viernes, junio 23, 2006

Entre los vándalos, Bill Buford

Anagrama, Barcelona, 1992. 371 pp. 14 €

Hilario J. Rodríguez

En el libro A salto de mata, Paul Auster incluyó un capítulo titulado Béisbol en acción, donde explicaba cómo utilizar una baraja de cartas que seguían las mismas reglas que el béisbol. El escritor norteamericano quería hacerse rico con aquel juego, pero al final fracasó porque casi nadie fue capaz de entender de qué iba la cosa. Tampoco yo supe hacerme una idea al respecto, pese a leer las instrucciones un par de veces. Luego me enteré en Estados Unidos de que en realidad el béisbol es un deporte que sólo entienden unos cuantos elegidos. Sin embargo, hay quienes van a ver partidos sin tener la más remota idea de lo que sucede en el campo de juego, interesados única y exclusivamente en lo que sucede en las gradas, entre la gente. Yo, sin ir más lejos, fui a ver un partido en Nueva York, en el estadio de los Metzs, y estuve cerca de cuatro horas bebiendo cerveza, charlando animadamente con los amigos y observando con desgana a los jugadores. He de reconocer que salí de allí con la misma idea con la que había entrado, aunque con la sensación de que el ambiente que genera un deporte así es, a primera vista, mucho más estimulante que el que muestra la televisión cuando salen los seguidores de algún equipo de fútbol.
Cualquier deporte nos sirve para explorar nuestra identidad en relación con los demás. Al escritor Bill Buford, por ejemplo, el fútbol le sirvió para aprender algunas de las diferencias que hay entre Estados Unidos y Gran Bretaña, donde la violencia tiene su origen en conceptos a menudo contrapuestos. Entre los británicos observó cómo cualquier competición deportiva se convertía en una excusa para transformarse en miembros de tribus salvajes. Poco a poco, fue descubriendo que la mayoría de los hooligans son gente trabajadora con una capacidad adquisitiva razonable, que todos los fines de semana bebe cerveza hasta caer de culo y que, si puede, va a los estadios donde juega su equipo, para vociferar y en ocasiones para provocar a los seguidores del equipo rival, acabando a palos unos y otros por simple diversión. Bill Buford se sintió interesado en los ambientes donde se movían al comprobar la tensión que provocaba su presencia en una estación de trenes en Gales, después de un partido. De ahí saldría Entre los vándalos, un libro casi nietzscheano en el que se investiga la libertad cuando ésta da forma al terror.
Un partido entre Honduras y El Salvador, durante la fase de clasificación para el Mundial de Fútbol de México de 1970, primero provocó el suicidio de una joven y más tarde un conflicto bélico en el que hubo más de diez mil bajas y sobre el cual gira La guerra del fútbol, de Ryszard Kapuściński. Seguramente ningún otro deporte ha generado tantas víctimas mortales, en los graderíos, en bares y restaurantes o ante un televisor; en cualquier sitio menos en los campos de juego. Hay quienes creen que la violencia en el fútbol es un fenómeno asociable ante todo a los hooligans y que se desarrolló en los años ochenta, mientras Margaret Thatcher ocupó el cargo de Primer Ministro en Gran Bretaña; pero lo cierto es que en Latinoamérica no sólo mueren hinchas en la actualidad, a veces en cantidades escalofriantes, sino que además allí se han producido las mayores catástrofes de las historia, como cuando en Perú en 1964 hubo 320 muertos y más de mil heridos coincidiendo con un partido entre su selección nacional y la argentina. Por más que uno busque paralelismos con las masacres llevadas a cabo en la antigua Yugoslavia, con los asesinatos de turcos en Alemania o con las declaraciones racistas de algunos líderes de partidos nacionalistas, la violencia que acompaña al fútbol tampoco es un fenómeno exclusivo de Europa.
De 1982 a 1990, Bill Buford se movió entre hinchas del Manchester United. Necesitaba encontrar motivos que explicasen el comportamiento vandálico de los hooligans. ¿Se trata de seres insatisfechos? ¿De simples adultos con complejo de Peter Pan, reacios a crecer y asumir sus responsabilidades? ¿Por qué a veces se muelen a palos entre sí, como cuando sus equipos juegan en la misma liga, y otras unen sus fuerzas, como cuando hay un partido de la selección inglesa? ¿Existe alguna relación entre el fútbol y la xenofobia? Para intentar responder a estas y muchas más preguntas, Entre los vándalos describe las vidas de varios hooligans, que no aclaran demasiado con sus discursos sobre las raíces culturales o la sensación de pertenencia a un país en concreto, pero que sirven de retratos robot de la gente que grita en los estadios de fútbol y que a veces apuñala o golpea a un seguidor de un equipo contrario al suyo.
Fedor Dostoievski reconocía en una carta redactada a los dieciocho años que «el hombre es un enigma, y yo me ocupo de ese enigma porque deseo ser hombre». Sobre ese enigma gira toda su obra, al menos desde que rememoró su experiencia en un penal de Siberia en Recuerdos de la casa de los muertos; algo semejante le ocurrió a Bill Buford durante el tiempo que dedicó a documentarse para escribir Entre los vándalos, sin encontrar nunca una justificación, una respuesta a los interrogantes que le movieron en todo momento. El deporte es un misterio para quienes no lo practican, para quienes han de conformarse con observarlo desde afuera. Eso, no obstante, lo hace atractivo, misterioso. Doblemente literario. El boxeo, sin ir más lejos, ha inspirado piezas literarias de una extrema delicadeza, además de una calidad indiscutible. Joyce Carol Oates, en su imprescindible Sobre el boxeo, decía que «el deporte despierta ansiedad teórica y al mismo tiempo fascinación en los escritores, que lo comparan con un oponente cuyos límites quieren conocer, para así conocer también los suyos propios». Quizás el fútbol, y el deporte en general, sea algo parecido: un oponente cuyos límites ciertos escritores, como Bill Buford, han intentado conocer, para comprobar si con el lenguaje se le puede ganar un combate.

