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lunes, febrero 01, 2016

Cómo abrió don Nicanor el gran circo volador, Mar Benegas y Ximo Abadía


TresTristes Tigres, Sevilla, 2015. 60 pp. 14,50 €

María Dolores García Pastor

Don Nicanor es un señor que tiene un gran bigote, pero aún es más grande su corazón. Por eso se dedica a recorrer el mundo rescatando a un puñado de animales que encuentrará a su paso: un tigre-vaca, un pingüino que sabe chino, un burro forzudo, una monita, un gato, una perdiz... Esta es la historia que nos cuenta Mar Benegas y dibuja Ximo Abadía. También hay valores y al final del libro podemos disfrutar de la adaptación teatral que hace Sefa Bernet, por si los lectores se animan con la dramatización.
El texto en verso da ritmo y añade magia a la narración. Mar Benegas lleva años dedicada a acercar la poesía a los más pequeños, todo un mérito teniendo en cuenta que la poesía es la Cenicienta de la literatura y siendo para niños doble complicación. Mar es autora de un buen puñado de libros para niños y algunos para adultos, además de animar a la lectura, en escuelas y bibliotecas, y a la creatividad en sus talleres. Su amor por las palabras se deja ver en cada estrofa de sus libros, las mima, las acaricia y se las entrega a los lectores para que puedan jugar con ellas. Sus versos infantiles nos hacen pensar en la cubana Yanitzia Canetti o en la mismísima Gloria Fuertes. Es Ximo Abadía el que pone la nota de color dando un aspecto tierno y muy moderno a los personajes gracias a su técnica con el grafito, las ceras y los lápices. El resultado no puede ser mejor.
Este sería el punto de vista de un adulto, ¿y los niños?, porque al fin y al cabo este libro está destinado al público infantil. Pues la lectora que tengo en casa, Lluna de ocho años, se ha mostrado encantada leyendo la aventura de Don Nicanor. Le gusta que Mar Benegas escriba el libro “en poesía”, le chiflan los dibujos de Ximo Abadía y se queda con ganas de escenificar la versión teatral de Sefa Bernet.

lunes, junio 08, 2015

Riplay. Historias para no creer, VV.AA.

Adriana Hidalgo Editora, Alcalá de Henares (distrib.), 2014. 208 pp. 16,50 €

Pedro Pujante

Una de las tareas más raras y fascinantes que el hombre ha acometido es la creación de libros. Y el adjetivo ‘rara’ no es casual. Porque el libro, esa prolongación de la imaginación, que diría Borges, es un artilugio interminable, interactivo y abierto que comunica al menos a dos seres a través del tiempo y el espacio. Dos seres: el lector y el escritor.
No obstante, en esta antología la experiencia es multitudinaria, porque acuden a estas páginas bizarras una suerte de escritores contemporáneos que han decidido contarnos algo. Un cuento, quizá un verso, un fragmento de noticia. Una ilustración, una fotografía. Y a pesar de las diferencias de sus autores todos los textos tienen un denominador común: Robert Ripley, un conocido caricaturista que recogía en su columna ‘Believe it or not’, extraños sucesos, casos y lugares exóticos en todo el mundo. De esos casos que hoy día nadie creería. O quizá sí.
En forma de homenaje, este libro que han editado Jorge Carrión (Tarragona, 1976) y Reinaldo Laddaga (Rosario, 1963), es un compendio de textos, con imágenes, que recoge una actualización en clave literaria de aquel mundo extraño y sensacionalista que debió de ser la sección periodística de Ripley.
Ripley llegó incluso a construir un museo. Este libro, a su modo, es un museo también. En sus estantes y vitrinas podremos observar las breves criaturas que han pergeñado autores como Mario Bellatin, Juan Carlos Márquez, Javier Moreno o Edgardo Cozarinsky. Laura Fernández, Manuel Vilas, Jon Bilbao, Sergio Chejfec o Rodrigo Fresán. Una lista de grandes escritores contemporáneos en lengua castellana. Y muchos más. No los vamos a detallar aquí a todos porque esta reseña se haría interminable.
La idea consistía en que cada autor recrease a su manera, y teniendo en cuenta el espíritu de los textos y viñetas de Ripley (bizarros, increíbles, raros, breves, fugaces), su variación escrita o dibujada. Se ha pretendido salvaguardar el espíritu original, incluso se mantienen los títulos ripleyanos. Y creo que el efecto final es logrado. Porque, a pesar de la diferencia de las plumas y argumentos, el libro es en cierto modo homogéneo. Y quizá ese sea uno de los aciertos de esta antología. Además de haber logrado traducir un universo de origen pulp a una coordenadas literarias de gran calidad. Aunque realmente, leyendo este libro híbrido y trasgresor, uno no tiene muy claro dónde están las diferencias, dónde colgar las etiquetas.
En él se cuentan o reseñan las vidas de hombres ciegos que pueden ver en la noche, mujeres sin miembros, niños con dos penes o de piel transparente, pájaros que ladran, una madre progresiva (léanlo y lo entenderán) y demás extrañezas genéticas, a mitad de camino de lo macabro y lo sobrenatural.
También hay otras situaciones esperpénticas: compra y venta de parcelas en la Luna, influencia de los alienígenas en los movimientos bursátiles, magias extrañas, costumbres de tribus oscuras de remotos países.
Textos breves, microrrelatos, algún poema, ilustraciones y fotos. Este libro se puede entender como una antología genial, macabra, divertida y poliédrica. Imaginativa y repleta de anécdotas inverosímiles. Yo lo imagino como una habitación escondida en un museo de los horrores, con fetos en tarros de cristal y monstruos disecados que te miran estupefactos.
El lector ha de adentrarse por sus laberintos, para disfrutar y revivir aquel mundo que inventó Ripley. Lo de creer o no creer, ya dependerá de cada cual.

