miércoles, noviembre 22, 2006

Guía de casas embrujadas del mundo y de todos los lugares donde (no) te gustaría pasar la noche, Francesco Dimitri

Alba, Barcelona, 2006. 347 pp. 18,50 €

Marta Sanz

Cuando me dispongo a leer este libro, me debato entre la curiosidad por saber quién será el freakie que dedica su tiempo a escribir estas cosas y el “haberlas, haylas”. Me debato también entre mi sentimiento de culpa por ser uno de esos lectores que gastan su preciado tiempo con este tipo de productos y el interés, casi vergonzoso, por el mundo “sobrenatural” o quizás sería más apropiado escribir “paranatural”. Me convenzo a mí misma de la legitimidad y seriedad de mis propósitos, pero Dimitri me lo impide porque empieza a hablarme en un registro, entre pedagógico y risueño, como de colegueo comunicativo parecido al de los profesores que quieren ser enrollados con sus alumnos, que me echa para atrás.
Sin embargo, algunos detalles me llaman la atención: el primero tiene que ver con el género por el que opta Dimitri. Escribe una guía y puntúa cada casa, cada parque, cada castillo, cada torre, en los que hubo, habría, había o aún hay fantasmas, espectros, impregnaciones o poltergeist —que no todo es lo mismo ni da lo mismo—. El autor opta por un molde genérico apropiado para ofrecer informaciones y, en cambio, aborda una cuestión que, en las antípodas de lo denotativo —de lo que se puede medir, pesar, contrastar—, se coloca en un espacio por lo menos borroso, fuzzy, como el propio Dimitri escribe —he de confesar que esa tendencia de este jovencisísimo autor italiano a intercalar en su discurso vocablos en inglés me chirría tanto como cuando oigo hablar a un pijo que no termina de cerrar la boca al pronunciar las sílabas—. Se produce un desajuste similar al de Instrucciones para subir una escalera de Cortázar o al que se haría patente si alguien escribiese un Curriculum de asesinatos o una Novela contable. El efecto es cómico, desconcertante, pero al mismo tiempo logra dos propósitos que exceden la mera curiosidad: el lector reformula su concepto de género —reto no muy original que se lleva afrontando desde los albores de las posmodernidades europea y estadounidense—, a la vez que se ve obligado a revisar su concepto de realidad. Y es en este punto cuando la propuesta cómica de Dimitri se vuelve arrebatadora.
Esa realidad fuzzy, borrosa, es una realidad poética, en la que tanto lo visible como lo invisible, lo soñado como lo manifestado, lo percibido y lo intuido, son materia significativa y existente desde un punto de vista material. Dimitri nos induce a pensar —pensar sin temer, pensar sin superstición— que el impreciso espíritu es un estado volátil de la materia que aún no estamos en disposición de concretar dentro del molde de su correspondiente forma, dado que no disponemos de sistemas de percepción, anatómicos o tecnológicos, lo suficientemente evolucionados para ello. El mundo de lo intangible adquiere el estatus de futuro corpus para la ciencia, y la realidad, anti-anodina, se transforma en territorio profundo, topografía surcada por simas y relieves, superposiciones, espacio susceptible de interpretación inagotable. Se anula de algún modo la contradicción vital de este tipo de materialista —entre los que me incluyo—, al que se le ponen los pelillos de punta al encender una vela delante de un espejo o al experimentar la sensación de que alguien está detrás de ti y te toca el hombro con mucha suavidad. No hay incoherencia ni locura: algo está sucediendo en el orden de lo material, aunque nuestros mecanismos de percepción aún no hayan llegado a desarrollarse lo suficiente como para poder catalogar lo que nos está pasando. Tampoco disponemos de agallas para respirar bajo el agua —de hecho creo que las perdimos—, ni se nos han atrofiado hasta su desaparición definitiva los dedos meñiques de los pies... Tal vez, ejercitando la capacidad para aprehender las masas frías de las habitaciones o la visión de un doble más allá de la superficie del espejo, desarrollaremos por fin una glándula para percibir la materia más sutil.
La hiperstición, “un aglomerado semiótico que se hace real a sí mismo”, es un nuevo concepto que legitima el vínculo entre la realidad y las ficciones, las experiencias y lo legendario —el catalogo de narraciones legendarias de este libro es entretenidísimo—, el poder fundacional de la palabra y la existencia concebida como algo físico y psicológico: la hiperstición es un modo de perfilar la materia de los fantasmas, porque si, después de ver una película de vampiros, sentimos cierto morboso repelús cuando alguien nos besa en el cuello, ello significa que los vampiros existen como una sensación, como un repliegue más del imaginario escondido en la psicología que condiciona la experiencia. Todos los libros, los buenos libros, son según Dimitri formas de la hiperstición: en los libros que de verdad merecen la pena, la ficción o las abstracciones, comienzan a formar parte de nosotros, nos construyen y se transforman en una sustancia, en una corriente eléctrica más de mi cerebro. Cierro los ojos y veo la imagen de una dama, vestida de encaje morado, que al levantarse el velo me muestra el hueco de su rostro; cierro los ojos y veo una niña con el pelo azul que se llama Azulina y cuatro espíritus burlones que me tiran objetos a la cabeza; veo una bañera que rebosa sin que nadie haya abierto el grifo y ese sueño de mi madre que anunció una muerte. Entiendo por qué me entusiasman los relatos de Poe —muy especialmente Los hechos en el caso del Sr. Valdemar—, La pata de mono de William Wymark Jacobs y La habitación de la torre de Edward Frederick Benson; por qué Borges nos inquietó tanto con sus eruditas y falsas y conmovedoras Ficciones; y por qué, después de ver El sexto sentido y antes de acostarme, miro precavidamente debajo de la cama. Las creencias pueden transformar el mundo: se hacen cuerpo y carne en la Historia. Existen. Repercuten en la fisiología: en lo que se come y se deja de comer, en las razones para matar o para emigrar de un país, en la elección de a quién se debe amar o en los argumentos del odio.
Este libro no anula el encanto del misterio, pero sí da razones para no justificar, judeocristianamente, el resquemor, la inquietud o la intuición del materialista. Por otra parte, nos convence de que el texto más frívolo puede estar atravesado por arterias vitales: tal vez sólo hay que saber viviseccionar el cuerpo por el punto justo, porque esta guía que habla de la Casa Blanca o de la Rectoría Borley es también una teoría de la lectura. Me satisface poder disfrutar de los fantasmas sin tener que ser a la fuerza una creyente, sin apelar a lo sobrenatural ni a lo religioso ni a lo demoníaco. Dimitri me ha quitado un gran peso de encima. A lo mejor era un íncubo que se estaba poniendo demasiado pesado.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Cuando lo vi en la librería me llamó mucho la atención pero me echó para atrás el hecho de que parecía escrito desde un punto de vista humorístico, casi riéndose de todas las casas que comenta. Tú que conoces mis gustos, ¿crees que me podría interesar? Es que la primera impresión fue desconcertante...

Enigma

karen dijo...

mmm bueno este libro la verdad me llama mucho la atencion, me facsina el simple hecho de que pueden existir otros seres que comparten nuestro mismo mundo, y mas adelante me voy a dedicar por hobby a ser investigadora paranormal y poder ayudar a aqueellos que necesiten en un futuro ayuda con poltergeist que claro podrian ser ustedes...