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viernes, octubre 30, 2015

La espada y la palabra. Vida de Valle-Inclán, Manuel Alberca


XXVII Premio Comillas de Historia. Tusquets, Barcelona, 2015. 765 pp. 27 €

Ángeles Prieto Barba

Desde luego, acometer la vida y andanzas del prosista español más notable del siglo XX, supone una tarea exhaustiva. Ardua labor que hace honor a un personaje tan complejo, pues nos cuenta el autor que le ha costado diez años de investigación poder completarla. Una vez terminado el libro, justificamos plenamente este trabajo no se si con vocación de biografía definitiva, pero sí de mejorar las ya existentes. Ahora bien, conviene aparcar la plúmbea idea inicial de encontrarnos ante un sesudo y minucioso estudio universitario que relacione vida y obra en todo momento, ya que Alberca se centra en la vida de Valle, la ordena para nosotros dejando a un lado el análisis académico de la obra, resultando así entretenida y apasionante. Asimismo es encomiable la actitud firme del biógrafo de no dejarse engañar por leyendas, conveniencias políticas, dimes y diretes, y comprobar todos y cada uno de los lances en los que cuentan que Valle participó, o se vio envuelto, para poder acercarnos así,sin prejuicios previos, a la persona que un día de 1866 bautizaron con el nombre de Ramón José Simón, y no Ramón María, siendo este el primer dato que nos desconcertará y sorprenderá del conocido autor. Al igual que buena parte de lo que ocurre en el libro, no lo duden.
Del mismo modo que Quevedo, y solo con él podemos compararlo, Valle de sí mismo construye un personaje público, histriónico, característico y popular, tras el que se esconde no pocas veces inventando y falseando datos sobre su propia vida. Es listo y tremendamente escurridizo, no es fácil atraparlo. Por lo que no ha debido resultar sencillo desenmascarar a este aristócrata carlista furibundo y exagerado, atento a sus intereses como también padre atento, cariñoso y ejemplar. Un caballero desfasado de otros tiempos con el que tendremos seguras diferencias, pero también cercanías. Desde su nacimiento en Villanueva de Arosa en 1866 hasta su muerte, acaecida en Compostela el 5 de enero del fatídico 1936, son varios los escenarios culturales en los que transcurre su vida: Galicia, Madrid, México y Roma serán los cuatro puntos cardinales básicos para poder entenderlo. Nada más gallego que Divinas palabras, el Madrid y la política de la Restauración está en Luces de bohemia, del mismo modo que México en Tirano Banderas, mientras que en Roma conocerá el último de sus fracasos, el de gestor político, cargo que no obstante acometió en un principio con entusiasmo y rectitud.
Dos son los grandes caballos de Troya que para nosotros desmonta Alberca. Uno es el mito de la penuria económica constante, presente en toda la vida de Valle. Nada más lejos de la realidad pues conoció viviendas lujosas y en todo momento recibió cuantiosas sumas por la venta de sus obras, en especial por esas Sonatas que nunca dejaron de rendirle beneficios. Sí es cierto que pasó estrecheces durante unos años en el cambio siglo, deambulando por diferentes viviendas en alquiler. Tampoco dejó de quejarse. El otro gran bulo se monta en torno a sus posibles inclinaciones políticas de izquierda dado su talante crítico y algunas amistades como la de Azaña, pero nada tiene que ver: Nunca dejó de venerar al pretendiente carlista, del que conservó su retrato y al que debemos situar sin dudarlo como representante y defensor del antiguo absolutismo.
En cualquier caso, si dejamos a un lado su maravillosa escritura autodidacta que siempre le proporcionó ingresos, la vida de Valle no fue un camino de rosas. Bien por decisiones propias, bien por desventuras ajenas a su control, va de fracaso en fracaso hasta la derrota final. La pérdida del brazo que sobrellevó con entereza loable, el nulo éxito comercial de su avanzado teatro, el distanciamiento con su primogénita, el desgraciado final de su matrimonio con esposa enajenada y acosadora, y la quijotesca, pero frustrada gestión de la Academia de Bellas Artes en Roma, se asemejan a una empinada escalera descendente donde el autor tuvo que padecer.
Lo que sí vamos a vislumbrar con este libro es a un Valle muy alejado de esperpentos, mitificaciones y exageraciones grotescas. Todo lo contrario, el biógrafo ha tenido el acierto de devolvérnoslo natural y asumible, tal cual. Ignoro todavía si en la posterior biografía del nieto del escritor, Joaquín del Valle-Inclán Alsina, que acaba de publicar Espasa hace unos días, obtendremos un retrato similar o distinto. Pero que Manuel Alberca ha conseguido acercárnoslo más que nunca, con cuidado, exactitud, sentido común e inteligencia, sin dudarlo.

