miércoles, diciembre 07, 2016

Poesía completa, César Simón


Edición y prólogo: Vicente Gallego
Pre-Textos, Valencia, 2016. 427 pp. 30 €

Ariadna G. García

Nacido en 1932, como Francisco Brines, César Simón (1932-1997) es un miembro rezagado del Grupo del 50. Este valenciano dio a conocer su obra en la década de los 70, cuando sus compañeros de generación ya se habían consolidado gracias a premios como el Adonáis (el propio Brines lo ganó por Las brasas en 1959, a los 27 años). Su tardía irrupción en el panorama poético, dominado tanto por la lírica culturalista de moda gracias a la antología de José María Castellet, como por el coro de voces consagradas de los denominados niños de la guerra (recuérdese, entre otras, la antología El grupo poético de los años 50, a cargo de Juan García Hortelano –1977–), lo mantuvo en la medio invisibilidad literaria fuera de su tierra de origen; donde, sin embargo, sí realizó una importantísima labor de magisterio sobre autores de la talla de Vicente Gallego o de Carlos Marzal, y donde participó en proyectos literarios junto a Jenaro Talens. La reunión de sus libros de poemas en el volumen Poesía completa que acaba de publicar Pre-Textos hace justicia a un autor que bien merece la difusión de sus poemas por todos los países de habla hispana.
Su primer poemario, Pedregal (1970), es un largo monólogo con la naturaleza. La voz que enuncia interpela continuamente al mar Mediterráneo, hace gala de poseer un conocimiento exhaustivo del mundo (enumera «zarzamoras, aliagas, cambroneras») y busca la exactitud en sus descripciones por medio de una abundante adjetivación («este ir a casa mudo,/prieto, febril, dichoso, ebrio»).
Su segunda entrega, Erosión (1971), inaugura un tema esencial en su poética: la introspección consciente. Lo mismo que un monje medieval o que un fraile erasmista, César Simón se recoge dentro de sí para apurar su esencia, cerrando la puerta de su templo a los ruidos y trajines del mundo exterior («Me evadí en una silla, hacia mí mismo», de La vieja silla).
Estupor final (1977) es un libro extraordinario. El poeta oscila entre dos tendencias. A veces recurre al poema breve en clave simbólica (Frío) y, otras, al extenso poema narrativo en versículos, de corte casi legendario. Estos poemas –próximos a lo que luego será la prosa poética del Julio Llamazares de Luna de lobos o La lluvia amarilla– son de una belleza y de una fuerza inusitada. César Simón relata una historia de amor al tiempo que describe la vida simple, básica, de un hombre en una cabaña en pleno bosque. Detrás laten los ecos de Thoreau.
En 1984, Hiperión recogió en Precisión de una sombra (Poesía, 1970-1982), la obra del poeta valenciano escrita hasta la fecha. Dentro se incluye un poemario de título homónimo, escrito –en parte– a modo de diario. Bajo la fecha 6 de noviembre leemos un texto sobrecogedor, angustioso, construido por medio de anáforas (“y”), donde, bajo el artificio del doppel (el doble), relata el regreso a una antigua casa «y ha sentido como si hubiera llegado tarde, como si todos se hubieran ido hace tiempo, como si todo hubiera terminado ya,/ y lo ha despertado el progresivo frío que se adueñaba de su cuerpo» (pág. 158) y en donde el sujeto confiesa estar «temeroso de la muerte que se prefigura en su cuerpo». En este libro, además, cobran protagonismo la sensualidad, el erotismo y la frustración sexo-afectiva (partes III y VI, esta última contiene un diálogo alegórico entre una silla, un arca y un jarro, testigos de la turbulenta y diabólica relación de amantes que mantienen un hombre y una mujer).