9 comentarios:

Anónimo dijo...

Qué buena crítica. Ojalá todas fueran así: serias, razonadas, personales, hechas por alguien que demuestra ser tan buen lector. Enhorabuena, Hilario.

Anónimo dijo...

Querido amigo:
Muchas gracias por tus palabras.
Un saludo.
Hilario

Miguel Sanfeliu dijo...

Enhorabuena.
Excelente texto.

Anónimo dijo...

Querido Kafka Procesado:

Te agradezco, además de las amables y cariñosas palabras que me dedicas, la atención constante que le dedicas al blog y a mis compañeros. En mi nombre y en el de todos, un fuerte abrazo.
Hilario

Anónimo dijo...

Veo que todo el debate crítico-literario del blog consiste en darse besos unos a otros.

Anónimo dijo...

Querido Karl:

El debate crítico-literario de este blog también consiste en elegir armas cuando te reta a un duelo o pretende caminar por la calle empujando a sus semejantes.
El contestador anónimo

Anónimo dijo...

el libro de Buford es suficientemente bueno, al igual que el oficio del autor, como para tener que mencionar a Auster al principio. El fervor religioso que despierta cualquier autor debería quedar al margen de la crítica de otro.

Twat Boy dijo...

Bill Buford al final se siente fascinado por la violencia, ejerce una atracción sobre él. Creo que esa es la moraleja, la violencia es atractiva, por lo que hay que tener cuidado y no dejarse llevar por comportamientos gregarios, sea cual sea el ámbito: fútbol, manifestaciones, fiestas multitudinarias... Además ese es un retrato de Inglaterra con todas sus peculiaridades socioculturales.
Un saludo a todos

Anónimo dijo...

la violencia siempre va a existir en la historia humana,grandes cambios en la sociedad se han dado a través de ella(la revolución francesa,las independencias de los esclavistas españoles en el continente americano ...) lo que hay que hacer es saber la enfocar.