viernes, julio 13, 2007

El Cid contado a los niños, Rosa Navarro Durán.

Ilustraciones: Francesc Rovira. Edebé, Barcelona, 2007. 185 pp. 17,30 €

Alberto Luque

En el año 1207 un tal Per Abbat dejó escrito un largo poema sobre las aventuras y desventuras de un caballero medieval, Rodrigo Díaz, el Cid Campeador, muerto en Valencia hacía más de un siglo, en el año 1099. La mayoría de los estudiosos coinciden en afirmar que Per Abbat sólo fue un copista, quizá el primero, de un poema o cantar de gesta de autoría anónima que recorría los territorios de frontera por boca y gracia de juglares. En realidad son muchos, y muy atractivos, los misterios que rodean al Cantar de mío Cid pero todos ellos pasan a un segundo plano ante dos hechos innegables: la supervivencia de esta obra literaria a través de los siglos y su papel decisivo para impulsar el mito cidiano fuera de nuestras fronteras.
Precisamente este año se cumplen los 800 años del manuscrito de Per Abbat, y un gran número de editoriales se ha sumado a esta conmemoración con ediciones muy diversas, buena parte de ellas dirigidas a los más pequeños. Este es el caso de El Cid contado a los niños, título incluido dentro de una colección que Edebé dedica a las adaptaciones infantiles de grandes obras literarias españolas. Frente a otras editoriales, que han optado por fundir el Cid histórico con el Cid legendario o simplemente han dejado vía libre al autor para reinventar al personaje con nuevas aventuras del gusto infantil, aquí estamos ante una adaptación del Cantar de mío Cid, por lo que el libro se muestra como el vehículo idóneo para dar a conocer a los jóvenes lectores este gran poema épico medieval, que en su versión “original” resulta excesivamente complicado y farragoso.
Esta empresa no resulta fácil, ya que el Cantar fue creado para ser declamado por los juglares, que recorrían las tierras de frontera narrando las gestas de un caballero que había desafiado a la gran nobleza, y que gracias a su inteligencia y su valor logró forjar su propio destino. Sin duda este mensaje sería escuchado con agrado por los hombres y mujeres que habitaban esas peligrosas tierras —a veces simples puestos de avanzada en la estrategia expansiva de los reinos cristianos—, y que se sentirían muchas veces tan abandonados y zaheridos por la alta nobleza como en tiempos el mismo Cid Campeador. Así, en el Cantar hay de todo: no faltan las luchas sangrientas, tan del gusto de la época, y las escenas escabrosas, como el relato de la Afrenta de Corpes, en el que los infantes de Carrión golpean y abandonan en un solitario bosque a sus esposas, las hijas del Cid. Aunque, lógicamente, algunos de los valores que se desprenden de su lectura han perdido vigencia, el Cantar posee unos claros atractivos que justifican su lectura más allá de consideraciones dogmáticas como ser el primer, y casi único, cantar de gesta escrito en castellano. Para los más pequeños sin duda será una excelente forma de divertirse y de conocer una de nuestras grandes obras literarias —y una de las más internacionales— que de otro modo, y al ritmo que lleva la LOGSE, probablemente no vayan a leer jamás en su versión íntegra.
El Cid contado a los niños es, pues, una interesante propuesta de lectura, aunque a veces el texto adolezca de fuerza literaria debido tal vez al propósito de compendiar los 3730 versos del original y adaptarlos al lector infantil, tarea nada fácil que implica, además, la prosificación de unos versos que en sus orígenes requerían, además de su recitación, la declamación y el uso, por parte de los juglares, de la interpretación gestual y el acompañamiento musical. En esta ocasión, la música, inspiradora de emociones, es sustituida por las sugerentes ilustraciones de Francesc Rovira.
Una buena oportunidad en todo caso para que los más pequeños se acerquen a esta obra literaria, cuya lectura —aunque el libro no hace ninguna referencia a las edades a las que va dirigido— parece apropiada a partir de los ocho años.

1 comentario:

pollito dijo...

Estoy de acuerdo con el comentario del libro y con las opiniones sobre la situación de la educación en España.

Sólo un pero: "adolecer de" significa "padecer" y no "carecer de".