viernes, diciembre 19, 2014

Guiomar, El rescate de la diosa, José Mª Luque y Mª Dolores Ramírez

Crea, Montilla (Córdoba), 2014. 290 pp. 15,60 €

Ángeles Prieto Barba

El duelo es un proceso vital sumamente complejo, que suele durar mucho más de lo que solemos pensar de partida, pues superarlo conlleva también la aceptación, más o menos resignada, de nuestra propia muerte. Tras esta experiencia terrible, eso que llegamos a denominar “segundas oportunidades”, constituye más bien una epifanía o manifestación alborozada de que se ha conseguido un nuevo nacimiento. Justo eso, y no otra cosa, es lo que vino a significar Pilar de Valderrama en la vida y en la poesía de don Antonio Machado tras la dolorosa muerte de Leonor y viceversa, toda vez que ella también se deslumbra con el apasionado poeta, tras asumir con amargura el fracaso desdichado de su matrimonio.
Pues bien, esta historia de amor tan hermosa la hemos tenido que contemplar a posteriori, cuestionada y empañada por la opinión ácida de críticos literarios a los que no solemos poner en duda. Y es un error, porque para juzgar con rectitud nada mejor que acudir nosotros mismos a las fuentes, tanto literarias como históricas. Justo lo que han hecho con constancia y entusiasmo María Dolores Ramírez y José María Luque, los autores de este ensayo esforzado que nos dan a conocer con numerosas pruebas irrefutables a una persona muy especial, de trato exquisito y adelantada a su época, mucho más real y mucho más cercana a lo que pudo ver el poeta sevillano, y no digamos nada a lo que nos cuentan, con segura animadversión, los críticos.
En principio, la mujer de 38 años a la que Antonio Machado conoce en 1928 es una señora exquisita de la alta burguesía con tres hijos, asunto que compatibiliza con una actividad intelectual avispada e inquieta, nada frecuente. Pilar adora la poesía (ya había publicado Las piedras de Horeb y Huerto cerrado) y el teatro, así que no tiene nada de extraño que, tras conocerse, el poeta viera en ella un alma gemela y quedara prendado. Nada influye su procedencia social, sus ideas conservadoras pero progresistas respecto a la educación de las mujeres o sus firmes convicciones religiosas, que actuaron más bien de acicate para un romance apasionado que duró ocho años y que acabó, como tantas cosas, con aquella guerra nuestra tan desgraciada y la posterior muerte del poeta.
Pero Luque y Ramírez no se limitan, ni mucho menos, a rememorar el romance a través de los documentos conservados, sino que lo enmarcan de maravilla en su época, a la vez que nos permiten también aproximarnos con mucho interés al pensamiento y obra de Pilar, en absoluto desdeñable, como se ha venido considerando hasta ahora. Porque Pilar fue miembro de la Academia Hispanoamericana de Cádiz, dejó escrito cuatro libros de poesía, una antología, varias obras de teatro y una autobiografía, obra más que suficiente para que le prestemos la atención debida en estos tiempos reivindicativos sobre tantas autoras postergadas.
Y porque la verdad es la verdad, dígala Agamenón aunque la discuta su portero (cita machadiana de Juan de Mairena), es preciso acercarnos a esta musa suya con la justicia que merece, despojándola de los desprecios y velos de carácter claramente ideológicos en que nos la han presentado envuelta. No solo para conocerla mejor, y también a su poeta, sino también para que reflexionemos seriamente y para que tengamos de una idea más precisa de lo que hemos sido y venido siendo hasta ahora.

