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miércoles, julio 17, 2013

Heydrich, el verdugo de Hitler, Robert Gerwarth

Trad. Javier Alonso. La Esfera de los Libros, Madrid, 2013, 584 pp. 33,90 €

Ángeles Prieto Barba

Que la derrota del régimen nacionalsocialista valió hasta la última gota de sangre vertida para obtenerla, no es sólo la opinión del historiador Eric Hobsbawm al final de sus memorias, Una vida en el siglo XX, es la conclusión a la que llega cualquiera que se asome estremecido a los planes de futuro que los nazis trazaron para Europa. Pesadilla que hubiera transformado radicalmente nuestras vidas en un porvenir brutal y distópico, adjetivo de origen anglosajón que utiliza en el libro constantemente Gerwarth, y que viene a significar “lo que es contrario a las utopías”, esos proyectos ficticios de sociedades prósperas y felices que sabios como Platón, Tomás Moro, Campanella y tantos otros imaginaron para mejorar la existencia.
Por la misma razón, deducimos con esta certera biografía que la épica ejecución de Reinhard Heydrich, que a posteriori supondría la destrucción completa del pueblo de Lidice con sus ancianos y niños y que llegaría a costar la vida de 4.600 checos en total, ese atentado complicado al que hemos asistido repetidamente a través de películas y novelas como la genial HHhH de Laurent Binet (2010), premio Goncourt, fue totalmente necesario. Siquiera porque este esbirro terrible, como jefe de la Gestapo, de las terribles SS, y Protector del Reich para Bohemia y Moravia fue con Adolf Hitler, el responsable directo de “la solución final” a la cuestión judía. Asunto que ocupa buena parte del libro como factor indiscutible del cursus honorum de Heydrich, quien estuvo verdaderamente obsesionado por “limpiar” genéticamente a Alemania mediante una progresiva y escalofriante toma de decisiones cada vez más drásticas, desde exiliarlos en Madagascar hasta asesinarlos.
Por otra parte, en este libro se recoge también la vida privada de este personaje público caracterizado por su oportunismo, astucia y desconfianza, afición a los deportes, gran capacidad de trabajo y enorme ambición. Un Heydrich que nace en una familia feliz de clase media dedicada a la música, buen estudiante que logró ingresar en la Armada, y de la que se vió apartado bruscamente por un lío de faldas, cuestión que motivó su ingreso tardío en el partido nazi y que abrazara oportunamente sus ideales. Será más tarde cuando, jaleado por Lina von Osten, su esposa antisemita, se aúpe en el Partido mediante ascensos meteóricos y reniegue de su familia de origen, condenándola así al hambre y a la miseria. Y no, no actuó de este modo por esconder un posible antepasado judío como sostuvo Joachim Fest y que nunca tuvo, sino simplemente por librarse de estorbos en su carrera. Nunca fue una persona bondadosa, ni caritativa y eso es todo.
Sus relaciones con otros personajes claves del Reich ocupan el resto del volumen: con Wilhem Canaris, su mentor en la Armada con el que tendría profundas diferencias, con Himmler, del que se llegaría a ser brazo derecho pero al que también hizo sombra, con Eichman o con el propio Hitler. Aunque también hay hueco en este libro para sus víctimas, dado que participó igualmente en el asesinato de Röhm (jefe de las SA), en la famosa Noche de los Cuchillos Largos, hasta entonces amigo personal y padrino de sus hijos.
Tal vez el talón de Aquiles de este Odín implacable radicara en su ego autosuficiente, en creer que a sus treinta y ocho años estaba lejos de la muerte y desafiar a ésta en no pocas ocasiones: sacándose el título de piloto, participando en acciones bélicas y paseándose en un descapotable por toda Praga, sin blindaje y sin escolta. Insensatez absoluta que precipitó su final, al negarse a ser atendido por checos tras sus heridas, tan sólo por médicos alemanes que tardaron en llegar, y nada pudieron hacer por detener la septicemia.
Todo esto, y algunas sorpresas más, descubriremos en esta apasionante y desmitificadora biografía, elaborada por un historiador alemán formado en Oxford y en Harvard, una obra rigurosa, amena y excelente. Por lo demás, a Jan Kubis y Joseph Gabcik, como autores del atentado y honrosos héroes de la patria checa, muchas gracias.