jueves, mayo 21, 2015

La buena vida, Sara Fratini

Lumen, Barcelona, 2015. 120 pp. 14,90 €






















María Dolores García Pastor

Mujeres sensuales de contundentes anatomías pueblan las páginas de La buena vida, el libro ilustrado de Sara Fratini. Chicas curvilíneas, sensuales y felices, sobre todo felices, pese a sus inseguridades y sus miedos. Porque los miedos pueden, si no vencerse, al menos aceptarse para vivir con ellos en armonía, ese es el mensaje que encontramos en este libro. Eso es lo que nos muestran las féminas que pueblan las páginas de Fratini. Son desinhibidas, imperfectas y naturales como la vida misma, y eso es, probablemente, lo que hace que resulten tan atractivas y hará que muchas lectoras se identifiquen con ellas.
Sara Fratini, es una artista plástica e ilustradora nacida en Venezuela que se formó en Bellas Artes en España y siguió su formación en Francia. En su país de origen existe una desmesurada obsesión por la estética y se ejerce una enorme presión social sobre la mujer para que sea perfecta. Los dibujos de esta artista nacen como una reacción frente a este tipo de imposiciones para convertirse en un canto de libertad y naturalidad frente a esas mujeres escuálidas y perfectas que promueven actualmente los medios en casi todo el mundo. Otros rasgo característico de las mujeres que pueblan La buena vida son sus abundantes y enmarañadas cabelleras dentro de las cuales se puede encontrar de todo y que, según la autora, simbolizan las cosas buenas y malas que vamos arrastrando.
Todo comenzó durante su Erasmus en Italia cuando abrió una página en Facebook para obligarse a dibujar cada día. Al igual que ocurriera antes con Agustina Guerrero y La Volátil, el éxito que tuvieron sus ilustraciones en la red llamó la atención de la editorial Lumen que también apostó por ella. Sus viñetas ironizan sobre temas tabús como la regla, la depilación…y las redes sociales han contribuido a que este tipo de ilustraciones se conviertan en algo cotidiano. Sus dibujos en blanco y negro con un toque de rosa van acompañados de textos muy breves en clave de aforismo, consejo o proverbio. Optimismo en estado puro para el día a día.

