lunes, abril 04, 2016

Puerto escondido, María Oruña


Destino, Barcelona, 2015. 430 pp. 18,50 €

Amadeo Cobas

¿Qué es un puerto escondido?, cabe preguntarse.
María Oruña afirma que un puerto escondido es «un trocito de tierra y mar apartado de las masas… donde [los protagonistas] eran invulnerables, donde el tiempo estaba detenido». Es decir, interpretando con entera libertad, diremos que para unos pocos este lugar es el paraíso guardado en lo más recóndito de la memoria; para otros —afortunados ellos— una vivencia cotidiana que experimentan indolora e inocua, que experimentan quizá desvalorándola, añadamos —desafortunados, corrijo—; finalmente, para los más es un sueño que tiñe de esperanza sus vidas vacías o demasiado llenas de hastío, preocupación y problemas.
¿Y qué se esconde en este puerto escondido, valga la redundancia? Una novela que navega sin sobresaltos un océano de géneros literarios, desde la epístola con un diario de destino claro a priori, aunque quizá no arribe al puerto propuesto…, un trocito de historia y un ápice de costumbrismo, romanticismo no falta, a veces mermado por las aristas del interés, terror en dosis justas, con alguna escena que paraliza la glotis y, por descontado, ese trazo negro que viste y engalana las pesquisas de los beneméritos, en copioso número, a la caza y captura de malos malísimos, arteros y sagaces en su perfidia, bien resguardados por la narradora hasta el instante propicio, como debe ser.
Es cierto; confieso que me encanta cómo la narración mece sin sobresaltos al lector, con un breve detalle, un apunte, un susurro para transportarlo a un momento nuevo y fundamental en la trama. No en vano, un escritor de mérito en novela policíaca es aquel que dosifica la información, mas no oculta piezas del puzle para hacerlas aparecer grotescamente por arte de birlibirloque. La sorpresa ha de encajarlas milimétricamente en el entendimiento del lector metido a detective. Tal que aquí, donde está medido al gramo lo que se ofrece, cual receta de repostería, sin subterfugios, artificios ni adulterando un resultado que conlleve a engaño. Es necesario. Porque en una obra tan coral como ésta, pese al predominio de dos, Valentina y Oliver, una abrumadora profusión de datos, en lugar de informar, hubiera vuelto plomiza la lectura. Y no es el caso, sino que la amenidad se desliza sobre estos párrafos. Mas no significa que, muy tamizada y mesuradamente, en ocasiones se visiten descripciones prolijas y detallistas. ¿Qué se consigue? Dar visibilidad y lucimiento; valga como ejemplo el mar, «que hoy se manifiesta liso, brillante, en apariencia calmado, sin ganas de rebelarse al sol inclemente».
Y es que la escritora sabe hacer filigranas con el lenguaje, dotado si quiere de un clasicismo perlado de tropos literarios, campos donde abundan aromáticos hiperbatones, coloristas imágenes o prosopopeyas elegidas cual pétalos delicados, «un pueblo que miraba soberbio», «el cielo que escucha todo sin réplica»…; en otras el lenguaje cobra la precipitación de un manantial vuelto torrente con la crecida de las últimas lluvias. Se nota, además, que sabe definir sin ambages ni anestesia: «…la ambición es poderosa y abandona los remilgos, tal y como se olvidan y abandonan los sueños poco sustanciosos al despertar».
En conclusión, recomiendo Puerto escondido porque María Oruña les va a conducir en estas páginas por el vértigo de los paisajes cántabros, tan amados y conocidos para ella, transmitiendo recuerdos coloristas, la bruma y el azul, el azote del vendaval, lo abrupto de sus misterios; armando una obra donde cobran primacía el antagonismo que se da entre muchos de sus intervinientes y una indefectible sorpresa que logra volver vibrante la novela hasta su conclusión. No les decepcionará esconderse en este puerto, ya lo verán…

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