miércoles, octubre 12, 2011

Europa contra Europa, Julián Casanova

Crítica, Barcelona, 2011. 272 pp. 19,90 €

Ángeles Prieto

En un esfuerzo sobresaliente de magnífica estructuración, síntesis y amenidad lectora, se nos presenta este libro de Julián Casanova, al objeto de que todos podamos componer un cuadro serio de este complejísimo y apasionante periodo, reflexionemos y obtengamos nuestras propias conclusiones.
Una época turbulenta que empieza a desplegarse ante nuestros ojos, abriéndose y cerrándose con dos emblemáticas escenas violentas: la que va del asesinato de Nicolás II, su esposa Alejandra y sus cinco hijos en Ekaterimburgo (1918) al suicidio en el búnker de Berlin de Adolf Hitler, Eva Braum, Goebbels y familia (1945). Dos apocalípticas masacres que pusieron punto y final a dos despotismos por completo diferentes, el tradicional y el moderno-destructivo, que sirven de postes válidos para empezar a entender qué cambios se produjeron en Europa entre una y otra.
Pero a diferencia de otro tipo de aproximaciones periodísticas a la Historia, que falsamente nos puedan vender prometiendo erudición con mayor diversión lectora, la virtud de este libro estriba en que está elaborado por un historiador de oficio y con mayúsculas: Julián Casanova. Un historiador que demuestra admirablemente su dominio sobre la apabullante historiografía anglosajona del periodo, que sabe estructurar, ordenar y explicar los hechos con claridad y determinación, de acuerdo a las fuentes, y que sabe cómo hacernos reflexionar, con conclusiones serias, sabiendo cómo cerrar cada uno de los episodios ineludibles para entender la época: la revolución rusa, la Italia fascista de Mussolini, la República de Weimar y el ascenso del Tercer Reich, la guerra civil española, las expansión de las dictaduras por Europa, los efectos y consecuencias de la Segunda Guerra Mundial, el enfrentamiento bélico más terrible y traumático vivido en Europa.
A mi juicio, deberíamos destacar de este libro uno de sus capítulos, el de la Guerra Civil Española, precisamente por su enorme trascendencia para nosotros, a la vez que por la originalidad y seriedad en el enfoque, justo en esta época de auge de la memoria histórica, que ha conducido a realizar todo tipo de comparaciones, en muchos casos anacrónicas. Pero con el libro de Casanova ganamos una innegable perspectiva, como es la de integrar nuestro conflicto en ese escenario mayor de la Europa de las democracias y los totalitarismos, aspecto sin el cual no puede, ni debe, entenderse.
Además, concluida la lectura, este volumen constituye también un interesante libro de consulta posterior, al incluir también una necesaria cronología, índices onomásticos y analíticos y cinco inmejorables páginas de comentario bibliográfico sobre el periodo, que sintetiza una producción ingente, y de suma utilidad tanto para el lector que quiera seguir profundizando, como para el estudiante de facultad que necesite desarrollar todo el periodo en su conjunto, o cualquiera de los capítulos apuntados.
En definitiva, un libro necesario, útil y preciso para conocer mejor quiénes somos ahora como prósperos, pacíficos y cosmopolitas habitantes de la vieja Europa y de qué pasado trágico venimos. Sobre qué terribles ruinas nos erguimos.