martes, abril 15, 2014

Soy un artista, Marta Altés

Barcelona, Blackie Books, 2014. 30 pp. 14,90 €

Villar Arellano

El título de este álbum ilustrado le queda que ni pintado a su autora. Marta Altés es toda una artista y su talento consigue el prodigio de hacernos sonreír, enternecer, reconocer, imaginar, temer… y deslumbrarnos con una propuesta aparentemente sencilla pero rebosante de ingenio y de impecable factura.
Su envoltorio, en efecto, podría parecer muy básico. El argumento nos presenta a un niño pequeño que se divierte experimentando con el arte mientras su nerviosa madre trata de mantener la calma y el orden ante la onda expansiva de tan desbordante creatividad. Este planteamiento se desarrolla en unas pocas páginas ilustradas a todo color, con un formato de álbum que añade atractivo a la lectura. ¿Eso es todo? Por supuesto que no, por eso la autora es una artista. Altés despliega todo un arsenal de recursos y los utiliza para ejercer su poder y narrar, sugerir y emocionar.
En primer lugar, el texto —un monólogo del protagonista— permite al chaval desahogarse con el lector. Todos los artistas se sienten, a veces, incomprendidos. Es lo que le pasa al narrador con su madre, una mujer llena de arte pero con “una manera muy distinta de ver las cosas” a la de su hijo. El pequeño genio va exponiendo sus dificultades de comunicación, esa falta de entendimiento creativo.
Pero aún hay más. Las ilustraciones dan el genial contrapunto al texto, aportando una nueva perspectiva al relato, un tono irónico que modifica nuestro papel como lectores, haciéndonos pasar de cómplices de las confidencias infantiles a asombrados espectadores de una divertida y catastrófica historia. Así, donde el protagonista habla de su autorretrato múltiple, las ilustraciones nos muestran un espejo roto (supuestamente de un balonazo) que, efectivamente, divide la imagen en cien fragmentos. La falta de entendimiento desvela así todo su disparatado sentido, provocando la risa y la admiración.
El humor preside cada página, proponiendo dos miradas, dos versiones diferentes de una misma realidad: la visión idealizada y sublime del artista frente a la perspectiva prosaica, limitada y un tanto ansiosa de la madre. A lo largo de este recorrido, el lector es testigo del desenfrenado impulso creador del muchacho. Su inspiración no conoce límites: la naturaleza, los colores, el movimiento, las texturas y formas…
El estilo gráfico de Marta Altés subraya este carácter humorístico. De línea naif, las técnicas utilizadas (lápices de colores, convenientemente “enriquecidos” con acuarelas), aproximan su trabajo al lector infantil, efecto que se remarca con el uso de dibujos esquemáticos para las creaciones del protagonista. La ausencia de fondos hace resaltar a los personajes, sus acciones y las consecuencias. El resultado son páginas muy dinámicas, alegres y coloristas.
No faltan en este maravilloso álbum pequeños homenajes a los grandes genios del arte (el bigote de Dalí, la camiseta de Picasso o los móviles de Calder), así como los títulos que parodian el lenguaje grandilocuente de los artistas (La soledad de la zanahoria abandonada) o las etiquetas del arte abstracto (Azul nº 10, 11 y 12).
En resumen, una magnífica obra llena de matices que ejemplifica la profunda riqueza de este género y su largo alcance en manos de ilustradores como Marta Altés. No sabemos si su infancia fue como la del protagonista, pero no tenemos ninguna duda acerca de la madurez de su arte y de su talento para conectar con la inteligencia infantil. Sólo así se entiende esta hábil combinación de inocencia y transgresión, vandalismo y ternura: Arte Altés.

