Lucas, 15, 1-3, 11-32: la del hijo pródigo es mi parábola favorita, omnipresente en el manual de religión curso tras curso. Memoricé la generosa compasión del padre, el arrepentimiento del hijo que regresa... Jamás he ocultado que La Biblia es —al margen de inclinaciones o rectitudes de creencias; ¡Dios me libre!— una de mis obras preferidas, pues contiene alta —y muy variada— literatura: desde el más evidente “Cantar de los Cantares” al “Apocalipsis”, casi precursor del surrealismo, pasando por libros que contienen elementos más propios del thriller cinematográfico. Quizá por eso he disfrutado tanto leyendo Elegías a Dios y al Diablo, cuyo título no engaña: es irreverente desde la inteligencia, pero no desde la gratuidad, según dicta la costumbre. Y, pese a su fidelidad a una línea argumental sacrílega, se permite coquetear con otros temas.
Xerais publicó la ópera prima de Samuel Solleiro en 2001 y en su lengua original, el gallego; Elegías a Dios y al Diablo reúne trece textos que concebimos como parábolas. El comienzo es potentísimo, encadenando tres de los mejores relatos del conjunto: “Abundio Domínguez, pescador de hombres” —quizá el más ligado a los mitos católicos—, “Las caras de la luna” —una reflexión borgiana sobre la identidad— y “Vida (y otros milagros)”, escogido por Lengua de Trapo para la contraportada, y en el que Manolo Simal, dueño de una tienda de ultramarinos, encierra a Dios en un bote. Ya en la recta final, conviene prestar atención a “La pipa de papá” —lo infantil, casi naïf, se mantiene hasta el punto final—, con el diálogo entre el niño Santi y la pistola de su padre, y a “La trompeta afilada del segundo ángel”, un microcuento que consigue más que sorprender.
Antes leímos “Escalera hacia el cielo” —¿título en cómplice paráfrasis con el Highway to hell de AC/DC?—, que es, junto con la protagonizada por Simal, la otra gran Elegía: con un tono muy conseguido, que —desde el inicio, «los hechos sucedieron en nuestro pueblo», hasta el final, «así fue, y será siempre»— servidora imagina pronunciado desde el púlpito, Solleiro narra el bautismo del burro Popeye. En “Escalera hacia el cielo” convergen las dos características principales de Elegías a Dios y al Diablo: el humor al contar —la retranca, que supera la ironía y se mueve entre el absurdo e, incluso, la violencia— y la magia natural en lo contado. Porque la atmósfera de estas Elegías no es la del realismo mágico, aunque se le parezca: se trata del aura de un fantástico cotidiano, de la posibilidad de alimentarse de cadáveres frente a la indignación de los curas del pueblo —y con el apoyo del resto de vecinos—, de la abuela que confunde al nieto con el abuelo y que confiesa su ateísmo. Sucesos de todos los días, más o menos, creíbles porque Solleiro escribe —otro juego— como Dios.
Yo quisiera emparentar a Samuel Solleiro, por aquello de suscitar —de paso— el interés en sus obras, con autores coetáneos y también en lengua gallega como Cid Cabido o Mario Regueira, que se atreven con los márgenes, que experimentan y conciben el lenguaje como un elemento vivo. Si conocen la literatura gallega actual, me darán la razón; quienes no, disponen de una excusa para entonar estas Elegías a Dios y al Diablo, o para leer dz ou o libro do esperma, publicado por Xerais en 2006 —sin traducción al castellano— y más sólido aún.
Hasta aquí, Dios.
En cuanto al Diablo... Permitan que se presente.
Xerais publicó la ópera prima de Samuel Solleiro en 2001 y en su lengua original, el gallego; Elegías a Dios y al Diablo reúne trece textos que concebimos como parábolas. El comienzo es potentísimo, encadenando tres de los mejores relatos del conjunto: “Abundio Domínguez, pescador de hombres” —quizá el más ligado a los mitos católicos—, “Las caras de la luna” —una reflexión borgiana sobre la identidad— y “Vida (y otros milagros)”, escogido por Lengua de Trapo para la contraportada, y en el que Manolo Simal, dueño de una tienda de ultramarinos, encierra a Dios en un bote. Ya en la recta final, conviene prestar atención a “La pipa de papá” —lo infantil, casi naïf, se mantiene hasta el punto final—, con el diálogo entre el niño Santi y la pistola de su padre, y a “La trompeta afilada del segundo ángel”, un microcuento que consigue más que sorprender.
Antes leímos “Escalera hacia el cielo” —¿título en cómplice paráfrasis con el Highway to hell de AC/DC?—, que es, junto con la protagonizada por Simal, la otra gran Elegía: con un tono muy conseguido, que —desde el inicio, «los hechos sucedieron en nuestro pueblo», hasta el final, «así fue, y será siempre»— servidora imagina pronunciado desde el púlpito, Solleiro narra el bautismo del burro Popeye. En “Escalera hacia el cielo” convergen las dos características principales de Elegías a Dios y al Diablo: el humor al contar —la retranca, que supera la ironía y se mueve entre el absurdo e, incluso, la violencia— y la magia natural en lo contado. Porque la atmósfera de estas Elegías no es la del realismo mágico, aunque se le parezca: se trata del aura de un fantástico cotidiano, de la posibilidad de alimentarse de cadáveres frente a la indignación de los curas del pueblo —y con el apoyo del resto de vecinos—, de la abuela que confunde al nieto con el abuelo y que confiesa su ateísmo. Sucesos de todos los días, más o menos, creíbles porque Solleiro escribe —otro juego— como Dios.
Yo quisiera emparentar a Samuel Solleiro, por aquello de suscitar —de paso— el interés en sus obras, con autores coetáneos y también en lengua gallega como Cid Cabido o Mario Regueira, que se atreven con los márgenes, que experimentan y conciben el lenguaje como un elemento vivo. Si conocen la literatura gallega actual, me darán la razón; quienes no, disponen de una excusa para entonar estas Elegías a Dios y al Diablo, o para leer dz ou o libro do esperma, publicado por Xerais en 2006 —sin traducción al castellano— y más sólido aún.
Hasta aquí, Dios.
En cuanto al Diablo... Permitan que se presente.