lunes, enero 03, 2011

Bajo diez banderas. La odisea del Atlantis. Bernhard Rogge y Wolfgang Frank

Trad. Juan José del Solar. Edhasa, Barcelona, 2010. 448 pp. 30 €

Julián Díez

No nos cansamos de conocer historias de la II Guerra Mundial, el episodio histórico que, para los nacidos entrado el siglo XX, supone el referente básico que construyó el mundo que conocimos. Fascinan tanto las historias de horror del régimen nazi, como ejemplo definitivo de la maldad, como las de heroismo en un campo de batalla que aún resultaba comprensible, humanizado.
La historia de Bajo diez banderas me resultaba vagamente conocida, por lo que la lectura de este volumen se hacía tentadora. Y, efectivamente, aquí tenemos un punto de vista singular del conflicto, una de esas magníficas historias colaterales que cautivan la imaginación. Porque además de una anécdota de la II Guerra Mundial, esta es una historia de mares exóticos, piratas y caballeros; muchos factores como para no atraer el interés. El crucero auxiliar alemán Atlantis navegó durante año y medio a través de cientos de miles de millas para capturar a un total de 22 buques enemigos, causando daños millonarios y consiguiendo en una ocasión la captura de un navío inglés que contenía importantísima información secreta sobre la presencia británica en Asia: tanto, que se estima que el ataque de Pearl Harbour, implicando a los estadounidenses en el conflicto, estuvo en parte motivado por la convicción japonesa de la debilidad británica manifestada por esos documentos.
El Atlantis era un buque corsario: se acercaba a sus presas simulando ser un mercante neutral para luego descubrir sus cañones y apresarlo. Lo que ha hecho su historia más atractiva es la personalidad de su capitán, Bernhard Rogge: un marino a la vieja usanza que trataba a sus prisioneros con respeto e intentaba causar los menores daños personales posibles. La fama de Rogge fue tal que se convirtió en uno de los escasísimos militares de alta graduación que no fueron detenidos tras la derrota alemana, se convirtió en contraalmirante con mando en la OTAN y narraron su singladura con el Atlantis en una película en 1960, seguramente la primera en que se retrataba a militares del bando derrotado bajo un prisma favorable.
El presente libro, uno de los muy numerosos sobre esta aventura publicados en inglés o alemán, cuenta con la ventaja de recoger en primera persona las vivencias de Rogge, recopiladas por un periodista germano; para dar prueba de que realmente su labor de corsario fue poco común, el prólogo y el epílogo están escritos elogiosamente por el capitán de uno de los barcos que capturó. Como relato de memorias de alguien sin pretensiones literarias, por tanto, es un libro totalmente subjetivo, bastante frío, pero por todo ello de incuestionable sabor. Rogge no es dado a florituras, relata lo sucedido bajo un prisma sereno, se detiene en las cosas que preocupan a un hombre de mar —condiciones del oleaje, estado de ánimo de la tripulación, cumplimiento de las normas— antes que en hacer poesía sobre lo ocurrido.
Sin embargo, en esa desnudez y falta de literatura se intuyen las verdaderas condiciones en que llevaron a cabo su trabajo y las motivaciones que los guiaron. La alegría ante los éxitos, las celebraciones, la camaradería, el temor siempre presente a la muerte. Todo ello a través de los mares más exóticos, en el calor del trópico o el frío de las aguas antárticas. Una aventura de primer orden, por tanto, contada por alguien que apenas parece dar importancia a su extraordinaria vivencia.