jueves, abril 18, 2013

El paraíso de los gatos y otros cuentos gatunos, VV.AA

Trad. Íñigo Jáuregui. Nórdica. Madrid, 2012. 112 pp. 15 €

Victoria R. Gil

Cuatro escritores: Émile Zola, Mark Twain, Rudyard Kipling y Saki, y cuatro ilustradores: Ana Juan, Elena Ferrándiz, Adolfo Serra y Javier Olivares, son los que ha reunido la Editorial Nórdica en este delicioso libro donde los gatos son protagonistas absolutos de otras tanta narraciones con apariencia de cuento y corazón de fábula. Ignoro si esta hermosa edición responde a la necesidad, cada vez más presente, de que el libro en papel ofrezca algo más que un atrayente contenido que marque distancias con el ebook o se debe sólo al buen gusto de sus responsables, pero El paraíso de los gatos y otros cuentos gatunos se disfruta tanto por su lectura como por su cuidada presentación, hermosas ilustraciones, acogedora tipografía y cómodo formato.
Si el exterior resulta exquisito, el interior no lo es menos, y no únicamente para esos apasionados de los felinos, entre los que me incluyo, que los creen poseedores de juicio y belleza en la misma proporción, sino para cualquier lector dispuesto a conocer su naturaleza, nunca del todo domesticada. Y permite descubrir, de paso, algunos textos menos conocidos de sus muy conocidos autores.
Desde su portada, El paraíso de los gatos… lanza un guiño al lector atento con la absorta figura que, rabo en alto y sentada sobre un cojín, lee El gato negro, de Edgar Allan Poe, quizás, junto con el de Cheshire, el felino más famoso de la literatura. El ilustrador Juan Olivares nos presenta así a Tobermory, ese gato pajizo de gustos sibaritas y humanas habilidades, al que el autor británico Héctor Hugh Munro, Saki, convierte en azote de la hipocresía social.
«—¿Qué opinas de la inteligencia humana?—preguntó sin convicción Mavis Pellington.
—¿La de quién en particular? —dijo fríamente Tobermory.
—Pues… la mía, por ejemplo— dijo Mavis soltando una risita.
—Me pone usted en una situación embarazosa —dijo Tobermory, cuyo tono y actitud ciertamente no sugerían el menor embarazo—. Cuando se habló de invitarla a esta reunión, sir Wilfried dijo que es usted la mujer más estúpida que ha conocido, y que hay una gran diferencia entre la hospitalidad y la atención a los deficientes».
Si “Tobermory” pasea su dignidad felina por los salones victorianos, “El gato que andaba solo”, de Kipling, nos traslada a las cavernas y a un tiempo en que todos los animales vivían salvajes y el hombre aún no había aprendido a utilizarlos. Con un estilo que evoca antiguas leyendas de tradición oral, descubriremos el modo en que nuestros antepasados domesticaron al perro o al caballo, y el pacto al que tuvieron que llegar con los gatos, motivo por el que aún conservan su independencia, sin sentirse nunca propiedad de quienes se creen sus dueños.
Esta sabiduría, siempre pragmática, la vamos a encontrar también “El paraíso de los gatos”, de Zola, cuento que abre el volumen y donde un más que orondo gato de angora se enfrentará a una disyuntiva tan vigente en nuestro mundo de hoy como es la de elegir entre seguridad y libertad. ¿Su conclusión? «La verdadera felicidad, el paraíso, mi querido amo, consiste en ser encerrado y golpeado en una habitación donde haya carne». Zola sólo habla de los gatos, claro.
En “El gato de Dick Baker”, por último, vamos a conocer a dos duros mineros, buscadores de oro y de lo que haga falta: Dick Baker y su gato, en el que no falta, como es habitual en Mark Twain, un punto de humor para aliviar la esforzada labor que ambos realizan. Y peligrosa, como descubrirá Tom Cuarzo (el felino protagonista del relato), tras sobrevivir a un inesperado accidente y terminar con «una oreja en el cogote, la cola en punta, las pestañas chamuscadas, negro de pólvora y humo, y cubierto de cieno y barro».
Un espléndido trabajo el de Nórdica que nos hace lamentar, únicamente, su brevedad, y una lectura que no siendo propiamente infantil, hará disfrutar a cualquier niño, además de acercarlo a los grandes nombres de la literatura universal.

jueves, diciembre 06, 2012

Ilustrísimo Sr. Cohen. 24 canciones de Leonard Cohen, ilustradas por Elsa Arguilé, Arnal Ballester, Carlos Cubeiro, Imapla, Pep Montserrat, Elena Odrizola, Sonia Pulido y Sesé

Textos: Alberto Manzano. Present. Jordi Vicente. Prol. Luis Eduardo Aute. 451 Editores, Madrid, 2011. 88 pp. 25 €

