lunes, septiembre 20, 2010

El enigma cuántico, Bruce Rosenblum y Fred Kuttner

Trad. Ambrosio García Leal. Tusquets, Barcelona, 2010. 257 pp. 19 €

Juan Pablo Heras

Como la ignorancia nos desprotege, uno teme estar ante un fraude de los buenos cuando se enfrenta a una cubierta que promete desvelar “el secreto mejor guardado de la física contemporánea”. Pero el prestigio aquilatado por los años de la colección “Metatemas” en el género de la divulgación científica y el interés de los propios autores por distinguirse desde las primeras páginas de las muchas chácharas pseudomísticas que mariposean alrededor de la física cuántica, infunden una cierta confianza que invita a adentrarse en un territorio tan extraño como fascinante.
El enigma cuántico es la plasmación libresca de un popular curso de física para estudiantes de humanidades que desde hace tiempo imparten sus autores en la Universidad de California. Durante el último siglo, la extrema complejidad de los postulados de la física cuántica no ha impedido que muchos filósofos y literatos comiencen a empaparse de una nueva visión del mundo. Como insisten Rosenblum y Kuttner, los descubrimientos de la física cuántica han sido demostrados experimentalmente en innumerables ocasiones y han resistido cualquier intento de refutación. Y sin embargo, las conclusiones a las que nos abocan violan flagrantemente nuestro sentido común. La idea de que un mismo átomo pueda estar al mismo tiempo concentrado en un punto y repartido en una superficie extensa repugna a nuestra inteligencia pero hace posible que funcionen los aparatos de resonancia magnética que se usan a diario en cualquier hospital. La noción de que esos átomos situados en “superposición cuántica” se “colapsan” o bien en partículas o bien en ondas como consecuencia directa de nuestra propia percepción, es decir, de su encuentro con la conciencia, cuestiona gravemente nuestros conceptos de realidad objetiva o de libre albedrío. El “secreto” al que aluden los autores del libro es en realidad el límite mismo del desconcierto provocado entre los especialistas por los descubrimientos de la física cuántica, que se muestra infalible tanto en su abstracción matemática como en sus aplicaciones prácticas pero impenetrable en aspectos que pertenecen ya al terreno de la pura especulación filosófica.
Dado que el libro está destinado a estudiantes de humanidades, los autores han tenido el acierto de explicar el complejo desarrollo de la física cuántica entendida como el último peldaño de un proceso histórico de horizonte aún indefinido, que transcurre por lo menos desde Aristóteles a John Bell, pasando por Newton, Einstein, Planck, Bohr, etc. El relato se anima con pequeños datos biográficos que ilustran la difícil inserción de los nuevos descubrimientos científicos en las concepciones del mundo predominantes en cada época. Y leyéndolo da la sensación de que nuestra visión del universo está todavía por detrás de lo que entrevé la ciencia, como si no quisiéramos creer todavía a los nuevos Galileos que insisten en que, sin embargo, la Tierra se mueve.
El libro menciona y amplía algunos de los modelos y principios más populares de la divulgación tradicional de la física cuántica, como la metáfora del gato de Schrödinger (ese que está totalmente vivo y totalmente muerto al mismo tiempo) y el principio de incertidumbre de Heisenberg, mucho más complejo de la versión que suele vulgarizarse en artículos de periódico. Y aunque, confieso, ciertos conceptos no son fáciles de comprender para alguien de letras puras, uno puede obviar determinados elementos y seguir con interés creciente las vectores fundamentales de un camino de descubrimientos que ha llevado siglos y que se acota ahora a unos pocos cientos de páginas, como si nuestro pequeño y discreto aprendizaje acompañara la evolución de todo el conocimiento humano.
En los últimos capítulos, nos topamos con el límite de los conocimientos científicamente verificados y se abre ante nuestros ojos un surtido de elucubraciones que diversos especialistas han postulado para alumbrar los misterios de la física cuántica. Y he aquí donde aparece la literatura con patente de corso. Por ejemplo, la célebre hipótesis de los mundos múltiples (o universos paralelos), de Hugh Everett, que tanto ha alimentado a la ciencia-ficción desde sus obras más prístinas hasta la más anodina space-opera. O, mejor todavía, formulaciones con pretensiones absolutamente científicas que por su osadía alcanzan resonancias refinadamente poéticas, como esta afirmación de John Cramer, que merece una cita completa:
«Cuando nos paramos en la oscuridad y miramos una estrella a cien años luz de nosotros, no sólo las ondas de luz retardadas procedentes de la estrella han estado viajando durante cien años hasta llegar a nuestros ojos, sino que las ondas adelantadas generadas por procesos de absorción dentro de nuestros ojos han llegado cien años atrás en el pasado, completando la transacción que permitió a la estrella brillar en nuestra dirección».
¿Qué les parece?
En otras palabras, un buen puñado de certezas irrefutables para disparar nuestra imaginación en infinitas direcciones imprevisibles.

4 comentarios:

Shanti dijo...

Muchas gracias por la reseña y el comentario, ambos son altamente recomendables.
Un saludo.

Angel Luis Vaca dijo...

Estuvo muy interesante y me dejó con ganas de conseguir el libro. Muchas gracias!!

Azote de la indolencia dijo...

Yo he leído el libro y es altamente recomendable, tal y como se dice en esta reseña.

Un saludo.

Azote de la indolencia dijo...

Yo he leído y es efectivamente muy recomendable, y muy riguroso. Lo único tal vez criticable son los gráficos, que aunque pocos, son a mano alzada y de muy baja calidad, por lo menos en la edición de Tusquets.