miércoles, octubre 21, 2009

Kafka y el Holocausto, Álvaro de la Rica

Prólogo de Claudio Magris. Trotta, Madrid, 2009. 144 pp. 13 €

José Luis Gómez Toré

Resulta difícil pensar que se pueda escribir a estas alturas algo nuevo sobre Kafka, cuya enigmática obra ha dado pie a todo tipo de interpretaciones y lecturas. Sin embargo, Álvaro de la Rica consigue arrojar nueva luz sobre la escritura imprescindible del autor de La metamorfosis en las páginas de una obra valiente, esclarecedora a pesar de sus ocasionales excesos interpretativos y, sobre todo, excelentemente documentada. El título del ensayo, con todo, puede llevar a engaño: si bien la cuestión del Holocausto no deja de ocupar un lugar importante en este estudio, creo que resulta a la postre más determinante la interpretación de un tema esencial en el escritor judío como es el misterio de la Ley, en especial tal como se presenta este motivo en esos textos capitales que son El proceso (en especial en la parábola Ante la ley) y En la colonia penitenciaria.
No constituye ninguna novedad el intento de vincular la obra de Kafka, que murió antes de la Shoah, y el Holocausto, del que fueron víctimas las hermanas del escritor, todas asesinadas por la barbarie nazi. De hecho, han sido numerosas las interpretaciones que han ido en esa dirección, a pesar del riesgo que supone leer las narraciones de Kafka de modo anacrónico como un presagio de lo que iba a venir, lo que puede llevarnos a una forzada profecia ex eventu. Con todo, el autor de este ensayo nos ofrece nuevas perspectivas al situar precisamente la cuestión de la Shoah en el contexto de la ya citada cuestión de la Ley y de su ambiguo significado en el escritor checo.
De la Rica insiste en la necesidad de mantener separadas en la intepretación la esfera política y la esfera religiosa, si bien el contexto tanto judío como cristiano con los que dialoga Kafka invitan a una constante, y en ocasiones peligrosa, aproximación entre ambas esferas (otro judío, Spinoza, varios siglos antes fue capaz de ver en su Tratado teológico-político, en mi opinión uno de los textos fundadores de la Modernidad, la dificultad de separar dichos ámbitos en la tradición de las religiones del Libro). Echando mano no sólo de la obra estrictamente literaria de Kafka sino también de sus diarios y cartas así como de los testimonios de sus contemporános, Álvaro de la Rica nos invita a reconocer la complejidad de ese estar situado ante la Ley. Para el autor de este libro la Ley no es una instancia puramente negativa, un mero instrumento de represión, sino también la ambigua promesa de una legalidad, de un sentido. Si bien la interpretación del autor, influido sin duda por sus propias creencias religiosas, lleva en ocasiones a un énfasis excesivo en ese aspecto positivo de la Ley, en su conjunto hay que reconocer el mérito del estudioso para situar la obra de Kafka más allá de la mera constatación del absurdo. Si Kafka es uno de los grandes nombres del siglo XX, su valía no puede reducirse a ser un eco del sinsentido que atenaza al ser humano. La promesa de la Ley habla así tanto de una nostalgia de sentido, nostalgia ante la cual la lucidez de Kafka no admite ningún sucedáneo, como de la hybris que supone que un hombre o una sociedad pretenda ser la encarnación de esa Ley con mayúsculas. En esa ambivalencia de la Ley es probablemente lícito leer el Holocausto con los ojos de Kafka, cuya escritura resulta profética más en el sentido bíblico del término como revelación de lo oculto que en su significado, más habitual actualmente, de predicción del futuro: la Shoah se nos presenta así a la vez como el resultado del acto de soberbia consistente en identificar la promesa de una Ley absoluta con la pesadilla de un mundo completamente administrado y, paradójicamente al mismo tiempo, como la renuncia a la Ley como promesa de una auténtica dignidad humana, una renuncia que sólo puede resolverse en barbarie.
Resulta de especial interés el análisis de la relación conflictiva que siempre existió para Kafka entre el arte y la vida. El escritor checo, que carecía de convicciones religiosas, tiene una vivencia sin embargo casi sagrada de la escritura, sentida a la vez como un deber y como una culpa, como un pecado que quizá no le es dado expiar. En una estremecedora carta dirigida a Max Brod, recogida en este libro, escribe Kafka: «La creación es una recompensa dulce y maravillosa, pero ¿por qué? Esta noche lo he visto claramente, con la nitidez de una lección infantil, que se trata de un salario por haber servido al diablo». Santa y pecadora a un tiempo, la escritura de Kafka se nos revela, gracias a libros como éste, como una constante interrogación sobre nuestra realidad. La puerta de la Ley está abierta para cada lector, como una promesa tal vez inalcanzable, que nos condena a la frustración, pero que no pierde nunca, a pesar del vértigo que nos produce, la virtualidad de tal promesa.

Miradas sobre Franz Kafka en la Tormenta:
-Cuando Kafka vino a mí
-Kafka va al cine

miércoles, marzo 25, 2009

La Gran Guerra, John H. Morrow Jr.

