viernes, marzo 12, 2010

Manual del contorsionista, Craig Clevenger

Trad. María Alonso Gómez. Alpha Decay, Madrid, 2009. 328 pp. 25 €

Care Santos

Una fascinante alegoría sobre la búsqueda de la identidad y lo complicado que resulta llegar a saber quién o qué somos; una novela negra en la estela de lo más granado del panorama estadounidense reciente, de la familia de Easton Ellis, Chuck Palahniuk, Douglas Coupland o James Ellroy; un descenso a las cloacas de la sociedad (que no suelen estar donde todos piensan); un trepidante viaje hacia la nada; una historia sobre la enfermedad mental; un retrato de cierta clase médica scon pocos miramientos y del cruel sistema sanitario estadounidense; un lúcido canto a la generación del "no-future", esa que ya no aspira a nada más que un trabajo de asco con una remuneración que apenas dé para sobrevivir... En fin, todo eso y aún más es esta primera y deslumbrante novela del estadounidense Craig Clevenger, un texano nacido en 1964 que pasó su infancia y su adolescencia en California y que antes de publicar este libro sólo era autor de un puñado de artículos en el diario Santa Barbara Independent, y que luego ha alumbrado una segunda novela, titulada Dermaphoria, aún inédita en España, aunque esperemos que por poco tiempo.
El protagonista de esta historia es John Vincent, un joven delincuente a quien un error médico llevó a un centro psiquiátrico cuando aún era demasiado joven para salir indemne de la experiencia. Gracias a su astucia y a sus altas capacidades, escapa del sanatorio al mismo tiempo que descubre la que será su forma de vida: cambiar constantemente de identidad para no volver a caer en manos de los médicos o bien para escapar de ellos llegada la ocasión. Aunque en su carrera trepidante surgen dos escollos. El primero son ciertos ataques que sufre periódicamente y en los que se vuelve incapaz de dominarse. Para alejar el dolor caen en la tentación de las drogas, las cuales a veces le llevan a un hospital, donde irremediablemente los doctores tropiezan con un historial clínico inexistente, que es urgente definir. Es fascinante cómo afronta el protagonista estas situaciones, cómo inventa sus sucesivas personalidades partiendo de su absoluto conocimiento de los métodos de análisis a los que le someten. Sus entrevistas con los doctores se vuelven un juego de espejos donde los roles de evaluador y evaluado se confunden. Y donde el lector es cómplice del juego.
El segundo gran escollo del protagonista es el amor. De pronto conoce a la mujer de su vida, Keara, y por una vez siente necesidad de ser él mismo, de revelar sus secretos, de buscar entre todas las capas inventadas hasta dar con la única verdad que puede esgrimir. Es hermosa esta reflexión: hasta qué punto nos sirve la mentira si ante ciertas cosas sólo tenemos nuestra más patética desnudez. Y al mismo tiempo, para qué sirve el amor si no es para dejar que nos desnudemos ante su objeto.
Estupenda novela, que atrapa de principio a fin. Desde esa primera frase -"Puedo contar mis sobredosis con los dedos de una mano"- hasta un desenlace que consigue el más difícil todavía: la acrobacia de la sorpresa.
Hacía mucho tiempo que una novela no me parecía tan redonda.

3 comentarios:

Anónimo dijo...

Anote este libro para leerlo, y la verdad es que me ha encantado.

Un placer descubir a este escritor, y deseando por leer su otra novela.

Anónimo dijo...

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