lunes, diciembre 29, 2008

Génesis (El ritual rosacruz), Patrick Ericson

Nowtilus, Madrid, 2008. 391 pp. 19 €

Rubén Castillo Gallego

En el otoño de 1874, una descomunal tormenta estaba azotando las calles de París, pero eso no impidió que una mujer huyera a toda velocidad sobre los adoquines, portando a un bebé en sus brazos. Unos hombres la perseguían con la intención de dar muerte al bebé. La atribulada mujer era la doncella del marqués de Saint-Foix, el bebé era la hija recién nacida del marqués, y los perseguidores eran criados al servicio de ese mismo noble. Por fortuna, antes de ser alcanzada y asesinada sin piedad, la pobre doncella consiguió depositar a la criatura en manos de dos singulares personajes: un gigantón fortísimo aquejado de un grave retraso mental (Totó) y un enano gruñón y de gran inteligencia (Petit Ours). Ellos tendrían a partir de entonces la misión de proteger a la criatura.
Éste es el punto de arranque de la novela Génesis (El ritual rosacruz), que el alhameño Patrick Ericson acaba de publicar en la editorial madrileña Nowtilus y que, aderezada con mil peripecias, se prolonga durante casi cuatrocientas páginas. En ella encontramos a personajes históricos, como el enciclopedista Diderot o el ocultista Alessandro di Cagliostro; a seres tan emblemáticos y misteriosos como el conde de Saint-Germain; y, en fin, a un extenso cúmulo de prostitutas, agentes de policía, miembros de la nobleza, criados, matronas, herreros y campesinos, que se van mezclando en una trama compleja, rica y llena de meandros de la que, sin embargo, el novelista no pierde nunca el control. Y es que la obra (conviene decirlo cuanto antes) no es la típica historia llena de fuegos de artificio, en la cual se sumerge a los lectores en un marasmo de sandeces, persecuciones absurdas o rituales sin pies ni cabeza, sino una narración excelente, bien concebida, bien trabada y donde todos sus elementos contribuyen a convertirla en un volumen memorable: un argumento ingenioso (y que se completa al final con un colofón inaudito, donde el famoso secreto de Rennes-le-Château adquiere dimensiones sorprendentes); unos personajes sólidamente construidos (la dulzura de Papilión, el aura magnética de Saint-Germain, la ira creciente de Gustave Marais, los matices sentimentales y aun físicos de Beaumont); una documentación histórica realmente fascinante (que le permite describirnos calles, tabernas, palacios y prostíbulos con la densidad de un fotógrafo); un vocabulario extenso y lleno de matices (que hará las delicias de todo aquel que no haya renunciado a la dimensión estética del lenguaje, tan vapuleada por buena parte de los novelistas de hoy en día); y, en fin, una gran capacidad para descubrir siempre la mejor música de la frase, que adquiere cadencias finísimas en muchos capítulos de la obra.
El único elemento negativo (pues no sería justo dejar de anotarlo) es la tendencia que se observa en la obra a colocar la tilde a la palabra “aun” cuando desempeña funciones conjuntivas, y no adverbiales. Esta utilización desafortunada puede observarse (y la enumeración no será exhaustiva, ya lo advierto) en las páginas 19, 26, 39, 51, 109, 151, 226, 230, 235, 252, 277, 332, 348 y 372. El detalle de referirse a las “pupilas azul turquesa” de Papilión (página 186) también incurre en la inepcia (las pupilas siempre son negras), pero tiene la disculpa romántica de ser heredero de Gustavo Adolfo Bécquer, inductor de esa prolongada equivocación cromática.
Génesis (El ritual rosacruz) es, por encima de todo, una novela de acción, pero que incluye reflexiones muy sugerentes sobre la condición humana y un buen caudal de páginas que podrían figurar en más de una antología, sobre todo en sus tramos descriptivos. Patrick Ericson demuestra con esta obra que atesora un buen dominio de la intriga y de la narración. Es probable que aún nos reserve sorpresas para los próximos años. Las esperaremos con auténtico interés.

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