miércoles, marzo 02, 2016

Una historia natural de la curiosidad, Alberto Manguel


Trad. Eduardo Hojean. Madrid, Alianza, Madrid, 2015. 544 pp. 22 €

Luis Manuel Ruiz

Uno sospecha que la palabra polígrafo fue acuñada para definir a Alberto Manguel, nombrado recientemente, no en vano, director de la Biblioteca Nacional de Buenos Aires. De su varia curiosidad dan testimonio, según muestra un examen distraído a su bibliografía, novelas, un memorable ensayo sobre la historia de los libros, una paráfrasis de Homero, una antología de textos eróticos, un diario de lecturas, y la lista sigue. Quien haya recorrido la mayoría de dichos trabajos, como es mi caso, advertirá que todos comparten trazas comunes y arribará, quiera o no, a una evidencia: la de que Manguel ha escrito y sigue escribiendo un solo libro, que es a la vez todos los libros. Devoto de Borges (el otro director de la Biblioteca), de la Cábala hebrea (hebreo él mismo), de Montaigne y de Robert Browning, de la vasta tradición literaria que se dilata a sus espaldas perdiéndose en fronteras griegas, itálicas, europeas y orientales, Manguel ha consagrado su vida entera, que se confunde con su obra, a ese objeto icónico, compuesto de papel y guardas, en que los hombres, generación tras generación, han ido encapsulando su experiencia y sus sueños. Manguel ama los libros, Manguel ama lo que transportan los libros: las historias y los sofismas, sí, pero también la tipografía en que están impresos, el olor de la página, el peso del volumen contra la mano, frente al fuego o la taza de café, en la tarde de lluvia feliz.
En esta Historia natural de la curiosidad, un episodio más de su exploración por el laberinto secular de las bibliotecas, la excusa es el Infierno de Dante. Sus admiradores se lo excusamos sin esfuerzo, pero Manguel trata de convencer al lector, desde la partida, de que su derrotero sigue una línea clara y que esa línea viene marcada por dos polos: el viejo poema del toscano y la curiosidad, esa emoción enigmática que enfrenta al hombre a Dios y le hace concebir máquinas y disparates. A lo largo de diecisiete capítulos encabezados por sucesivas interrogaciones (¿qué es el lenguaje?, ¿quién soy?, ¿por qué suceden las cosas?, ¿qué hay después?), el lector atraviesa, círculo tras círculo, como en el otro mundo de Dante, cuestiones que orillan la psicología, la estética, la metafísica, el urbanismo, la escatología. A la geografía dantesca se superpone otra más nítida, tal vez más inmediata: la del propio pasado del escritor, cuyos episodios sirven para glosar y dar relieve a algunas de las incógnitas que se plantean. Típica de Manguel es la sospecha que acompaña al lector ante estas breves estampas de niñez: que en el fondo él es sólo otro personaje, otro figurante de otro libro entre la muchedumbre con que nos arrastra en cada capítulo, y que su pobre persona, aunque pertenezca al autor, no puede competir con la contundencia de Platón, de Primo Levi, de Kafka, de todos los clásicos de granito de los que se rodea.
Una historia natural de la curiosidad constituye, como el resto de títulos del alemán-británico-judeoargentino, una soberbia Silva de varia lección donde lo de menos es el hilo conductor, donde uno carece de rumbo, por mucho que lo prometa el índice, y es feliz de esa ausencia. Es otro de esos libros gozosos de los que uno puede salir y entrar cuando le apetezca, al que uno puede regresar en cualquier momento, en cualquier página, y retomar sin extravío una conversación ya empezada. Manguel ha logrado, otra vez, una de esas obras preciosas a las que, como las Noches áticas, los Ensayos de Montaigne, las monografías de Ramón Andrés, dan ganas de mudarse para toda la vida. Libros techados, calientes, en los que recogerse al amor de la lumbre, que nos protejan del tráfico invernal de las cosas del mundo.

1 comentario:

Chari dijo...

No conocía al autor pero me ha llamado mucho la atención como hablas de él.
Además, que haga una especie de autoanálisis a través del Infierno de Dante me ha parecido una idea tan genial... Este libro parece ser uno de esos que hay que leerse con calma, así que me lo apunto para leerlo en uno de esos domingos de tranquilidad.

Gracias por darnos a conocer este libro.

Saludos.