martes, noviembre 07, 2006

Un placer fugaz, Truman Capote

Lumen, Barcelona, 2006. 744 pp. 22,00 €

Salvador Gutiérrez Solís

Pasado el tiempo, desaparecido el protagonista, ¿hay alguna regla, baremo, frontera, que indique lo que debe ser rescatado o no del pasado de un autor? Herencias insatisfechas, conocimiento interior, curiosa introspección, investigación, retrato psicológico, intimidad, deudas pendientes, facturas por pagar. ¿Podríamos pesar/medir/tasar los recuerdos —en gramos, en metros, en precio—, saber los que más han importado en una vida; podríamos saber qué recuerdos son los salvados por su propietario y cuáles ha desechado casi instantáneamente? Por desgracia, la mayoría de las veces la muerte aparece sin previo aviso, no nos cita para una fecha concreta y en multitud de ocasiones nos sorprende con la cesto de la colada a rebosar. ¿A quién le podrían interesar mis camisas sucias, esos calcetines agujereados que escondo en los zapatos, los calzoncillos sin elástico —que siguen siendo los más cómodos de mi colección—? Pero, voy más allá, ¿qué valor podría tener esa camiseta raída y deshilachada, que escondo en el baúl como un recuerdo la adolescencia —aquel verano del 94—, y que sólo es eso —y nada más—: una camiseta raída y deshilachada? En demasiadas ocasiones los autores no cuentan con la capacidad de decidir sobre su presencia en el futuro, cuando ya no están entre nosotros. Son otros, con diferentes intereses, con diferente conciencia de ese pasado, de esos recuerdos, los que tienen la posibilidad de decidir.
Aunque recientemente nos hemos encontrado con rescates no deseables, sobre todo en aquellos casos protagonizados por autores marcados por la pulcritud y la constante corrección, en el caso concreto de Truman Capote hay que entenderlo como un acierto. (Tengamos en cuenta que en los últimos meses hemos asistido a una resurrección de la figura de Capote desde diferentes perspectivas y soportes, en versión cinematográfica o publicando una novela inédita). Un acierto, sí, pero para conocer o contar con más datos del Capote hombre, el Capote social, el Capote mediático, el Capote sentimental, aunque no para seguir avanzando o disfrutando del Capote escritor. Del Capote escritor nos tendremos que seguir conformando con su magistral A sangre fría, la alucinógena Música para camaleones o la emotiva Desayuno en Tifanny's, que es mucho, muchísimo. El propio escritor, en su correspondencia, agrupada bajo el título genérico de Un placer fugaz, ya advierte constantemente de esta circunstancia, como si hubiera podido ver visto en la bola mágica lo que pasaría años más tarde con todas las cartas que conservaba. Sólo tengo cinco minutos, no tengas en cuenta la redacción, pero es que necesitaba escribirte, suele repetir.
Un Capote español y actual podría salir de la fusión o combinación —según la técnica de transmutación empleada— de Paco Umbral, Ángel Antonio Herrera y Jesús Mariñas —sí, el de Salsa Rosa, ahora Dolce Vita, ¿o es de Dónde estás corazón?—. Es decir, una mezcla de frivolidad y talento, de periodismo y cotilleo, de hiel y champán, de verbo e improperio, de realidad e intuición, de lujo y miseria. Porque en Capote cabe todo, y su vida, y esta correspondencia son unos ejemplos magníficos. Capote ocultó buena parte de sus complejos —o de lo que él entendía como debilidades— bajo un azote dialéctico y literario que repartía tan generosa como rápidamente; una mente lúcida, el mecanismo siempre bien engrasado, que puso al servicio de sus dedos mientras golpeaban la máquina de escribir o agarraban una estilográfica, algo que demuestra en sus novelas, en su faceta periodística, pero también en su correspondencia —a pesar de sus constantes excusas—. Un placer fugaz también es una lección magistral del chismorreo a gran escala —eso que habitualmente conocemos como prensa rosa, y que en nuestro país no escapa del gris—, pero protagonizada por personajes de especial relevancia intelectual y social —en la mayoría de las ocasiones—. No es lo mismo escuchar los improperios que se dedican los Matamoros, la Pantoja o la Zaldívar, que conocer los secretos de alcoba o desmanes de Brando, Chaplin, Hemingway, Faulkner, Fellini, Warhol o Gore Vidal —puestos a elegir—.