miércoles, octubre 09, 2013

Limónov, Emmanuel Carrére

Trad. Jaime Zulaika Goicoechea. Anagrama, Barcelona, 2013. 400 pp. 19,90 €

Julián Díez

Hay libros que son destinos y libros que empiezan rutas. Las abren por muy distintas razones. Por ejemplo, por ser capaces de despertar en un lector mínimamente vivo el interés por continuar conociendo el tema. Por fijarse más detalladamente en algo en lo que hasta entonces no había reparado.
Limónov es de estos últimos, lo que quizá sea el mejor halago que puede hacerse a la labor de un escritor-periodista, colóquense los oficios en cualquier orden, como es Carrére. Para mí Eduard Limónov era hasta el momento un figurante sin rasgos distintivos en el enorme drama que debe estar desarrollándose en estos momentos en Rusia, ese país que miramos siempre con atracción morbosa tintada por el temor. Ahora es un personaje imborrable: uno de esos caracteres que abarcan toda una época, un signo de nuestro tiempo. Un signo de interrogación, en concreto.
Es obvio que el propio Carrére, al que inicialmente se le encargó hacer un reportaje sobre el personaje, se vio envuelto progresivamente en todo el proceso de atracción y repulsión que nos hace seguir como lectores en esta biografía sui géneris. Porque es difícil resistirse a la fascinación por un tipo que ha sido raterillo de suburbio soviético, poeta laureado, mendigo gay, líder de partido político, mayordomo, héroe contracultural, guerrillero serbobosnio y, eso sí, ególatra infatigable en cualquiera de esas actividades. Como resume el autor, no se conoce a mucha más gente que haya ido a cócteles con Andy Warhol en Nueva York y haya estado recluido en cárceles siberianas. Si un escritor de ficción hubiera creado un personaje así, su novela habría sucumbido a la imposibilidad de suspender la incredulidad del lector.
Sin embargo, quien afronta la labor de retratar al personaje es alguien de la destreza de Carrére. A quienes ya tuvieran ocasión de disfrutar de De vidas ajenas o, especialmente, El adversario no necesito hacerles ningún apunte adicional. Para quienes aún no le conozcan, decirles que comparte ciertos manierismos —intervención personal en el relato, incorrección— con sus afamados paisanos Houllebeq y Beigbeder, pero a mí me resulta más auténtico. No necesita epatar por postura, sino que lo hace por lo que narra, siempre con impecable eficacia.
Y ese personalismo le obliga a no esconder las dobleces del personaje, a no poder ocultar que le resulta repulsivo por momentos. El lector tiene margen de maniobra suficiente y abundancia de información para llegar a sus propias conclusiones. Aunque yo no tengo casi ninguna: Limónov, además de un personaje novelesco, es demasiado carnal para ser interpretado de cualquier manera convencional, unidireccional. Y por ello encarna con precisión el zeitgeist de nuestro tiempo confuso, en el que es imposible conocer verdaderamente la realidad ante la multiplicidad de fuentes, la existencia siempre de voces que condenan el bien y la habilidad del mal para camuflarse entre la vegetación.
Como a la Rusia de hoy en día, creo que me encantaría conocer brevemente a Limónov, para luego mantenerle bastante lejos a él y a esos muchachos que le acompañan con una bandera nazi que ha sustituido la cruz gamada por la hoz y el martillo. Carrére dice que no son mala gente del todo... pero por si acaso. Aunque, dado que este no es un libro destino, sino que abre ruta, a partir de ahora no podré evitar echar un vistazo más detallado de cuando en cuando a lo que ocurre por allí. Y ver si Limónov tiene una nueva reencarnación pasados los setenta años con la que pueda, todavía, reinventarse con su enésimo disfraz. El que Carrére le propone para terminar el libro, con ternura, no creo que le satisfaga.

lunes, junio 17, 2013

Mi hermana y yo, J. R. Ackerley

Trad. Andrés Barba. Sexto Piso, Barcelona, 2013, 287 pp. 23 €

Ángeles Prieto Barba

Irrita que todavía sigan existiendo estudios, congresos y hasta cónclaves para determinar características literarias diferentes según el sexo de los autores. Y no sólo porque intentamos establecer separaciones en un asunto donde la propia Naturaleza no es tajante en absoluto, sino también porque en ellos se cae en generalizaciones o tópicos ilógicos, que sólo demuestran un gran desconocimiento sobre el desarrollo y evolución de la producción literaria. Como intentar separar la literatura de acción de la literatura de sentimientos, o para los detractores de estos últimos, de mesa-camilla.
Pues bien, esta obra que comentamos sería un ejemplo excelente de esa literatura de mesa-camilla, aunque escrita por un hombre. Abiertamente gay, alegarán algunos. Pues sí, un escritor gay que aquí sin duda nos transmite una visión sesgada y muy masculina (tópicamente masculina), de su vida rodeada de mujeres: su querida perra Queenie, su anciana tía Bunny y su insoportable hermana Nancy. Y es necesario avisar de que adentrarse en estas páginas, bastante impúdicas por cierto, supondrá al lector un pequeño infierno emocional, pues el texto en sí produce bochorno ajeno, ganas de liarse a bofetadas con la hermana o cerrar el libro para siempre, acciones que no realizaremos porque Ackerley además, es un seductor impresionante, hasta el punto de seguir leyéndole tan sólo por averiguar cómo termina arreglándose con ellas, verdugos y víctimas a su vez del escritor que las retrata de forma tan implacable.
Debemos tener presente en todo momento de que en este libro no nos encontramos ante el diario completo, preparado y dado a imprenta por su autor, sino ante una selección del mismo, realizada póstumamente por su amigo Francis King y centrada en torno a un episodio dramático, como será el intento de suicidio de Nancy, la hermana. Y de que, antes de abordarlo, sería muy conveniente disponer de algunos datos básicos sobre la vida, obra y milagros de este escritor, posiblemente uno de los mejores diaristas de todos los tiempos por su descarnada honestidad, su estilo y sus circunstancias familiares.
Para presentar a Ackerley (1896-1967), hijo de un adinerado empresario, británico y bananero, nada mejor que sus propias palabras en el inicio de Mi padre y yo, su obra más conseguida: «Yo nací en 1896 y mis padres se casaron en 1919» Un buen principio para una historia familiar nada convencional en la época en que se desarrolla, esa sociedad británica, rígida y victoriana, enfrentada a un siglo XX inaudito, que Ackerley estrena con un padre mujeriego y hasta bígamo, muy capaz de mantener perfectamente a dos familias sin que nadie se enterara hasta su muerte. Y a quien Joe (Joseph) culpará de buena parte de sus males posteriores, aunque también sea la persona a la que debió su buena posición económica y sus estudios en Cambridge. Amigo íntimo de Forster, descubridor de grandes escritores como W. H. Auden, Christopher Isherwood o Philip Larkin, consiguió mantenerse durante veinte años como editor literario de la revista de la BBC, “The listener”, a la vez que disfrutó de una vida sexual intermitente, intensa, onerosa y tormentosa con marineros y obreros, prácticamente analfabetos.
Y en esas circunstancias tan especiales, Ackerley en la recta final de su vida, recogió a las tres mujeres mencionadas, manteniéndolas económicamente aunque todos sus afectos se centraron en una sola: la perra Queenie, protagonista asimismo de este libro, a la que quiso Joe sin medida, como bien se refleja en otro de sus libros, Mi perra Tulip y yo.
Volviendo a Mi hermana y yo, y para animar a un lector curtido y no convencional, muy alejado del que sólo busca emociones en la trama, puedo asegurar que en este libro nos encontraremos al final con un sentimiento inesperado: la compasión que nos hace más sabios. Como asimismo constatar cuánta grandeza podemos encontrar en esa literatura de mesa-camilla denostada, tan alejada de las imposiciones frívolas y consumistas del mercado.