Trad. David León Gómez. Edhasa 2008. 764 pgs. 40,50 €

Alberto Luque Cortina

Es muy probable que en el futuro las dos guerras mundiales del siglo XX se estudien como un solo conflicto de treinta años de duración, un gran tsunami del que aún padecemos la última y más devastadora ola, la producida entre los años 1939 y 1945, Hitler, el exterminio judío, la bomba atómica, el «nuevo» orden mundial siempre igual de viejo. Aunque la Segunda Guerra Mundial ocupa un lugar destacado en el imaginario popular, su hermana mayor, la guerra del 14, la primera, la Gran Guerra, constituye en mi opinión uno de los momentos más trascendentales de la historia moderna de Occidente, como lo fue en su momento la colonización europea de América, por lo que supuso de quiebra de los principios y valores dominantes hasta la fecha.
Premonitoriamente, la noche en que Inglaterra declaró la guerra a Alemania, Sir Edward Grey, ministro británico de Asuntos Exteriores, afirmó: «Se están apagando las luces de toda Europa, y no vamos a volver a verlas brillar en nuestra vida». Aún hoy resulta difícil evaluar las consecuencias de este conflicto. La Gran Guerra, de John H. Morrow Jr., es un intento de ofrecer nuevas perspectivas a esta contienda, cuya historiografía, entre la que destaca la obra de Hew Strachan, no es muy abundante en el mercado español, si bien es cierto que la cultura occidental se ha hecho eco de la Primera Guerra a través de múltiples manifestaciones, muchas de ellas sobresalientes: desde la literatura autobiográfica –Adiós a todo eso (Robert Graves, 1929) –, a la novela basada en la experiencia personal –El fuego (Henry Barbusse, 1917), o Sin novedad en el Frente (Erich Maria Remarke, 1927) –, pasando por el cine –Senderos de Gloria (Stanley Kubrick, 1957) o Gallipoli (Peter Weir, 1981) – hasta los inquietantes grabados y pinturas de Otto Dix. Todas estas obras subrayan la barbarie de una guerra para la que, merced a los nuevos avances tecnológicos, ninguno de los bandos estaba preparado.
El estudio de Morrow, profesor de Historia de la Universidad de Georgia, es muy revelador en este sentido. En primer lugar, los importantes avances tecnológicos propiciaron las mejoras del armamento tradicional y la invención de nuevas armas, como los obuses y morteros, los lanzallamas o las ametralladoras, los tanques o las nubes de gas, frente a las cuales las viejas estrategias militares, como las cargas de caballería, resultaban inoperantes y por completo desastrosas. A esto debe sumarse una deficiente operatividad sustentada muchas veces en pésimas comunicaciones y rígidas cadenas de mando cuyas órdenes eran emitidas desde lugares alejados del campo de batalla.
Todos estos errores se pagaron con un elevado coste humano. Más de nueve millones de soldados perecieron en acciones, muchas de ellas suicidas, donde el honor nacional y un trasnochado sentido del deber se anteponían a la vida de los combatientes. Este espíritu parece reflejarse en la contundente respuesta del general alemán Von Falkenhayn al canciller Hollweg, tras conocer la entrada de los ingleses en la guerra: «Aún si perecemos, habrá sido una experiencia exquisita». Su epitafio, según los datos de Borrow: 2,3 millones de soldados rusos muertos; 2 millones de alemanes; casi 2 millones de soldados franceses; austrohúngaros: 1.000.000; británicos: 800.000; turcos: 770.000; 450.000 italianos; 126.000 estadounidenses; serbios: 125.000; australianos: 59.000; canadienses: 57.000; belgas: 40.000; senegaleses: 29.500. Esto sin contar otros pequeños contingentes y las víctimas civiles, entre las que se hallan cientos de miles de armenios.
Los datos aportados por el autor sobre la evolución de la guerra en los diversos frentes son muy significativos, y en el caso francés apelan directamente a la incompetencia del general Joffre y su nefasto sucesor Robert Nivelle, quien hizo famosa la frase, después utilizada en contextos bien distintos, «Ils ne passeront pas!» («¡No pasarán!»). El 21 de agosto de 1914, por ejemplo, en la batalla de Charleroi, los franceses sufrieron 130.000 bajas. De los dos millones de soldados galos muertos, 450.000 cayeron en los cuatro primeros meses de guerra. Estas cifras son extensibles al resto de contendientes. A modo de ejemplo, en el primer año de guerra, de los 1.100 combatientes del batallón de fusileros reales de Gales sólo sobrevivieron 86 tras tres semanas de combate en Ypres.