Elia Barceló

Con motivo de la concesión del premio Príncipe de Asturias 2011 al gran poeta canadiense Leonard Cohen, la editorial 451 nos presenta un libro de excepción que ningún amante de Cohen puede pasar por alto.
Sólo su formato hace ya desear tenerlo: es igualito a un nuevo L.P del maestro y, además lleva en la cubierta su autorretrato, como ya fue el caso de Recent Songs, el espléndido disco de 1979, y su sello –esa curiosa estrella de David formada por dos corazones entrelazados.
Es un libro para amantes de Cohen, para público cautivo, más que para lectores que aún no conocen al maestro. No es una introducción, ni una biografía, ni una exposición cronológica de sus casi cuarenta años de carrera; las canciones que aparecen a lo largo de sus páginas –veinticuatro– ni siquiera pueden leerse completas porque de lo que se trata en este libro es de establecer un diálogo entre aficionados, especialistas e ilustradores.
El auténtico connaisseur del señor Cohen, tanto en su vertiente de cantante como de poeta (me refiero a poesía sin acompañamiento musical) no encontrará demasiadas novedades en el libro, pero a cambio podrá leer alguna anécdota que quizá aún no conociera y, sobre todo, verá ciertas canciones y ciertas fases del artista a través de otros ojos, de otras sensibilidades, de otras opiniones que pueden estimular un diálogo interior. Porque lo que sí hay en abundancia en este libro son opiniones y maneras de ver con las que el lector no necesariamente se identifica, pero que ofrecen otras perspectivas.
Se abre la obra con dos breves textos firmados por Jordi Vicente y Luis Eduardo Aute. A partir de ahí ocho artistas gráficos diferentes, muy diferentes, nos ofrecen tres ilustraciones cada uno: una por canción, acompañadas de un texto de Alberto Manzano, biógrafo y traductor de Cohen.
No queda claro si esas tres canciones por autor han sido elegidas libremente por ellos o bien si a cada uno le ha tocado esa triada por sorteo. No todos ellos son aficionados a Cohen; algunos ni siquiera lo encuentran particularmente de su gusto; pero todos han aceptado el desafío de ilustrar sus palabras y lo han llevado a término con mayor o menor fortuna.
Yo, como enamorada de la poesía, las canciones y la voz de Leonard Cohen desde el lejanísimo día de 1975 en que por mediación de un buen amigo descubrí Songs from a room (1969), encuentro las ilustraciones demasiado planas, bidimensionales y faltas de imaginación y de espíritu para potenciar o complementar o contrastar los riquísimos textos del artista canadiense. El que me parezcan, además, innecesarias, es simplemente una manía mía, lo reconozco. Desde que aprendí a que las palabras se convirtieran en imágenes en mi cabeza a medida que las iban desgranando mis ojos, dejé de necesitar o desear imágenes ajenas. Pero acepto el concepto del libro y esas ilustraciones me sirven para reforzar mi propia posición, mis propios dibujos interiores.
Los textos de Alberto Manzano me parecen unas veces interesantes e informativos, otras veces irritantes, sobre todo por su uso de la lengua que no acaba de decidirse entre el español y el inglés.
Tengo que confesar, además, que nunca me ha gustado su manera de traducir la poesía de Cohen, desde los tiempos de sus primeras traducciones para la editorial Visor.
Traducir poesía es siempre una misión imposible; por eso con frecuencia lo mejor que se puede hacer es versionarla, en las contadas ocasiones en las que el traductor es también un poeta con una sensibilidad similar, como es el caso del mismo Cohen, quien convirtió el poema de García Lorca Pequeño vals vienés en esa maravilla de canción que es Take this waltz.
Manzano traduce las palabras de las canciones de Cohen, a veces incluso con gran acierto, pero no es capaz de transmitir la emoción que surge del original, ni tampoco un eco del ritmo que tienen en inglés, aunque sea lejano; de hecho, no hay ritmo alguno en sus traducciones por lo que pueden resultar útiles y recomendables para personas que no dominen en absoluto la lengua inglesa (porque comprender aproximadamente es mejor que no entender nada) pero suelen ser fuente de frustración y molestia para los que sabemos que eso no es en absoluto lo que hay dentro del poema original. También sabemos que es una batalla perdida tratar de igualarlo en español, pero al menos habría que haberlo intentado con mayor ahínco.
A pesar de ello y en definitiva, este es un libro que hay que comprar, que hay que tener, que hay que repasar y criticar y disfrutar; un libro que, hasta cierto punto, y no sé si es intencional, es como el propio Cohen: contradictorio. Pero es un libro que te hace querer volver a la fuente, al original; oir otra vez esta canción, y la otra, y aquella que hace tanto que no oyes. Y las nuevas, por supuesto, las de los últimos discos, tan irregulares, las del último, que aún no tiene un año, Old Ideas, tan de vuelta al Cohen de siempre. Y te hace querer releer su poesía. Y volver a oirlo en concierto.
Y sobre todo, sobre todo, es lo que se pretendía: un sentido homenaje al gran poeta canadiense.