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viernes, septiembre 16, 2016

Expulsiones. Brutalidad y complejidad en la economía global, Saskia Sassen


Trad. Stella Mastrangelo
Katz Editores, Móstoles, 2015. 294 pp. 21 €

José Morella

En cuanto supe de Saskia Sassen -la escuché en un vídeo hablando sobre los refugiados- me di cuenta de que tenía que leerla para ganar perspectiva sobre mi mundo. Ella, como otros pensadores contemporáneos (pienso en Zygmunt Bauman, David Suzuki o Franco Berardi) me ayudan a no seguir escribiendo historias sobre el pasado pensando que escribo sobre el presente. En aquel vídeo Sassen hablaba sobre el contraste entre ser un refugiado antes y ahora. Tradicionalmente, los refugiados se marchaban en busca de una vida mejor y soñaban con regresar algún día. Ahora no tienen un país al que volver, y lo que persiguen no es vivir mejor sino sólo vivir (better life vs bare life). No piden más que eso. Permanecer respirando en algún lugar del planeta. Eso no es un inmigrante, dice Sassen. Es otra cosa.
El título del libro ya lo deja bastante claro: Expulsiones. Brutalidad y complejidad en la economía global. La tesis que defiende es que si en otros momentos la desigualdad se alimentaba de incorporar gente al sistema, ahora se basa en expulsarla. El keynesianismo incorporó a las clases desfavorecidas como consumidores de todo tipo de productos y frivolidades antes reservadas a las clases medias y altas. Pero ahora el paradigma ha cambiado, y el sistema económico se alimenta de expulsar de un modo atroz mediante complejas artimañas financieras a grupos de personas, especies animales, reservas de la naturaleza y cualquier otra cosa imaginable. Un ejemplo conocido de todos nosotros es la crisis inmobiliaria que provocó, atención al dato, 360.000 desahucios sólo en España entre 2008 y 2014. Esta devastadora expulsión de personas se gestó mediante alta ingeniería financiera, o lo que yo llamo -que no Sassen- estafa y robo. Es una intriga urdida entre diferentes grupos interesados: la industria inmobiliaria, los bancos, los grupos de inversión. Gente que se ha dado cuenta de que expulsando se gana infinitamente más que incluyendo. Si para conseguirlo hace falta atraer a millones de personas a las oficinas del banco y hacerles creer que podrán pagar préstamos millonarios con sueldos miserables, no hay problema.
Este nuevo sistema económico no sólo expulsa gente, sino culturas enteras. Los recursos naturales de muchos lugares del mundo, como por ejemplo la vasta región del Tíbet, valen mucho más para la lógica económica imperante que las gentes y las costumbres que viven en ellos y de ellos. La cultura tibetana de conservación de la naturaleza y de respeto por el hábitat está siendo arrasada sin que nadie diga nada sobre ello. El gobierno chino no le da cuentas a nadie al respecto, y las empresas que usan los recursos de la región, claro está, mucho menos aún.
Este cambio de paradigma es postnacional e incluso postideológico. Como señala Sassen en la introducción, es posible que países tan distintos como China y Estados Unidos «alberguen grandes lógicas contemporáneas que organizan la economía, principalmente las finanzas impulsadas por la especulación y la búsqueda de hiperbeneficios. Esos paralelismos, y sus consecuencias para la gente, los lugares y las economías, bien podrían resultar mucho más significativos para entender nuestros tiempos que las diferencias entre comunismo y capitalismo.» Ya no son gobiernos, partidos políticos o empresas concretas los campeones del fomento de la desigualdad. Donde antes había élites, ahora hay ubicuas e invisibles "formaciones predatorias", una «combinación de élites y capacidades sistémicas con las finanzas como posibilitador clave».
Más ejemplos de expulsión:
-La privatización de la gestión las cárceles en gran parte del mundo. Favorece la expulsión de la sociedad, en masa, de reclusos que pasan encerrados más tiempo que antes. Hay jueces que aceptan sobornos de esas cárceles privadas para alargar penas de prisión que enriquecen a los empresarios. Esto puede parecer raro leído desde aquí, pero en Estados Unidos la población reclusa se ha doblado en pocos años.
-La compra de enormes cantidades de tierra por parte de gobiernos de países extranjeros para ser usadas como monocultivo de soja o de maíz, por ejemplo, o para albergar infraestructuras. Los orangutanes están siendo expulsados de su hábitat para que podamos tener aceite de palma. Multitud de campesinos humildes pierden su trabajo, así como artesanos, manufactureros y tenderos que vivían cerca de esos territorios. Un ejemplo doloroso sería la expulsión de la comunidad mapuche de las tierras donde han vivido siempre para que una compañía eléctrica monte allí su central.
-El acaparamiento de agua por parte de grandes empresas multinacionales que ensucian e inutilizan los recursos hídricos. Es famoso el conflicto en el delta del Níger, cuya denuncia le costó la vida al activista y escritor Ken Saro-Wiwa. Envenenar la tierra, el agua y el aire están dando enormes beneficios a la economía global. Todo es "financializable", como dice Sassen. La buscada complejidad de las leyes al respecto de las concesiones a empresas se ocupa de oscurecer el asunto mediante junglas de papeles y contratos opacos y bizantinos diseñados para ralentizar la lucha política de los oprimidos y perpetuar el asunto.
A mí se me ocurren más expulsiones: como en este momento estoy escribiendo sobre la salud mental, no puedo evitar pensar el fenómeno de la medicalización abusiva de millones de pacientes. Todo coincide: muchos grupos distintos con intereses concertados (farmacéuticas, sistemas públicos y privados de salud, gobiernos, hospitales, industrias químicas, el sector académico y científico...) favorecen o ignoran la prescripción de manera universal de determinados fármacos que expulsan de la vida social saludable a millones de personas. Los expulsados son incapaces de volver a ser incluidos en el mundo del que salieron, y están a una distancia tan grande de los que orquestaron su expulsión que ni siquiera los ven. Yo no soy un experto en nada, y menos en economía, pero diría -llamadme conspiranoico- que Sassen no acaba de andar desencaminada.
Creo que es básico, si no leer este libro, sí al menos alcanzar de algún modo su mensaje. Hablar sobre él, ni que sea para discutirlo o desmontar sus argumentos. O cambiamos algo, o será el cambio el que se nos trague a nosotros en muy poco tiempo.

