martes, octubre 14, 2014

Que levante mi mano quien crea en la telequinesis y otros pensamientos para corromper a la juventud, Kurt Vonnegut

Trad. Ramón de España. Malpaso, Barcelona, 2014. 118 pp. 17,50 €

Care Santos

Ignoro si Kurt Vonnegut (1922-2007) y James Salter (1925) se conocían. No creo que fueran amigos. Algo me dice que no se habrían llevado nada bien. En los últimos días, sin embargo, he leído a ambos con intensidad. Sus libros han convivido con resignación en mi mesita de noche. El caso es que no he podido evitar que una cita de Salter influyera sobre mi lectura de Vonnegut. La cita es la siguiente: "El humor proviene en gran medida de la indiferencia". Que Vonnegut me perdone. O no.
Kurt Vonnegut es uno de los menos serios de los escritores serios que conozco. Siempre me ha fascinado su biografía: el éxito literario le llegó tarde, a los 47 años. A lo largo de su vida trabajó en diversas cosas, sobre todo en la compañía General Electric, hasta que pudo dedicarse a escribir. En parte, debió esa decisión a la existencia de un buen número de revistas literarias centradas en la literatura de género -ciencia ficción y terror-, para las que escribió centenares de relatos. Más tarde la televisión hundió buena parte de estos semanarios, de modo que Vonnegut tuvo que ingeniárselas como pudo. Tenía siete hijos. Escribió sin descanso. Cuando murió a los 85 años, seguía haciéndolo. 
Para muchos, Vonnegut es el autor de Matadero cinco, una de las mejores novelas que he leído en mi vida, centrada en su experiencia como combatiente en la Segunda Guerra Mundial y el traumático bombardeo de Dresde, del que fue testigo. El libro es fácil de encontrar, tanto en su traducción al castellano (Anagrama) como al catalán (Proa), de modo que quienes aún no conozcan al autor ya saben por dónde deben empezar. Lo siguiente deben ser los cuentos. Hay dos buenas colecciones disponibles: Mire al pajaritoMientras los mortales duermen, ambas publicadas por editorial Sexto Piso. Y un consejo: si pueden, lean a esta generación de autores estadounidenses formados en las revistas de género (Richard Matheson, Fredric Brown, Shirley Jackson, el propio Vonnegut..) y comprobarán que lo popular bien hecho también es un arte.
Siento el consejo. Es lo que tiene leer este libro de Vonnegut. A una le asaltan deseos de aconsejar a quien se ponga por delante. Porque esa es la intención, en teoría, de los nueve discursos que lo componen. Sólo que Vonnegut no es un consejero muy ortodoxo. Tampoco es el consejero que buscarían unos padres para iluminar el futuro de su vástago. Para entendernos: es necesario que quien le contrataba supiera de antemano a quién estaba contratando si no quería matar al rector de un soponcio.
Estamos ante un género típicamente estadounidense, hacedor de muchos textos melifluos y bienintencionados: el discurso de graduación universitario. Como broche de oro a los fastos de graduación de las nuevas promociones, las universidades invitan a una celebridad a dirigir a sus jóvenes unas palabras. Se supone que esas palabras deben animar, felicitar y aconsejar a partes iguales. Y allá va nuestro autor, armado con su sentido del humor, su ingenio, su ideología de izquierdas y su gran bagaje personal a subir a estrados de Illinois, Chicago, Syracuse, Indianápolis o Houston. Comienza a leer y les dice a los (sospecho que atónitos) graduandos cosas como éstas:

Cantad en la ducha. Bailad con la radio. Contad historias.

Comed mucho salvado.

Ser compasivo es la única buena idea que hemos tenido hasta ahora.

Tomad conciencia de la felicidad experimentada y sabed cuánta es suficiente.

Da igual la edad que tengamos: nos aburriremos y nos sentiremos solos
durante el resto de nuestras vidas.

Me doy cuenta de que este comentario que estoy escribiendo sería mucho mejor si me limitara a copiar algunas de las citas que he recopilado en estas páginas. Por ejemplo, aquellas en las que Vonnegut alude al arte y al cometido de los artistas:

Es tremendamente difícil aprender a leer y escribir. Puede ser la tarea de toda una vida.

La función del artista consiste en que a la gente le guste más la vida.

La única prueba que necesito de la existencia de Dios es la música.

Toda la literatura gira en torno a cuán tedioso es ser un ser humano.

Los artistas (...) escogen una pequeña parte del mundo
y la convierten en lo que debería ser.

La ignorancia absoluta es la madre de la originalidad.

Todo esto sin dejar de ser él mismo. Es decir, siendo en todo momento mordaz, inteligente, hipercrítico con el mundo que le ha tocado vivir, con la raza humana y con los poderosos. Vonnegut no deja de ser un antisistema, una molestia para el american way of life, un niño de campo que sigue celebrando la vida sencilla, recordando a su tío Álex, reivindicando el presente y atacando a lo más sagrado para los estadounidenses, desde Obama a Roosevelt pasando por el petróleo o el dinero. En sus palabras:

No existe la más mínima posibilidad de que América se convierta en humanista y razonable. Ello se debe a que el poder nos corrompe y a que el poder absoluto nos corrompe por completo. Los seres humanos somos chimpancés borrachos de poder.

No sé qué hacen leyendo fascinados sobre Vonnegut. Lean a Vonnegut. Otro día hablaremos de James Salter.


* Postscriptum. Es justa una referencia a la maravillosa edición de Malpaso. Vonnegut dice que le gusta el naranja, que es un color "cargado de vitamina C" y de asociaciones alegres. Imagino que esa es la razón por la que los cortes de este libro, y su faja, sean de color naranja. Se agradece el detalle. Me gustan los libros hermosos y los editores detallistas. Pero hay algo más. Siguiendo unas sencillas instrucciones que el editor facilita en la última página, podemos adquirir gratuitamente el e-book. Es decir, que por el precio del libro tenemos ambas versiones: digital y en papel. Por fin. Por fin un editor que entiende cómo hacer las cosas.

1 comentario:

Begoña Argallo dijo...

Gracias por esta entrada tan capaz de recargarme las pilas en tiempos tan opacos en cuanto enfoco un mínimo de realidad.
Tomo nota de libros y autores ;)