miércoles, febrero 11, 2009

Cuadernos de la guerra y otros textos, Marguerite Duras

Ed. Sophie Bogaert y Olivier Corpet. Trad. María Condor. Siruela, Madrid, 2008. 364 pp. 25 €

Elvira Navarro

«¿Que la vida es triste? Bueno, pero quiero averiguarlo yo, ¿comprende?, yo solita y hasta el fin, y tanto como pueda», le dice una sirvienta a un viajante de comercio en El square. Se trata de una declaración de principios: «yo solita y hasta el fin, y tanto como pueda», aunque lo único que haya que ver sea la tristeza, pues el verdadero mal no es que la vida sea penosa, sino la indiferencia.
¿A qué llamamos “vida”? Quiero tener esta pregunta delante para escribir sobre los Cuadernos de la guerra, escritos entre 1943 y 1949, y que no tratan sólo ni fundamentalmente de la ocupación alemana de Francia, aunque también. Los acompañan otros textos: La infancia ilimitada y seis relatos, y lo interesante de ellos, al igual que de la obra entera de esta venerada y repudiada autora francesa, es la celebración casi suicida de cualquier estado que quiebre la normalidad, es decir, la convención. El porqué de la pulsión durasiana en contra de cualquier establishment de la realidad queda bien claro en estos Cuadernos, que son, en su mayor parte, autobiográficos: la convención quiere la muerte de los que no se atienen a ella. Y la convención es, en primer lugar, dinero.
La tragedia de no tener dinero es lo que se cuenta en el Cuaderno rosa marmolado, el primero del volumen y el más importante, pues en él está el origen de la escritura de Duras. Hija de maestros que emigraron a Indochina, el cuaderno cuenta cómo la madre de MD trató de hacer fortuna gastándose los ahorros de veinticuatro años de funcionariado e hipotecando parte de su sueldo en unas tierras que resultaron ser aluviales (esta narración es el origen de Un dique contra el Pacífico). El resultado: una madre enloquecida y arruinada, un hermano que les robaba y les pegaba para fumar opio, otro hermano que vivía aterrorizado y Marguerite, que soportaba palizas y humillación, y que no obstante estaba llamada a redimir al clan familiar, pues así lo decidió su madre al obligarla a estudiar. Cualquier escritor blando habría sacado de aquí traumas y nihilismo a manta, y sin embargo, y esto es lo importante, Duras hace de la tragedia una escuela de afirmación vital, recogiendo el testigo de su madre, la cual «soñaba como no he visto nunca soñar a nadie. Soñaba su desgracia misma, hablaba de ella con orgullo, no conocía la verdadera tristeza sino solamente el dolor, porque tenía un alma de una violencia regia que no se hubiera complacido en la aceptación que toda tristeza comporta». Y es que entregarse a la tristeza es resignarse, claudicar, morir. ¿A qué llamamos “vida”? A la actitud de vivir, de afirmarse y aprender contra viento y marea, de no dejarse matar.
De esta actitud salen afirmaciones tan sorprendentes como: «En toda mi existencia he experimentado revelaciones tan poderosas, tan poderosas y tan soberanamente convincentes como algunos insultos de mi hermano mayor, si no es leyendo a Rimbaud, a Dostoievski. Fue quizás el primero que me inculcó esta tendencia, que todavía tengo, a preferir la obra de inspiración a cualquier otra», o esta otra, máxima de su literatura: «Me abstengo de juzgar, como lo hacía entonces. Me gustaría conservar intacto el brillo del Acontecimiento que para mí era mi hermano mayor. Era injusto y ruin como lo es la suerte y como lo es todo destino. Su ferocidad para conmigo tenía algo de cabal y en el fondo algo de puro. Su vida se desarrollaba tan implacable como una fatalidad, y nos infundía respeto. El tejido de golpes e insultos que me infería era el tejido mismo del que estaba hecha su alma, no había margen».
No me extiendo más, pues el quid de estos cuadernos ya está dicho. Añadiré que al relato de infancia se suman esbozos de El dolor, Albert de Les Capitales, Ter el miliciano, Madame Dodin (estos títulos son parte de la obra primeriza de MD), y textos autobiográficos. Para los amantes de Duras, entre los que me cuento, son todo un festín.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

el mejor de todos los libros es indudablemente el Coran, inspirado por Dios, dictado por un angel y su portavoz fue Mahoma

Anónimo dijo...

Oh! Que buen dato, soy fanática de Duras. Su escritura es durísima por momentos, bella, elegante. Esta autora me ha dado escenarios, sensaciones e imágenes inolvidables. Imposible quedar ileso despues de Duras ... Ya tomé nota. Gracias