martes, agosto 05, 2008

Entonces llegamos al final, Joshua Ferris

Trad. Jordi Fibla. RBA, Barcelona, 2008. 336 pp. 21 €.

Guillermo Ruiz Villagordo

A veces no nos damos cuenta de quién nos habla desde las páginas de un libro. Entramos en muchas historias sin ser verdaderamente conscientes de la existencia de ese observador desconocido que con tanta minuciosidad registra cada pormenor de la peripecia del personaje sobre el que ha decidido cernirse, o de ese yo que confiesa sin ningún pudor sus más íntimos secretos a ese público invisible que somos. Por eso llama la atención cuando como en esta novela el narrador es nada más y nada menos que un grupo humano, una reunión de voces de número impreciso personificada en un enigmático nosotros.
La utilidad de esa primera personal plural es indiscutible en cuanto a la complicidad del lector con la historia que se le cuenta, ya que le hace sentirse parte de ella a pesar de no intervenir directamente, con lo que la verosimilitud se ve reforzada. El problema es que exige mucho ingenio y delicadeza por parte del escritor, por lo que es fácil que se le escape de las manos. Aquí no siempre convence, ya que a veces se nota forzada, demasiado parecida a un yo ampliado, sin contar los huecos que ese nosotros empieza a tener: pequeños desvíos a un tú, a un él (el extraño giro a una narración clásica que da en determinado momento, que al finalizar el libro tendrá su explicación), incluso un curioso yo que se escapa en un descuido. En suma, ni por asomo es un nosotros tan abigarrado y compacto, tan físico y real, como el de Las vírgenes suicidas, ejemplo de cómo manejarlo de manera eficiente. Pero no quiero dar a entender con esto que Entonces llegamos al final sea un libro fallido, ni mucho menos. Simplemente no ha exprimido al máximo las posibilidades que esta pequeña experimentación le proporcionaba, derivando a una narración más clásica de lo que parecía en un principio que desde bien pronto demuestra que tiene mucho más interés en sus personajes. Y, a fin de cuentas (se preguntará quien lea estas líneas ahora mismo con toda razón): ¿a quiénes se refiere ese enigmático nosotros?
La estructura de la novela se basa en la espada de Damocles del despido que pende sobre las cabezas de los miembros de una agencia de publicidad tras una época de bonanza que parecía no tener fin. El miedo al futuro, la incertidumbre de ser el siguiente, la sospecha sobre la conducta de sus jefes inmediatos y superiores, la preocupación sobre cómo les ven estos y el resto de gente de la oficina, obligan a que esa voz colectiva destaque determinadas figuras de su propia masa indefinida, esos compañeros de trabajo con los que pasan más tiempo que con su propia familia. Asistimos entonces a una sucesión de anécdotas conectadas entre sí mediante las que toman cuerpo paulatinamente ante nuestros ojos, con sus neuras, sus traumas, sus manías, sus secretos inconfesados, su compasión y su falta de sentimientos, con lo que se acaba comprobando que en realidad no conocemos al tipo que se sienta enfrente de nosotros cada mañana.
Como obra sobre el ambiente de oficina, no puede evitar reunir y replantear múltiples tópicos que el lector reconocerá en cómics como The Norm, series como The Office, películas como Trabajo basura o la cinta independiente Esperando la hora, que pasó desapercibida cuando se estrenó hace algunos años, u otras novelas como la medio olvidada Generación X de Douglas Coupland, pero el peculiar tono de comedia que emplea, en ocasiones agridulce e incluso melancólico, le da un carácter propio muy cercano que hace acabemos cogiéndole cariño a unos seres demasiado parecidos a nosotros.
Para terminar planteo una duda que me ronda por la cabeza desde hace algún tiempo: ¿por qué se toma como paradigma del trabajo contemporáneo el de oficina y no el mucho más abundante y símbolo de nuestro tiempo de dependiente o camarero? Habría que pensar en ello y hacer algo al respecto…

1 comentario:

Urlanda dijo...

Buen ala reseña.......sobre la ultima pregunta, ?que harias tu?