En contra de las intenciones alemanas, la invasión de Francia y Bélgica pronto se estancó, dando lugar a la guerra de trincheras y a una prolongación ruinosa del conflicto. Muchas posiciones, a veces sólo separadas por unas decenas de metros, apenas llegaron a moverse durante los tres años y medio siguientes y sólo a costa de numerosas vidas. La mortandad continuó en 1915. Las cuatro quintas partes de las tropas de la Entente apostadas en Tesalónica murieron de paludismo. En Gallipoli murieron casi medio millón de hombres, pero para los australianos constituye un hito clave en la creación del sentimiento de nación. 1915 fue también el año del exterminio del pueblo armenio a manos de los turcos. En 1916 llegaría la batalla de Verdún, la más larga de la guerra, sin consecuencias decisivas, aunque los franceses la consideraron como una victoria, pírrica si se considera el número de bajas galas –1,2 millones– frente a las alemanas –700.000–. Los británicos tuvieron su propio Verdún en el Somme: el 1 de julio de 1916 lanzaron un ataque en el que sufrieron, sólo ese día, 60.000 bajas y 20.000 muertos.
Estas cifras, no siempre pacíficas entre los historiadores, manifiestan la crudeza del enfrentamiento, pero no añade nada nuevo a los estudios previamente publicados. El interés de la obra de Morrow está en la visión panorámica de los diversos frentes, desde la guerra submarina hasta la aérea –donde aún «sobrevuelan» los nombres de los aviadores Oswald Boelcke, Manfred Freiherr von Richthofen, o Lanoe Hawker–, incluyendo la retaguardia civil, de especial importancia, donde se aborda, entre otros, el papel de la mano de obra femenina y sus consecuencias sociales en la lucha por la igualdad de sexos.
Por lo que se refiere a la crónica de los episodios bélicos, Morrow incluye las voces de los soldados anónimos gracias a su acceso a numerosa correspondencia, y repasa los diversos escenarios de la guerra, desde Bélgica hasta el África Oriental, donde tuvo lugar el enfrentamiento, glosado abundantemente por la épica belicista, entre el ejército colonial de Paul von Letow-Vorbeck, en su mayoría formado por nativos, y las tropas, superiores en número y pertrechos, de la Entente. Durante más de tres años el contingente de Letow-Vorbeck fue perseguido infructuosamente a través de selvas y montañas por todo el África Oriental. El militar alemán nunca fue derrotado y se rindió el 25 de noviembre de 1918, 14 días después del armisticio.
Aunque los combates e insurrecciones en las colonias fueron parciales y focalizados, los europeos lograron extender el conflicto «importando» combatientes nativos a los principales campos de batalla. A los regimientos indios reclutados por los británicos deben sumarse los más de 600.000 senegaleses que combatieron bajo bandera francesa. De los africanos se temía su promiscuidad sexual –de hecho fueron confinados, al igual que los indios, para que no se mezclaran con las mujeres blancas– y se admiraba su raza guerrera. Los senegaleses participaron en la vanguardia de los ataques más arriesgados con el objetivo expreso de evitar, en la medida de lo posible, «el derramamiento de sangre francesa». Clemenceau afirmó, refiriéndose a estos, que prefería «ver muertos a diez de ellos que a un solo francés». Esta suerte de racismo, no en vano hablamos de una guerra entre cuyas causas se encuentra la carrera colonialista, mostró su cara más áspera en el desprecio del gobierno y la sociedad civil estadounidense hacia los batallones de negros que lucharon en Europa. Mal equipados por sus superiores, algunos de estos regimientos tuvieron que combatir con cascos, pertrechos y armamento franceses.
Aunque en ocasiones el texto pueda pecar de efectista por lo que se refiere a las descripciones de los hechos bélicos, La Gran Guerra es una interesante introducción a una contienda donde casi todos perdieron a excepción, quizá, de Estados Unidos, cuya intervención resultó decisiva para la guerra y para su encumbramiento como primera potencia mundial militar y económica. Los abundantes datos incluidos y el enfoque amplio del estudio pueden servir de estimulante preámbulo para la reflexión sobre un conflicto desgraciadamente inacabado.