Al año, César Simón publica Quince fragmentos sobre un único tema: el tema único, poemario angular en su bibliografía, pues aquí –entrado ya el autor en los cincuenta y tres años– da rienda suelta a su concepción filosófica de la creación poética. ¿Y cuál es ese tema que apunta el título? Estos versos ofrecen varias pistas: «Yo paso, yo respiro, únicamente» (p. 218), «Nada habré sido nunca, y, sin embargo,/estar aquí sentado es suficiente» (p. 219), «¿…hemos vivido sólo para tales instantes?» (p. 221), «…consciencia/que vibra como llama,/que aparece en el mundo, lo delata,/lo ilumina, lo ahonda. Y lo destruye» (p. 222), «he logrado reducirme a lo fundamental, yo mismo» (p. 226), «no he venido a brindar ni a lamentarme/…/ [vivir es] una convicción de encontrarnos esencialmente solos en el mundo y aceptarlo,/de haber sido un sueño de la luz y el color/y fuego de artificio y explosión que se agota» (p. 229). En una entrevista publicada en 1983 por Cuadernos de Cultura, César Simón desvelaba el motivo temático de toda su producción: el existir, «una tarea abrumadora que todavía no me he quitado de las manos… que ni es una maravilla ni una calamidad, es un hecho inexplicable e irreductible». Y más adelante: «Soy un hombre profundamente calado por la sensación de su contingencia».
Extravío (1991) supone una indagación más honda en dicho asunto temático. Para César Simón, la poesía es un medio de conocimiento, una experiencia emocional que permite conocernos, ser en ese instante supremo de meditación. Las Elegías que abren el libro deslumbran por su autenticidad y contención: «¿He buscado la vida sin hallarla?/¿Estuvo en cada instante?/La conocí a través de la pereza/y de la dispersión,/del ocio sin placeres y del tedio./La conocí y la fui tan plenamente/que no he necesitado celebrarla. Por haberla perdido y malogrado,/por eso fui la vida sin saberlo» (pág. 242). Destaca también el poema Celebración, donde el autor se desmarca de los motivos y temas tratados por los demás poetas (esos «momentos de placer»); él, por su parte, se limita a habitar la cumbre de su propia consciencia, una –solitaria– región de plenitud.
En la última etapa de su vida, César Simón publicó dos poemarios más: Templo sin dioses (1996) y El jardín (1997) que ofrecen un tono menos vigoroso que los anteriores. Lo componen, fundamentalmente, poemas breves que reabren viejos temas del autor. Con todo, encontramos piezas contundentes, como El cuerpo leve, donde barrunta el fin («también la mecedora/una noche quedará quieta»).
El presente volumen, preparado por Vicente Gallego, compila un hermoso libro inédito: El pretexto y el fervor, que insiste en el texto de pequeña extensión, dedicado, ahora, a una mujer efímera, cuya ausencia lamenta quien enuncia.
Para acabar, y como atractivo de la edición, se incluyen apéndices con poemas excluidos en segundas ediciones, inéditos y una extensa bibliografía sobre César Simón a cargo de Begoña Pozo; estos materiales complementan al interesante prólogo de Vicente Gallego, donde no faltan las citas de las novelas, artículos y ensayos del poeta que retoman motivos y asuntos de su actividad poética.
César Simón tiene una voz peculiar, diferenciada del resto de poetas de su generación. Él mismo reconoce, entre otras cosas, que no le interesan la ética ni la política como temas: «Las actitudes éticas proceden del que se expresa desde un sistema, yo me he expresado siempre desde fuera… Creo que soy un poeta de aledaños, de senderos y de espacios vacíos. Merodeo por los pueblos sin entrar en ellos. El ágora no se ha hecho para mí» (entrevista citada). Su voz es una voz desnuda de retórica, de la “guardorropía teatral” que critica en muchos autores que duda que lo sean (versificadores que nada tienen de verdaderos poetas) y a los que reprocha que traten de “exhibir su mercancia”. Ajeno a las modas, buscó la verdad de su esencia en cuanto escribió, fue honesto consigo, con la sorpresa y la angustia que le inspiraba su existencia. De ahí que buscase –en algunos de sus libros– un verso corto, “frío, pero hiriente”. Quien ame la verdadera poesía no puede dejar pasar la oportunidad de leer esta Poesía completa de César Simón, uno de los grandes –y desconocidos– autores españoles del siglo pasado.

3 comentarios:

Anónimo dijo...

Me ha encantado esta reseña. ¡Muchas felicidades!

Gus dijo...

Siento llegar a la muerte como esa sensación que se siente al atravesar una plaza vacía. No recuerdo quien es el autor del verso que puse como ejemplo. Me gusto mucho tu articulo. Muchas gracias.

Ariadna G. García dijo...

Gracias a ambos. Así da gusto seguir en la brecha.