sábado, mayo 18, 2013

María Estuardo, Stefan Zweig

Trad. Carlos Fortea. Acantilado, Barcelona, 2012. 416 pp. 26 €

Miguel Baquero

Además de excelso novelista —¿cómo?, ¿qué todavía no has leído su Novela de ajedrez?— Stefan Zweig fue un biógrafo de primera línea; de hecho, muchas de sus biografías han servido de modelo a otros autores a la hora de relatar la vida de un personaje histórico con perspicacia psicológica, atención al detalle significativo, un profundo toque lírico en los momentos cruciales y, en el fondo y como remate de todo, una capacidad genial para captar el fondo social y humano de la época a través del protagonista de la biografía. El libro dedicado a María Antonieta, dentro de las figuras históricas tratadas por Zweig, es sin duda todo un clásico en este sentido; y en todo caso, es una narración impresionante tanto por su amenidad, como por su estilo narrativo, como por su calado psicológico.
Dos años después de la publicación de María Antonieta, en 1934, Zweig publicó la biografía María Estuardo, que ahora reedita Acantilado en una magnífica edición. No es, sin duda, una narración tan límpida y contundente como la que el autor austriaco trazó de la reina de Francia, pero ello no ha de achacársele al escritor sino a la figura biografiada y a las múltiples luces y sombras que la rodearon (luces y sombras que incluso hoy, siglos después, aún no han sido desveladas del todo y siguen manteniendo la realidad entre penumbras).
Convertida en piedra de choque, en plena época de la Contrarreforma, entre los partidarios del protestantismo (Inglaterra en especial, con su reina Isabel a la cabeza) y los defensores de la vieja Iglesia papista (Francia y España, sobre todo), es comprensible que la verdad en torno a María Estuardo, reina católica de Escocia, se haya desvirtuado y tergiversado en función de los intereses de unos y otros. Tanto más cuanto los avatares de su vida la hicieron perder el trono, ser apresada por los ingleses y finalmente llevada al cadalso tras un juicio (o remedo de) cuya resolución llegó a convertirse en “casus belli” entre Su Graciosa Majestad Isabel I y Su Muy Católica Alteza Real Felipe II, quien llegó a fletar toda una armada para conquistar la isla y poner fin a la ofensa intolerable cometida contra la vida de toda una reina ungida, con el resultado creo que ya de todos conocido.
Sabe Zweig, por tanto, que se está moviendo por un territorio resbaladizo, sembrado en su día de mentiras interesadas, exageraciones y ocultamientos. Sin embargo, desde la perspectiva del tiempo transcurrido, el escritor austriaco no tiene miedo de cotejar, por ejemplo, los documentos que se mostraron como inculpatorios para la Estuardo con sus características psicológicas, para concluir si tales documentos, o esas otras argumentaciones, son ciertos o tienen visos de haber sido manipulados. La biografía, así, pasa en muchos momentos a convertirse en una verdadera novela sobre las argucias de unos y otros, sus comadrejeos por las cortes europeas, la venalidad y la hidalguía de estos y aquellos… Al fondo, dando forma al cuadro completo, la persona de María Estuardo, compleja como todo ser humano, inteligente en ocasiones, de comportamiento estúpido a veces, imbuida de su majestad y al mismo tiempo cubierta de dudas. Y más al fondo aún de la reina de Escocia, como una presencia amenazadora, su Némesis, la reina Isabel de Inglaterra —¡sublime personaje!—, que de igual manera la tema, la odia, la admira…

