barrett y sus obras respectivas, para culminar con la historia, absolutamente lograda, que José Carlos Llop nos relate sobre los lémures del increíble Cyril Connolly. Un último artículo este, narrado con tal acierto, que me hizo de inmediato acudir a la biblioteca en busca de libros publicados por ambos.
Pero la segunda parte del libro la veremos revestida de índole más personal y entrañable, abordando la relación particular de los autores con sus propios animales. Relación que abre Soledad Puértolas y la cierra con la misma maestría Andrés Trapiello. Y entre ellos, la siempre aguda Marta Sanz y Martínez de Pisón, con su hondura característica, para culminar el volumen con auténticos fuegos artificiales.
Y es que las últimas muestras de pirotecnia final, y de embrujadora literatura, corresponden a la interesante historia de Truman Capote, con su perro Charlie y la culminación de esa obra maestra titulada A sangre fría, que nos relatará con acierto Berta Marsé; a la historia de Cortázar con su increíble gato Teodoro W. Adorno, narrado con tiento y mucho estilo por Andrés Ibáñez y, sobre todo, al artículo firmado por ese genial y cálido erudito que acabamos de perder, sin todavía poder asumirlo. Me refiero a Félix Romeo, quien en un prodigio de humor desconcertante, e increíble talento, nos irá uniendo las increíbles relaciones entre Burroughs, Stein, Genet, Chukri y los Bowles con sus no menos fascinantes animalitos.
Mi conclusión es que con este volumen no estamos ante un libro más, sino frente a una apuesta narrativa lúcida y brillante, y un libro al que vamos a volver muchas veces sobre un tema interesante del que aún nos queda mucho que contar. Con el único handicap de que los autores aquí reunidos ya han dejado el listón muy alto.
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