martes, noviembre 21, 2006

El reino animal, Sergio Ramírez

Alfaguara, Madrid, 2006. 224 pp. 15 €

Román Piña

El rey Juan Carlos por lo visto mató un oso borracho. No sabía yo de esa debilidad de nuestro monarca por el alcohol. Los elefantes, o por lo menos las elefantas, son capaces de reconocerse en un espejo. A los seres humanos nos cuesta más. El reino animal no está acotado en un parque o un noticiario. Por el enchufe de tu cocina pueden empezar a salir hormigas como un puré vivo y tal vez mañana amanezcas con un brazo menos. Una garrapata, en el último capítulo de House que vi, se metió en la vagina de una adolescente que casi la palma.
Sergio Ramírez ha dedicado un libro de relatos al reino animal; por una vez un escritor se ocupa de algo que nos concierne. Ramírez es ya en sí mismo una rara avis. Pasar por la revolución sandinista y por la vicepresidencia del gobierno nicaragüense, recibir formación germánica y encontrarle a Mallorca algo más que playa, lo convierten en un quetzal, un animal digno de ponerse al hombro de De la Quadra Salcedo. Ramírez entregó 15 años de su carrera de escritor a la revolución, un sueño que luego las urnas despacharon en un santiamén. Pero como él mismo dice, “otros entregaron su vida”. Con semejante bagaje vital, vale la pena acercarse a la obra del ganador del premio Alfaguara 1998 con Margarita, está linda la mar, al autor de Mil y una muertes.
Empezar por El reino animal puede ser un acierto, un entrante exquisito que nos avisa del tamaño de sus guisos más potentes. Estos relatos sobre animales tienen casi todos el interés de lo fabuloso, lo extraordinario. Ramírez antepone a cada relato una estampa científica del animal que protagonizará la historia. En alguna de ellas, el animal es sólo una presencia en la sombra. Por ejemplo en “Por qué cantan los pájaros”, las protagonistas son tres amigas que se reencuentran, y el pájaro apenas asoma un ala como acariciando el colofón del relato. Otras historias tienen por personajes a niños con apodos de animales, como Gallinita de Monte, la Mosca o Pulga. Pero la mayoría tienen en común la curiosidad de una peripecia en cuyo centro ruge, gruñe o palmea un animal. Peripecias trágicas, por supuesto.
Sergio Ramírez ha rastreado en prensa historias de animales o relacionadas con ellos, y muchas nos las ha transmitido en forma de reportaje aséptico. Apenas hay un solo discurso sensiblero, pro-animales, y este está lleno de humor: el del Midas del pollo crudo, convertido en conferenciante, transformado en defensor de los derechos de todos los animales a raíz de la muerte del fundador del Pollo de Kentucky. Sin embargo, no he podido volver a comer pollo tras su lectura. Es desternillante y brillante el relato del tigre y su número de circo junto a su domador Roy, y cómo el público atiende engatusado al mismo. Es delicioso el relato en forma de entrevista televisada al policía que dirigió el asalto a un apartamento —lleno de sorpresas— de Nueva York para neutralizar a un tigre. Es terrible la suerte de la elefanta que fue condenada a morir electrocutada, para lucimiento de Edison. En general, aprendemos mucho del mundo animal gracias a este libro. Ahora ya sé que la homosexualidad es muy natural entre pingüinos, que una foca puede llegar a adaptarse al clima caribeño y al pienso para perros, y que si las moscas viviesen un poco más, nuestros días estarían contados.
Me ha deleitado la habilidad de Ramírez para dispersar la vis comica. Como decía House en aquel capítulo, “todo es un asco, así que más vale encontrar una razón para sonreír”. Si el sentido de tu vida es una tortuga marina que una obesa tragaldabas acaba destazando para hacerse una sopa, sólo podrás salir adelante si quien te da la noticia tiene la gracia de Sergio Ramírez.

1 comentario:

la luz tenue dijo...

Tiene buena pinta. Los animales son raros y pueden ser objeto de literatura. Solo hay que mirar la cara de un caballo o los gestos de un cocodrilo mientras degusta la cabeza de un ñu que iba a cruzar el río.