martes, enero 15, 2013

Charles Dickens: Mi vida, Claire Tomalin

Trad. Begoña Recasens. Aguilar, Madrid, 2012. 565 pp. 18 €

Ángeles Prieto Barba

Charles Dickens fue el primer gran escritor de éxito masivo en el mundo occidental contemporáneo que ejerció como tal llevando una existencia de escaparate, cara al público, que podemos estudiar. De hecho, tal era su popularidad que en vida él mismo ya designó como biógrafo a su gran amigo el periodista John Forster, quien emprendió esta tarea dos años después de su muerte acaecida en 1870. Y desde entonces hasta ahora, recién celebrado el bicentenario de su nacimiento, ha sido objeto constante de jornadas y homenajes, estudios críticos, históricos, sociales y por supuesto, biógraficos. Pues bien, este ensayo que tenemos aquí, el de Claire Tomalin, es uno de los más serios, rigurosos y mejor trabajados, una biografía acertada y sin duda superior a la de Peter Ackroyd o la de J. B. Priestley, quiénes se centran menos en el personaje, más preocupados quizá por otros aspectos literarios o sociales anexos y consultando asimismo menos fuentes para confeccionar sus visiones particulares.
Porque lo que Claire Tomalin nos va a mostrar aquí no son sólo las condiciones para que surgiera este exitoso e incansable trabajador de la pluma, sino también los claroscuros de una persona compleja, que concentra en sí todo lo mejor, y también lo peor, de la era victoriana. En cualquier caso, un narrador genial con unas extraordinarias dotes de observación y el creador de personajes más importante, tras Shakespeare, de la literatura anglosajona: los inolvidables Barnaby, Amy Dorrit, David Copperfield, los amigos del club Pickwick, Jenny Wren, Scrooge y tantos otros. Hijos propios y personales, nunca caricaturas de personas reales, en un autor que supo y pudo mantener al margen su vida, de su obra literaria. No así del mercado y de la expectación que generaba su sola presencia.
Pero además otro asunto a destacar es que en este ensayo su autora no se limita a narrarnos con detalle los avatares más significativos de su vida (la prisión por desfalcos de su padre, el ingrato trabajo infantil en una fábrica de betunes, pasante de abogados, taquígrafo en el Parlamento, primer amor fracasado, matrimonio prolífico y desgraciado, diversiones, amantes y viajes), sino a trazarnos una vida con coda y sin marcha atrás desde el entusiasta e incansable joven Dickens hasta el maduro, lúcido y desesperanzado. Lo mismo que le ocurrió a esa sociedad suya que supo desterrar los peligros de una revolución social inminente (cartismo), mejorando las condiciones de vida de los desfavorecidos, pero no pudo disfrazar ni mantener ese estatus hipócrita de religión, moralidad y buenas costumbres que impusiera al resto del mundo sus creencias en el progreso material y la superioridad de la raza blanca.
Conmueve muchísimo el Dickens que Claire Tomalin traza porque no sólo estaremos ante el gran escritor de fachada. Por el contrario, nos encontraremos al amante de las chanzas y las juergas con los amigos, al que se embarca en varios proyectos y los termina todos, al ser caritativo capaz de levantar y sustentar económicamente un hogar de acogida para prostitutas, pero también a quien trató con crueldad a su más que digna esposa o al cobarde que escondió a su amante herida en un accidente para que nadie descubriera la relación. O al padre injusto y despreocupado que distó de tratar igual a todos sus hijos. Y a pesar de todo, un ser excepcional con todas sus grandezas y miserias. Por eso, si el objeto de un ensayo biográfico no debe ser otro que conocer al retratado, este es, insisto, el mejor que podemos encontrar en el mercado sin olvidarnos de que luce además, y para colmo, un traducción digna e impecable. Un libro trabajado y brillante.

miércoles, diciembre 15, 2010

Pistola y cuchillo, Montero Glez

El Aleph Editores, Barcelona, 2010, 128 pp. 18 €

Miguel Baquero

Hay que aclarar, antes de nada, que el último libro de Montero Glez, Pistola y cuchillo, no es una biografía de Camarón de la Isla, pese a lo que pudiera pensarse por lo que dice la faja que lo envuelve o por la portada. Pistola y cuchillo es una narración en la que el célebre cantaor aparece como personaje protagonista… quizás algo más: una novela en la que la acción gira en torno a la figura del de San Fernando, y a la fascinación que, en su día, ejerció sobre aquellos que le rodeaban y quienes trataron con él. Se alude, sí, a varios capítulos de su biografía, se retrata su inveterada pasión por el tabaco, o se pintan algunos rasgos famosos de su personalidad, como su aire distante o el laconismo con que se solía expresar, pero, a pesar de ello, la novela de Montero Glez no es la crónica novelada de una vida. El objetivo de este libro no es reconstruir unos pasos sino recrear, durante unas páginas, una presencia: la de Camarón de la Isla. Su planta, su manera de sentarse al filo de la silla, su modo de romper a cantar, su figura, su arte…
Para poder cumplir este objetivo, el de invocar a alguien y que el llamado resulte eficaz, se necesita, por encima de todo, de cualquier técnica o de cualquier truco de oficio, escribir con verdadera entrega, con auténtica pasión por el personaje al que se rememora. Este era, a mi entender, el principal riesgo de una novela como ésta: el que sin “verdad” no puede sostenerse. En que, cierto modo, sólo cuanto más sincero y genuino fuera el sentimiento, sólo así podrían tener sentido las páginas, y en el momento en que el escritor desfalleciera o, aún peor, se refugiara en el elogio continuo, el ditirambo o la hipérbole excesiva, el edificio podría venirse abajo. Sin embargo, siempre he tenido a Montero Glez, desde sus primeros libros, por un escritor valiente, en el sentido de no rehúye caminar al filo de la navaja, es más, suele encontrarse a gusto allí donde las novelas se juegan a cara o cruz, donde un detalle lo decide todo … y en este caso, lo genuino y verdadero de su pasión por Camarón hace que, sin red debajo, atraviese el alambre y consiga llegar hasta el final.
Como en otras novelas de Montero Glez, no es en ésta tampoco importante la trama, o no está armada la novela en torno a ella. Lo importante es el ambiente, los personajes, el clima que consigue crear el escritor; lo que ocurre podría decirse que es lo de menos, y prueba de ello es que la acción parece a veces detenerse durante muchas páginas en un mismo punto, punto del que el narrador va y vuelve mediante recuerdos; así mismo tampoco importa demasiado si la acción llega a resolverse o no. Para quienes creemos que las buenas novelas no son, o no deberían ser, una sucesión de peripecias, rápidas y ágiles, de fácil lectura y aun más fácil olvido, sino la construcción, mediante el estilo, de un mundo paralelo y un ambiente en el que sumergirse, cada novela de Montero Glez supone todo un acontecimiento. En el caso de Pistola y cuchillo, otro más.


