viernes, enero 16, 2015

Tony Pagoda y sus amigos, Paolo Sorrentino

Prol. Eduardo Chapero-Jackson. Trad. Víctor Balcells y Marga Almirall. Alfabia, Barcelona, 2014. 238 pp. 19,90 €

Salvador Gutiérrez Solís

La belleza de la desolación, de los años contemplados desde el espejo de la memoria, de los instantes más insignificantes vividos desde una plenitud que se acaba. La belleza de las sombras que nos acorralan cuando el sueño nos vence, de la sonrisa que capturamos desde la distancia, la de esa caricia que conservamos en el baúl de nuestra piel. La belleza de un atardecer que es una prolongación de nuestra propia vida, de un brindis compartido frente a unos ojos conocidos desde antaño, la belleza de lo instantáneo y de lo que entendemos como eterno. La belleza ácrata de la Roma moribunda y enferma de noche.
Es inevitable evocar a la belleza, en cualquiera de sus concepciones, estados y formulaciones, de la misma manera que es igualmente inevitable referirnos a su maravillosa película, La gran belleza, y especialmente a su protagonista, el genial y deslumbrante Gambardella, para abordar Tony Pagoda y sus amigos, de Paolo Sorrentino. Ya que en ambas obras, que en gran medida pueden entenderse como una misma y única obra, representada y plasmada desde discursos diferentes, el autor realiza una magistral, profunda y deslumbrante recreación de la belleza, en buena parte de sus posibles manifestaciones. Las agujas de la belleza en el pajar de la vulgaridad, como señala Eduardo Chapero-Jackson en su estupendo y clarificador prólogo.
Tony Pagoda y sus amigos, como le sucede a La gran belleza, es una obra deliciosa, inmensa en su profundidad, sabia en su construcción, inaudita en su originalidad. Una obra híbrida, ya que deambula en la frontera de la novela, de la colección de relatos y hasta del dietario, sin tener la menor importancia a cuál de estos géneros pertenece exactamente, es lo de menos. Lo de más es la fastuosa y envolvente narrativa que despliega Sorrentino, capaz de encontrar la luz de la belleza hasta en la escena más turbia y desoladora.
A Tony Pagoda, veterano cantante melódico de medio pelo y éxito razonable, lo conocimos en la primera novela de Sorrentino, Todos tienen razón. Con burla y ternura, desde la sinceridad que desprende el que ya está de vuelta, Pagoda nos habla de sus amigos, de sus amores, de ese tiempo que ya pasó pero que, en gran medida, fue mucho mejor que el actual, o él así lo entiende. Tony Pagoda y sus amigos es una selección, y hasta una saturación, si tenemos en cuenta su abundancia, de frases prodigiosas, fascinantes, afiladas como navajas que se clavan en nuesto interior y que nos exigen una respuesta, una revisión íntima, como un espejo retrovisor en el que nos contemplamos, en el presente y en los días pasados. Futbolistas convertidos en héroes de nueva generación, vedettes siliconizadas, cantantes desfasados mantenidos en la hiel de la amargura, bellas mujeres y playboys que nunca lo fueron, lujo y barro, fango y oro, la amarga soledad del solitario empedernido, el esplendor de la fama, la popularidad del olvido, son algunos de los temas y personajes que podemos encontrar en esta obra y a los que Sorrentino sabe retratar, incluso destripar, con sabiduría y saña, con alevosía y magia, desde los rincones más recónditos de la belleza.

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