lunes, enero 17, 2011

The Wire. 10 dosis de la mejor serie de la televisión. VV.AA.

Trad. Bernardo Moreno. Errata Naturae, Madrid, 2010. 240 pp. 21,90 €

Guillermo Ruiz Villagordo

Que la ficción televisiva está pasando por una edad de oro es un secreto a voces. En los últimos años diversas series han revolucionado el terreno audiovisual, lo que resultaba inimaginable hace unos años en un marco tan tradicionalmente conservador como el de la televisión. Se han trastocado sus normas con tal virulencia que nos han demostrado que nuestra capacidad de sorpresa no había muerto sino que estaba adormecida por falta de estímulo. Yo mismo, lector impenitente desde hace años, he sucumbido a esta fiebre televisiva y actualmente empleo más tiempo al seguimiento de series televisivas que al descubrimiento de nuevas obras literarias que la mayor parte de las veces me decepcionan en uno u otro aspecto.
Entre los ejemplos más brillantes, más solitario también, sólido y perfecto como un diamante, está The Wire. Y digo solitario porque su cadencia, aunque similar en su demorado discurrir a otras grandes como Los Soprano, se distingue de todas las demás por su declarada intención de honesto retrato social, sabedora de que ciertas cosas necesitan su propio ritmo para contarse correctamente. Rompe particularmente con una de las señas de identidad de todo procedimental policíaco tipo CSI, que es la resolución de los casos en los 40 minutos de duración del capítulo. En realidad, lo que sucede es que su modelo no es audiovisual sino literario. David Simon, uno de los creadores de la serie, realiza una observación muy atinada en este libro sobre su funcionamiento (no podía ser de otro modo, siendo uno de los guionistas), que explica la dificultad que muchos espectadores encuentran para 'engancharse': la estructura de sus episodios no se fundamenta en ninguna semejante de otra serie, sino en los capítulos de una novela. Dicho de otro modo, cada episodio hace evolucionar la historia total que constituyen los cincuenta y nueve episodios restantes. No es extraño que sea así puesto que varios de sus guionistas son de hecho novelistas (Dennis Lehane o Georges Pelecanos, que colabora en este volumen con una historia corta, 'El confidente', inscrita en el escenario de la serie).
Independientemente de esto (o tal vez precisamente a causa de esto), los personajes son de caracteres marcados, reconocibles, pero no por ello se trata de personajes planos y predecibles. Por el contrario, se hace especial hincapié en mostrarnos la complejidad del ser humano, la mezcla que, en cantidades desiguales, hay en cualquiera de nosotros de maldad y bondad, de entrega y egoísmo: el político que quiere alcanzar la alcaldía por pura ansía de poder y una vez en ella se lanza a mejorar su ciudad para descubrir con frustración que no es dueño de las armas necesarias para emprender cualquier acción, por mínima que sea; el policía que, ante el acoso de los altos cargos del ayuntamiento, presionados a la vez por una prensa abúlica, crea un barrio donde concentrar la delincuencia y así maquillar las cifras, pero que, ya retirado, decide convertirse en tutor de jóvenes conflictivos en escuelas; el extraño delincuente que, sin ambición de ningún tipo, se dedica a asaltar exclusivamente a narcotraficantes, y cuya homosexualidad no llama curiosamente la atención, aún siendo bien explícita, que es lo más parecido a una leyenda viva que sobrevuela constantemente la trama.
Cada temporada saca a la palestra un nuevo escenario, que se suma a los presentados anteriormente para acabar formando un fresco vivo y detallado: el mundo criminal, el laboral, el político, el educativo y el periodístico. De esta forma se acaba caracterizando tan perfectamente a la ciudad en la que transcurre la acción, Baltimore, que no sólo tenemos la impresión de conocerla como si fuese nuestra propia ciudad, sino que verdaderamente trasciende su carácter local para convertirse en cualquier ciudad capitalista de la actualidad. Al fin y al cabo, los mecanismos que la rigen (y las marionetas que en uno u otro sentido la forman) son los mismos por los que se organizan todas las ciudades del mundo occidental.
El libro se centra especialmente en la figura más relevante de la serie detrás de las cámaras, el ya mencionado David Simon, co-creador junto con el policía retirado de Burns (su experiencia ayuda en gran medida a que lo que se cuenta tenga ese especial halo de autenticidad). Sólo por la figura de Simon se justificaría el interés de este libro, que desvela a través de diversos documentos (un prólogo escrito por su propia mano, una entrevista dirigida por el novelista Nick Hornby, un reportaje sobre el rodaje de la quinta y última temporada) la curiosa personalidad de este puntilloso amante de la realidad, cuyo mayor temor es que los que podrían ser protagonistas de las historias que narra le acusaran de faltar de la verdad, pillándole en una falta tan grave como haber incurrido en algún error de argot.