Otras reseñas de Montero Glez en la Tormenta:
-Pólvora negra
-Manteca colorá
-Diario de un hincha

martes, diciembre 29, 2009

Como una moto. La vida galopante de John Belushi, Bob Woodward

Trad. Miguel Izquierdo. Global Rhythm, Barcelona, 2009. 528 pp. 25.50 €

Martí Sales

Tornado Belushi, vorágine Belushi, terremoto Belushi. Todo fenómeno metereológico de largo alcance o de consecuencias imprevisibles se le puede aplicar. John Belushi (1949-1982), el gran cómico, vivió inmerso en el descontrol de alguien que se droga a todas horas, sin dejar de rodar episodios del seminal y grandioso programa Saturday Night Live (de donde salieron Bill Murray, Chevy Chase, Dan Ayrkroyd y tantos otros) o películas que pincharon en la taquilla como 1941, de Spielberg, o The Blues Brothers, de Landis. Bob Woodward, el autor de esta biografía (que apareció en 1984, sólo dos años después de la muerte de Belushi), se documentó a fondo: entrevistó a todo el mundo que le había conocido: desde estrellas del cine como De Niro y Nicholson hasta taxistas y camellos. Así consiguió que su libro fuera polifónico y poliédrico y la visión de la vida de Belushi, muy completa. Su mujer, Judy Belushi, años más tarde de su muerte y también de la aparición de este libro, escribió su versión de la vida de su famoso marido, una visión más tierna y próxima, según ella, que creía que Como una moto. La vida galopante de John Belushi (Wired: the fast times and short life of John Belushi, en el original) se centraba demasiado en el consumo de drogas de su difunto marido. Sí, es verdad: hay un montón de drogas en Como una moto. Como las había en la vida de Belushi, lo queramos o no. El libro es, precisamente, la crónica de una muerte anunciada por un abuso sistemático de la mayoría de sustancias estupefacientes que había a su disposición en aquella época; o sea, un “no seas tan bestia/tonto como él y no lo hagas” medio encubierto. También es un retrato del funcionamiento interno de Hollywood de los setenta y de los avatares de la fama (John Belushi celebró su treinta aniversario en 1979 y aquel mismo día su película Animal House (Desmadre a la americana) era número uno de recaudación en taquilla, su disco Briefcase full of blues, con los Blues Brothers, era el más vendido y su programa de televisión SNL el más visto); vaya, otra vez la historia del ascenso paulatino y placentero y de la rauda caída final, pero no se hace pesado (aunque no esté especialmente bien escrito; con dignidad, solamente) porque el personaje tiene mucha enjundia: era tan animal que te partes y te estremeces de un párrafo a otro. Hay la descripción de muchos gags y de muchas farras, de muchas intentos fracasados para reconducir su autodestrucción y de muchos dislates, éxitos y gamberradas. Para quien no lo conocimos pero lo admiramos, este un libro fantástico, ya que después de haberlo leído nos parece que entendemos y estamos mucho más cerca de este gran cómico y destroyer que fue John Belushi.

lunes, agosto 10, 2009

Cuando Kafka vino hacia mí, Hans-Gerd Koch (ed.)

