Ariadna G. García
En 2001 Vanesa Pérez-Sauquillo publicó su primer libro de poemas, Estrella por la alfombra, al que siguieron Vocación de rabia (2002) y unos años más tarde, Lamentación de gato y Bajo la lluvia equivocada (ambos en 2006). A lo largo de su trayectoria poética, trufada de premios, ha sabido combinar dos tipos de discursos: uno coloquial, donde abundan las imágenes urbanas y los símbolos sacados del modelo de desarrollo económico actual (valga como ejemplo el espléndido éste es mi contestador automático); y otro mucho más lírico, de corte irracional, a menudo violento y desgarrado («pero a pesar de todo no cambiaría/ todo tu polvo rosa de cometas/ por un frasco de esencia putrefacta casera./ Siempre tuve muy mala soledad»). En su último libro de poemas, Climax road, predomina la estética segunda. No obstante, lejos de la ira que inflamaba los versos de sus primeros libros, encontramos aquí un tono reposado; el tono de quien por fin se aparta de las aguas turbulentas del río, de los rápidos y caídas ruidosas, y descansa en un cauce silencioso.
Cualquier manual de teoría de los géneros literarios atribuye a la lírica unos preceptos que Vanesa Pérez-Sauquillo trata de desmentir con sus obras. Siempre indagando nuevas posibilidades expresivas, Vanesa concede gran importancia a la creación de personajes, al desarrollo argumental, al espacio y a la cronología. Hibrida narración y poesía, acción y pensamiento. Su itinerario poético es estrictamente personal. No sigue rutas, se limita a caminar.
Climax road relata una historia de amor. Se desarrolla en un lugar mítico, Farmington, pueblo que recuerda al idílico Espectro de Big Fish (Tim Burton, 2003): «Tan pronto como llegas/ te descubres ya en marcha/ tratando de volver». Allí, la protagonista del libro entabla relación con el niño de hierba, semidiós por quien «el bosque se abría en claros, para descanso de tus ojos». Su grandiosidad genera vida («por ti las bravas amapolas»), su dulzura sana («rehiciste los fragmentos en el aire/ y de la geometría/ creaste el terciopelo») y su humildad seduce («me deshago/ como un banco de peces/ a tu encuentro»).
El resto de personajes representan, cada uno, un pecado capital. Simbolizan la imperfección, el desbordamiento de las debilidades humanas. Crazy, Kurt, Liz, Valerie, Tom, Ed y Maddie constituyen la antítesis de la perfección que encarna el niño de hierba.
Poemas-fotogramas. Vanesa Pérez-Sauquillo concibe los textos como partes de un todo. Si bien es posible la lectura aislada de las composiciones, es en el conjunto del libro donde adquieren su pleno significado. No obstante, de entre todos, destaca el poema XXIV, un himno a la delicadeza, a la esperanza, al compromiso y a la insurrección moral dedicado a los ambulantes, quienes «ven en la niebla de las uvas/ los caminos secretos de la luz».
Autora de potentes imágenes, Vanesa ha forjado con sus versos una aldea idílica, bella, protectora y salvaje, lo suficientemente cálida como para que la amante renuncie a su pasado para quedarse en ella. Ésa es su elección. Apuesta su futuro a una carta, el as de corazones («Mi amor haría crujir las hojas/ hasta el tuétano mismo de la savia/ si tú me lo pidieras»).
1 comentario:
Una crítica excelente. Anima a la lectura del libro.
SM
Publicar un comentario