viernes, mayo 08, 2009

El laberinto español, Gerald Brenan

Trad. J. Cano Ruiz. El Cobre Ediciones, Barcelona, 2009. 496 pp. 29 €

Juan Gómez Espinosa

Este libro es un regalo de Brenan; un regalo honesto, caluroso e intelectualmente intachable para un pueblo que no se lo merece. Brenan, inglesito bien formado y proveniente de la clase burguesa británica, se cogió su herencia y se vino a España, tan lejana anímicamente del ambiente de Bloomsbury. Lo que aquí llevó a cabo fue una intensa labor de campo (y de camastro, como atestigua la existencia de más de un bastardillo alpujarreño), impulsado por el afán de conocer profundamente las entrañas de un pueblo cuyo espíritu explosivo y ardiente lo encandilaban. Brenan se sobrepuso a la sacudida del exotismo, tan neorromántico, y estudió con la eficacia de un cirujano el organismo que tenía ante él: su historia política, su literatura, su sociología, incluso su más íntima psicología. Testigo presencial de la guerra civil, al final de ella no pudo por menos que analizar todos los elementos que propiciaron la tragedia. El resultado fue este Laberinto español, escrito a partir del dolor de comprobar cómo se retorcía todo lo que había amado. Pero el inglés no se deja arrastrar por el lamento patético, ni por la demagogia del que ha olido la descomposición. Al revés; con un estilo claro (que no simple) hilvana el gran tema de la obra: la coherencia de la incoherencia nacional, es decir, cómo el pueblo español se muestra tan celoso de su independencia personal, cómo clama constantemente por su integridad y por su libertad, y cómo se ata, al mismo tiempo, a un sometimiento tras otro, ya sea en la forma de una monarquía, ya de un sistema caciquil, ya de una dictadura, ya de un parlamentarismo ineficaz… Brenan comienza su periplo en la Restauración de 1874, aunque no duda en remitirse a factores todavía más lejanos (sólo cronológicamente). Igual que, de una parte, muestra su encantamiento por el impetuoso carácter de “los nativos”, de otra es incapaz de cegarse, admitiendo una de sus grandes taras: los españoles, antes que a España, pertenecen sobre todo a su ámbito inmediato, y este ámbito puede ser físico (una región, una aldea…) o emocional (un credo, una ideología, un tótem…). El resultado de esta compartimentación nacional es la imposibilidad de una solidaridad total entre sus gentes, incluso en los momentos en que es absolutamente necesaria. Un ejemplo de esto lo encontramos en su análisis de las relaciones entre comunistas y anarcosindicalistas durante la contienda: el intento de aniquilamiento mutuo no hizo más que debilitar la causa republicana, tal vez porque, en el fondo, ambos grupos no la veían como su propia causa. Cabría preguntarse (o no): ¿y Brenan? ¿Dónde se situaba? Sencillamente, en la Justicia, es decir, en contra de cualquier muestra de sometimiento o alienación (caciquismo, antiparlamentarismo democrático, dictaduras varias, autoritarismo tanto liberal como fascista como marxista), es decir, el aquel lugar reservado al dolor. Dolor para el que ha contemplado la posibilidad de elevar la igualdad y la dignidad social, la ha considerado obvia y, finalmente, ha contemplado cómo se hundía en el cieno. En fin, no exagero al decir que este libro debería instalarse en los planes de estudio de cualquier instituto. Perdón, esto último es una soberana idiotez: no nos lo merecemos.