Trad. Berta Vias Mahou. Acantilado, Barcelona, 2009. 288 pp. 20 €

Manuel Vilas

Hans-Gerd Koch ha reunido en el volumen titulado Cuando Kafka vino hacia mí, traducido por Berta Vias Mahou para la editorial Acantilado, diversos testimonios sobre Kafka de amigos, familiares, amantes, compañeros de trabajo, vecinos y conocidos. En primer lugar, he de decir que la traducción de Berta Vías es excelente; diría que más que excelente, porque la traducción de Vías se convierte en una prosa castellana fascinante, capaz de captar ese aroma tan espiritual como difuso que impregna los testimonios sobre Kafka. El libro de Koch es una especie de Nuevo Testamento sobre el autor de El Proceso. Como yo soy kafkiano acérrimo, el libro me ha entusiasmado. En estos textos que informan sobre la vida privada de Kafka se insiste en la tradicional imagen angelical del autor de la Carta al padre, imagen que inauguró en su día el magnífico libro sobre Kafka de Max Brod. Ya dijo Steiner que Kafka tenía la fuerza de los creadores de religiones, y este libro de Koch ofrece un variado ramillete de recuerdos biográficos donde late la impresión de que Kafka era un ser especialísimo, un ser humano de virtudes excepcionales, siempre original, siempre seductor y con un pie en lo sobrenatural, y siempre intensamente bondadoso. El texto de Milena Jesenská es, en ese sentido, muy hermoso y muy revelador.
La transformación de Kafka en una especie de Cristo no me parece casual. Su renuncia, ya voluntaria o involuntaria, a convertirse en un escritor profesional, dentro del contexto de su tiempo, le libró de las ambiciones ordinarias y lo elevó a categoría de mito fundacional de la literatura indie. Por otro lado, Kafka sigue siendo, junto con Joyce, el escritor más importante del siglo XX, y probablemente lo es porque sus novelas supieron encarnar las grandes y misteriosas y nuevas alienaciones que se cernían sobre el ser humano. El kafkiano profesional busca en la vida de Kafka indicios y soluciones a la oscuridad alegórica de las novelas de Kafka. En ese sentido, este libro es importante. Porque en este libro sale reforzado el judaísmo de Kafka, y estos testimonios recogidos por Koch avalan las interpretaciones judaizantes de la obra de Kafka, las que, en su día, avanzó Brod y que luego le fueron tan duramente censuradas. Todo cuanto vamos sabiendo de Kafka apunta con fuerza hacia el judaísmo, de modo que los exegetas madrugadores que se apresuraron a señalar ese entramado judío de la obra de Kafka van ganando sobre los exegetas que se han esforzado en secularizar a Kafka, aunque el resultado final es el mismo, y el resultado final es el que he dicho antes: Kafka como mito fundacional de la literatura del siglo XX y su literatura como la mayor representación literaria de la alienación contemporánea. Pero quiero pensar que quedan rincones menos santísimos en la vida de Kafka. Hay algo siempre peculiar en Kafka: sus tres grandes novelas (América, El castillo y El proceso) contienen un simbolismo autobiográfico muy complejo. Ese simbolismo hace que libros como este de Koch (o como los de Gustav Janouch y Max Brod) sean muy necesarios a la hora de tratar, o de negociar, o de sucumbir ante el misterio Kafka.

martes, julio 14, 2009

Todo lo que quería decir sobre Gustave Flaubert, Guy de Maupassant

Trad. Manuel Arranz. Periférica, Cáceres, 2009. 132 pp. 14 €

Alba González Sanz

De un tiempo a esta parte algunas de nuestras principales editoriales están haciendo una encomiable labor de rescate de autores y obras hasta ahora no traducidos, o hace mucho tiempo olvidados por el mercado. En lo que toca a los autores franceses de la segunda mitad del siglo XIX y del celebrado fin de siècle, la veta es extensa y no poco importante. Así, la editorial Sexto Piso rescataba el célebre Las diabólicas, del extravagante Barbey d’Aurevilly (en muchos aspectos padre espiritual de los jóvenes decadentistas). Ahora, Periférica ofrece reunidos los dos textos más interesantes que Maupassant escribió sobre uno de los maestros del diecinueve francés: Gustave Flaubert.
Ambos textos tienen como centro el recuerdo de la figura de Flaubert, muerto en 1880. El primero es un artículo de prensa de 1884 y el segundo, el prólogo que el joven relatista colocó a la edición de la correspondencia entre éste y George Sand, en 1890. Es curioso notar, a este respecto, que el extenso prefacio tiene un único centro de atención en la figura del creador de Emma Bovary, diciendo apenas nada de la escritora que es mero pretexto para uno de los mejores análisis sobre la obra de Flaubert antes hechos.
Puntualizado esto, toca resaltar lo que de bueno e interesante para el lector tiene este libro. Ya el prólogo del traductor, Mauro Arranz, ofrece las coordenadas básicas para quienes lleguen a los dos autores citados con algo de despiste. Los recuerdos biográficos y literarios de Maupassant completarán a la perfección un fresco de época sin el cual resulta muy difícil, a día de hoy, entender cuestiones claves de nuestra literatura. Así que el especialista tendrá al alcance estos dos textos en castellano y quien no lo sea tendrá ante sí un tiempo de la historia literaria francesa detenido y narrado por una de sus voces principales en diálogo con la escritura de otra ellas.
Decir que Maupassant adoraba a un hombre a quien conoció en sus inicios y que marcó su relación con la escritura a pesar de la diferencia de edad, es decir algo sabido. En estos textos asistimos a un ejercicio de recuerdo que no mitifica hasta lo sobrenatural, pero que busca defender –y lo consigue- la dignidad y memoria de quien ya no está para defenderse a través de un finísimo análisis de su obra y la teoría que la sustenta. Y si la crítica tiene fama de ser afilada, invitaría a los curiosos a un repaso por las revistas y periódicos franceses del momento para ver hasta qué punto ante ciertas cuestiones la moral burguesa tocó a rebato sin compasión. Y Flaubert, con su estudio minucioso del alma humana, con esos coqueteos con la más pura esencia finisecular que son Las Tentaciones de San Antonio o su Salambó, no iba a librarse.
Maupassant repasa, en el prólogo a la correspondencia con Sand, las inquietudes novelísticas de Flaubert en el aspecto intelectual, en el aspecto de fondo. También habla de lo sensorial, pero le interesa llegado un punto referir un peculiar conjunto de anotaciones que Monsieur Gustave atesoraba y relacionaba: el conjunto de ellas componía una reflexión general sobre la estupidez humana: citas erróneas, respuestas falsas, boutades de todo calibre… Lamento no poder confirmar si esas notas han sido alguna vez editadas al completo o si quiera en español, pero su acceso virtual en francés es relativamente sencillo. Muchas de las citas provienen de autores reputadísimos en su época y en épocas anteriores, todavía hoy admirados. Al mordaz y fino Flaubert no se le escapa nada. Podría citar muchas pero me quedo con una de Descartes en apariencia no tan flagrante como otras, que reza: «Los soberanos tienen derecho a cambiar algo de las costumbres», se puede leer en el Discurso del método.
Ofrece Maupassant en la parte final del prólogo una descripción de taller de escritor. Si tan célebres fueron en la época las novelas de artista, algo de ellas hay en la manera en que describe la ropa, el lugar y los ritmos de Flaubert. Más interesante es sin duda cómo desmenuza la que para él es la poética del escritor, sus ideas en torno al estilo, la novela, la sociedad o sus integrantes en el otro artículo, pero los aspectos humanos no sobran, resultan por el respecto de quien los escribe, enriquecedores.
En definitiva, una buena manera de acercarse a dos autores franceses que, cada uno en su tiempo y en su estilo, sobresalieron y dejaron huella. También, como he comentado, una ventana a la sociedad literaria del fin de siglo francés, época que rara vez no atrapa por completo al lector.

