miércoles, noviembre 05, 2008

Los pequeños maestros, Luigi Meneghello

Trad. Elena Grau. Barataria, Sevilla, 2008. 288pp. 19 €.

Marta Sanz

Aunque a menudo se olvide, lo más importante a la hora de escribir un libro es tener algo que contar. Algunos autores se apropian de historias que no les pertenecen y las hacen suyas –lo cual es un procedimiento legítimo-, mientras que otros convierten las historias en un pretexto para trenzar la palabra literaria –lo que resulta un poco más cuestionable-. Luigi Meneghello, representante de la llamada narrativa partisana, tiene sin duda mucho que contar: su experiencia como miembro de la Resistenza, en la que dirigió un comando entre 1944 y abril de 1945, fecha de la victoria contra el fascismo. Una victoria que nunca se puede considerar definitiva.
Meneghello tiene mucho que contar y decide hacerlo no a través de un texto ensayístico, sino por medio de un relato en el que el primer requisito consiste en buscar la forma de tomar distancia cuando se pretende comunicar al otro, literariamente, lo que incumbe a esa primera persona de la narración que, en Los pequeños maestros, coincide con el yo del autor, con sus vivencias, con su biografía. El propio Meneghello da cuenta de esta dificultad en la nota de autor que incluye esta, bella y cuadradita, edición de Barataria. Meneghello, juez y parte de un fragmento de la Historia que es su propia historia, opta por buscar un molde narrativo que no es exactamente novelesco y nos ofrece un relato en el que lo más destacable es su capacidad para huir de la hagiografía y del autobombo, al mismo tiempo que se lleva a cabo un ejercicio de responsabilidad introspectiva e histórica: el autor-narrador escribe desde una posición de poder –casi risible por la juventud del momento en que dicho poder se ejerce-, en la que no hay arrepentimiento ni deseo de justificarse por los derramamientos de sangre. La exigencia histórica no se reviste del contrito buenismo que a veces caracteriza otras narraciones de esta misma índole. En Los pequeños maestros no hay mea culpa retumbante sobre la caja torácica, del mismo modo que tampoco hay palmaditas en la espalda. No hay contrición, pero tampoco soberbia; no hay mala conciencia ni exaltación de un heroísmo personal que forma parte del heroísmo colectivo: el relato discurre con la naturalidad de los que se atreven a tomar decisiones, con la conciencia de que se es libre sólo hasta cierto punto, pero que en todo caso se debe ejercer esa pequeña libertad haciendo de los actos expuestos de la existencia una manera de ser frente a la que el lector tampoco está en condiciones de juzgar, sino de compartir.
La Historia se relata como se vivió: a salto de mata, indeterminadamente a ratos, mientras que otras veces se consiga con el detalle y la minuciosidad cronológica de los grandes acontecimientos. El tono épico del relato se logra precisamente a fuerza de evitarlo a través de una serie de recursos que parecen contravenir los hitos clásicos del género: la elipsis sistemática del tremendismo con el que se podrían haber narrado los momentos más crudos; la verosimilitud de la especie de amnesia que el narrador se autoinduce a la hora de evocar cómo se mata a un hombre a través de una mirilla telescópica; las descripciones de la naturaleza –no es una foto en blanco y negro de las escaramuzas guerrilleras, sino un apunte impresionista y coloreado- y de la domesticidad a cielo abierto de los partisanos que gozan con la modesta pizca de margarina que da sabor a la polenta rutinaria; unas botas que van demasiado grandes y hacen que el caminante ande zancajeando; un sentido del humor en el que tampoco se percibe la vanidad de la ironía, sino la sencillez de las circunstancias cotidianas que nos hacen reír... Todo ello pone de relieve la grandeza de la hazaña partisana narrada en una suerte de arte menor que cala por dentro a los lectores. La jovialidad, la camaradería, el miedo, la desmesura, la ingenuidad e incluso la empanada mental e ideológica, neutralizada por la necesidad perentoria de la acción, hablan de la juventud de unos personajes a los que, ejerciendo la ironía sobre uno mismo y no sobre los otros como pedrada tras la que después se puede esconder la mano, se les da nombre ya en el título de un libro que, desde la mirada del narrador maduro, desprende juventud, fuerza, y refleja un espíritu, tan confuso como determinado: la discrepancia por el matiz ideológico, tan idiosincrásica de los movimientos de izquierda y a la vez tan nefasta y destructora -¿enriquecedora?-, importa bastante poco cuando las circunstancias se imponen. La belleza de ciertos pasajes y la comicidad de otros no sirven para hermosear la desgracia, para hacer literatura de la penalidad, adoptando una posición moral y literariamente cuestionable: la fuerza de la responsabilidad del autor-narrador-personaje Meneghello, su capacidad para asumir esas culpas que se echan desde la comodidad de los tiempos de paz, evitan que Los pequeños maestros se despeñe por la barranquera de la corrección política, de la doble moral y de esa mirada lacrimógena y equidistante hacia la Historia que a menudo humaniza a la Bestia a fuerza de evitar un maniqueísmo que en algunos momentos es imprescindible. El conflicto moral, tan querido en el espacio de la literatura, no interesa en la narración de Luigi Meneghello; no interesa la crisis ni la angustia retrospectiva, sino el hecho de que los pequeños maestros se hicieron adultos y después envejecieron para recordar con ternura, pero sin nostalgia: una forma de memoria que fija el proceso de crecimiento de una generación de intelectuales forjada en la exigencia de ser primero y fundamentalmente hombres de acción. Hombres de acción cuyo perfil se engrandece frente a los que optaron por mantenerse en una falsa neutralidad, vital y estéticamente; frente a los que se convirtieron en cómplices al preferir los márgenes o las esquinas de lo real para conservar las manos limpias, lavárselas o perderse por las ramas de una poesía hermética a la que Meneghello no le dedica precisamente elogios. Los pequeños maestros nos ofrecen su última y modesta lección de Historia y de humanidad a lo largo de estas páginas instructivas, hermosas y, sobre todo, verdaderas.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Marta, quisiera enviarte libros de nuestra humilde/esplendorosa editorial, para su posible reseña. Te paso mi email por si quieres contactar y pasarme tu dirección. Gracias y un saludo. Román Piña. info@editorialsloper.es