miércoles, marzo 11, 2009

El silencio de Dios y otras metáforas. Una correspondencia entre África y Nueva York, Alfonso Armada y Gonzalo Sánchez-Terán

Trotta, Madrid, 2008. 136 pp. 12 €

José Luis Gómez Toré

El presente volumen recoge las cartas que se fueron cruzando en las páginas del suplemento dominical de ABC y de otros diarios del grupo Vocento, entre 2002 y 2005, el periodista y escritor Alfonso Armada (Vigo, 1958), desde un Nueva York que había conocido ya el 11 de septiembre, y Gonzalo Sánchez Terán (Madrid, 1971), escritor y cooperante, desde Guinea Conakry, Liberia o Costa de Marfil.
Dos peligros tienen este tipo de libros recopilatorios: uno de ellos es, evidentemente, el riesgo de que, dado su origen periodístico, el material recopilado sea tan dependiente de su contexto inmediato que, al perder su actualidad, pierda asimismo su interés y su capacidad de interperlarnos. El otro es la casi inevitable reiteración de temas y argumentos, que tal vez no moleste al lector de un periódico, pero que, en una lectura continua de textos no concebidos en su origen para formar parte de un libro, puede acabar convirtiéndose en un lastre. Afortunada o desgraciadamente, los textos conservan toda su fuerza a pesar de su evidente vinculación con la fecha de escritura. Y digo desgraciadamente, porque gran parte de estas cartas, si obviamos los nombres y las fechas, podrían haberse escrito hoy mismo: África sigue presentándonos como la misma dolorosa interrogación que aquí se hace una y otra vez Sánchez Terán y Nueva York continua siendo, en buena medida, el reverso de esa realidad africana. La ciudad norteamericana, en la que se dan cita múltiples realidades (los barrios pobres, Wall Street, la sede de la ONU a la que Armada acude como corresponsal...), funciona a la vez como un espacio concreto y como el símbolo recurrente de un sistema económico y político. Ese mismo sistema que ahora soporta los embates de la crisis financiera pero que ha ignorado durante años esas otras crisis permanentes que tan bien conocen los pueblos africanos. De igual manera, la repetición de temas, de personajes, de lugares... nos ponen una y otra vez ante una historia que no deja de dar vueltas en el mismo tiovivo de ruido y de furia.
Si mirarse en el otro es a menudo también aprender a mirarse uno mismo, Armada no sólo cuestiona la actitud de su propio país y de las grandes potencias sino también el papel que los periodistas cumplen en el mantenimiento del statu quo: Rsyzard Kapuscinski metió el dedo en una llaga que supura: «Los medios han difundido la consigna: la lucha no da resultados». Y en contra de esa consigna de resignación, Sánchez Terán convierte sus cartas en una constante denuncia de la pobreza, de las terribles desigualdades de nuestro mundo, de la complicidad de las potencias occidentales con los dictadores, convertidos en socios del expolio, o la complicidad, aun más lacerante, en las guerras que asolan el continente africano.... Con todo, mucho más importante que esa imprescindible labor crítica es su testimonio de todos aquellos (cooperantes extranjeros pero sobre todo, africanos) que desobedecen esa consigna. África es también el rostro de quienes optan por la lucha cotidiana, de quienes deciden poner palos en las ruedas de ese carro de los vencedores al que gusta de subirse la historia. Escribe Sánchez Terán: «Cuando la noche dura tanto, la única dignidad posible es permanecer insomne» y él, desde luego, mantiene los ojos muy abiertos, no sólo ante horrores que apenas sospechó el Kurtz de Conrad sino también ante la humanidad de gentes como Kolouma. Es difícil no conmoverse ante la iniciativa de este jefe de una aldea de Guinea Conakry que pregunta al español, después del 11 de marzo, si quiere que sacrifique dos gallinas para que los muertos en el atentado "según su creencia, hallen pronto la dicha junto a sus ancestros".
Me atrevería a proponer como lectura obligatoria en nuestros institutos la carta «Antonio Machado cruza a pie la selva de Liberia». En ella, Sánchez Terán pone en paralelo la indiferencia que nos acaban causando las hambrunas y las guerras de África con la actitud del director de un periódico que, en plena Guerra Civil española, recrimina a un periodista por seguir ocupándose de un tema (nuestra contienda incivil) que ya no interesaba a sus lectores. Como dice Aurelio Arteta, que prologa este libro, mucho más urgente que dilucidar la cuestión del silencio de Dios a la que alude el título es preguntarnos por nuestro propio silencio ante la injusticia y el sufrimiento de otros seres humanos, a los que, en teoría, consideramos nuestros congéneres.