viernes, mayo 22, 2009

Elvis, la construcción del mito / Elvis, la destrucción del hombre, Peter Guralnick

Trad. Alberto Manzano. Global Rhythm, Barcelona, 2008. 575 pp / 847 pp. 49.5 € / 49,5 €

Manuel Vilas

En mi opinión, no creo que haya un mito más grande y más fascinante en el mundo de la cultura de masas de la segunda mitad del siglo XX que el mito de Elvis Presley. Reconozco que no puedo ser imparcial a la hora de hablar de Elvis Presley, que me puede el mito, pues Elvis es para mí una de las creaciones humanas más hermosas y más definitivas. Mi fascinación por Elvis es total. Por eso, estos dos volúmenes de carácter biográfico de Peter Guralnick, que ha traducido impecablemente Alberto Manzano para la editorial Global Rhythm, son una auténtica biblia para cualquier apasionado del fenómeno Elvis Presley. El fenómeno Elvis es más complejo de lo que pudiera parecer a primera vista, y tiene distintos niveles de conocimiento. Guralnick sabe perfectamente que hablar de Elvis en profundidad es hablar de los sueños colectivos de millones de fans que dieron a Elvis una identidad que oscila entre lo irracional, lo político, lo libidinoso, y lo sacrificial. Guralnick sabe que la historia de Elvis Presley es la historia de una destrucción, de un sacrificio, de una distorsión moral. Pero más allá de las interpretaciones, que en el caso de Elvis son imprescindibles, los dos tomos de Guralnick están escritos con un rigor aplastante. Decir que estamos ante la biografía definitiva de Elvis puede ser ya un tópico, pero desde luego me parece muy cierto que tardará bastante en aparecer una biografía que supere la meticulosidad de ésta.
Encontrará el lector en estos dos tomos una reconstrucción llena de detalles de la vida de Elvis, de sus orígenes familiares, de sus primeros estudios, de su vida privada, del mundo en el que se movió durante su juventud, del advenimiento a los círculos infernales de la fama, de los conciertos, de las giras, del dinero, de las discográficas, del cine, de los mánagers, de los músicos, de las drogas, de las amantes, de los amigos, y de la política. Los dos tomos, titulados Último tren a Menphis y Amores que matan, siguen la cronología de la vida de Elvis, desde enero de 1935, con que se inicia el primer volumen, hasta el verano de 1977, cierre del segundo volumen. Quizá uno de los capítulos más escalofriantes es el dedicado a la autopsia de Elvis Presley. Esa autopsia tiene un valor simbólico que casi no alcanzo a vislumbrar. La mitología elvisiana tiene en estos dos tomos la cartografía imprescindible para alcanzar el corazón de ese hombre, o de esa voz, que es un resumen de lo que como raza hemos sabido idolatrar, conducir a los altares de la histeria y de la pasión. Quizá la histeria que acompañó la vida de Elvis sea la gran creación psicosocial del siglo XX. El estremecimiento orgiástico, liberador, compulsivo, erotizante de las masas ante una voz sigue siendo un misterio, probablemente un misterio de origen político, que tiene que ver con la democracia y con el capitalismo emocional