jueves, mayo 22, 2008

Una puta recorre Europa, Alberto Lema

Caballo de Troya, Madrid, 2008. 144 pp. 12,50 €

Marta Sanz

Alberto Lema es un licenciado gallego en filología inglesa que ha sido conductor de camión y emigrante en Canarias. La contraportada de su primera novela, Una puta recorre Europa, recoge algunos puntos fundamentales de su poética: su intención de «buscar las zonas oscuras del presunto lustre de las democracias occidentales», de «hacer visible lo visible» y, sobre todo, de poner al servicio de tales propósitos las estrategias de la literatura de masas. O sea, luchar contra el poder utilizando sus armas y convirtiendo al autor en una especie de buen terrorista de la literatura.
Una puta recorre Europa es un libro que se lee de un tirón, pero no por eso puede considerarse ligero. Al revés, la presunta frugalidad de sus capítulos invita a una reflexión que pasa revista a ciertas instancias de poder: las consellerías, los debates televisivos, los profesores universitarios, las comisarías, los despachos desde los que se traman las corruptelas y se amasan los grandes capitales. Las instancias de un poder real que invisibilizan o emborronan lo visible con sus discursos y también con sus actos. Lema escribe una novela sobre la prostitución desde una perspectiva en la que es imposible la coartada de la ternura: una novela sobre la prostitución en la que no aparece ni una sola puta; sólo sus clientes y un par de feministas radicales que se dedican a asesinarlos para reivindicar la abolición de la prostitución del mismo modo que se abolió la esclavitud. Sin querer entrar al trapo en el debate abolicionista ni en la posibilidad de la existencia de un buen terrorismo en el espacio de la vida y en el de la literatura —dos posibilidades que contempla una lectura rigurosa del texto—, el logro de este libro tiene que ver con el hecho de que Lema no cae en la trampa, regocijante para el lector, de penetrar en la intimidad de las prostitutas, mostrando un lado humano, común y corriente, que a veces apesta a piedad, a buen rollito normalizador o a reportaje del National Geographic; tampoco entra en el plano espectacular de la sordidez. Lema mira desde el lado de una tercera persona que centra su foco en dos feministas radicales, lesbianas y guapas, dos mujeres con causa que se alejan del estereotipo interesadamente fanático con el que a menudo se ridiculiza a las militantes de estos colectivos. Y, aunque las putas no se dignifiquen como materia narrativa a través de la estilización hacia arriba o hacia abajo con la que siempre se retrataron en la historia de la literatura y del arte, al final son materia de vida, lo que de verdad importa, tal como se deduce de la conversación entre Luz y Ada en el capítulo que cierra Una puta recorre Europa:
«¿Se referían a nosotras o a las putas?
A las putas. Luz lo piensa un rato.
Eso está bien.»
Un silencio respetuoso, quizá sobre lo que no se conoce, desde luego sobre lo que no se pretende suplantar, se ha transformado en presencia. También el autor, en una lograda síntesis, presenta un repertorio de clientes que constituye un completo muestrario de consumidores de prostitución: el rijoso, el perezoso, el experimental, el rutinario, el principiante, el patito feo, el inseguro, el que quiere mandar, el que considera que follar es algo parecido a fumarse un puro después de digerir una opípara comida. El repertorio de clientes es un catálogo de razones que, lejos de justificar la existencia de un oficio que sólo lo es hasta cierto punto, ponen de manifiesto su propia fragilidad, su machismo, su mercantilismo, su puerilidad, su asunción acrítica de las costumbres más arraigadas en una historia patriarcal. Lema da la vuelta al calcetín de la moralidad y de las supuestas causas de una izquierda blanda y de una derecha tolerante en materia moral pese a la vesania de los obispos —ser un poquito tolerante con la moralidad capta los votos de ese espacio alienígena que se llama “centro”—: con Una puta recorre Europa Lema desvela la demagogia de los unos y el cinismo de los otros a la hora de abordar la cuestión de la prostitución. Consigue su propósito de hacer visible lo visible y de hacerlo desde una postura, aparentemente aséptica en su enunciación, pero que en el fondo entraña una toma de partido; con ella se aspira a intervenir en la realidad y en el concepto mismo de esa literatura de masas que, en las páginas de Una puta recorre Europa, el autor adelgaza, minimiza, fractura en el dibujo de unos personajes, una trama, unos diálogos, una historia romántica entre el policía y Diana, la mamporrera de una clase política que ha olvidado incluso el significado de la polis... Lema, desde alguna de las convenciones del género negro, deja al descubierto los resortes de sus trampas y escribe un libro que es un brochazo sobre el imaginario de éxito de la literatura comercial; Lema no aspira hacer visible lo invisible a través de los mecanismos de la poesía órfica o de una prosa iluminada, sino a algo más difícil que coloca a la literatura en lugar en el que sirve para algo: hace visible lo visible con una caligrafía literaria que se burla de los procedimientos de una literatura canónica cada vez más mimética respecto al texto que se puede vender y que, en último término, se vende. No es extraño que una novela en la que las putas no son sensibles y típicas, las feministas no son feas, los diálogos no son chisposos, y el misterio y la pulsión por conocer el final no actúan como motor de la lectura, no haya recibido ningún premio. Enhorabuena, Alberto Lema.

1 comentario:

Humanoide dijo...

Uy, éste me pareció la mar de atractivo.
Malditas sean las editoriales españolas y su distribución cornuda.